Todas las
noches la torre Eiffel, el icono parisino por excelencia, se ilumina durante
cinco minutos, al comenzar cada una de las horas, y los rayos de su faro se
extienden recorriendo la ciudad que duerme.
También, ocasional y puntualmente, la
torre Eiffel –igual que muchos otros monumentos de otras grandes urbes como
Berlín, Sydney, Nueva York e incluso Madrid o Barcelona- adopta distintas
iluminaciones y colores para celebrar
homenajes y recordar acontecimientos y citas mundiales como el verde de la
firma del Pacto de París para salvar el planeta (del que, por cierto, el
inefable Trump ya ha anunciado que retira a Estados Unidos, porque el país va a
seguir contaminando cuanto le venga en gana), el azul estrellado del 31 de
diciembre de 2008 para anunciar el comienzo de la presidencia francesa de
Europa, el rojo con que en 2004 festejó la llegada del Año Nuevo Chino
(anunciando de paso una década de invasiones chinas en el mercado internacional
tras la incorporación del país oriental a los chanchullos económicos
internacionales, sin abandonar el “ideario” comunista ni la represión de la
dictadura que sigue siendo), el rosa con que en 2014 intentó sensibilizar a la
población acerca del aumento del cáncer de mama en todo el mundo, o los colores
nacionales, Azul-Blanco-Rojo, con que,
tras los atentados terroristas del 13 de noviembre de 2015, la ciudad de París
rindió homenaje a las 130 víctimas tras
permanecer una noche apagada, en señal de duelo.
Ahora, el pasado
domingo 5 de agosto de 2017, la municipalidad de París ha aceptado la oferta
económica del club de futbol de la ciudad, el Paris Saint-Germain (PSG), y se
ha iluminado –entre las 21h30 de la noche y la 1h00 de la madrugada- para
“saluer” (palabra que puede interpretarse como saludar y también aplaudir), “la
integración del jugador brasileño Neymar”
en la plantilla del club. Como explicación de un hecho tan insólito como
descabellado, que “el monumento ha reaccionado anteriormente a acontecimientos
deportivos como la Copa de Europa de Fútbol o la mundial de Rugby”.
¿Estamos locos?
Neymar es un joven de 25 años que, según dicen y se desprende de su ficha, ha nacido con
el don de jugar maravillosamente al fútbol, ha contado con la dirección
de un padre que también fue futbolista, sabe de qué va el asunto y se encarga
de sus negocios (lo mismo que el de Mesi) -¡y como se encarga!- y ha tenido la
suerte de que alguien le “descubriera” entre la miríada de chiquillos que dan
patadas a los balones en los barrios de muchas ciudades latinoamericanas.
Pero no es más
que esto. Un joven dotado para el fútbol que gana lo que no está escrito. Ni está en posesión de un
premio Nobel por sus trabajos sobre el genoma, ni ha escrito La Odisea, ni es
el autor de una Sinfonía que se escuchará dentro de tres siglos, ni ha pintado
el Guernica. No es tampoco un Beatle, ni Humphrey Bogart, ni Camarón. Es un
jugador de fútbol cuyas aventuras –casi infantiles todavía- siguen, eso sí con devoción, millones de tifossi en los estadios y cientos de
miles de boquiabiertos frente a los televisores. Algunos de ellos ni siquiera
tienen pan, solo circo.
Volviendo al
chico y sus ingresos, realmente envidiables, el PSG ha “comprado” (conviene
tener presente el término, hasta la irrupción del fútbol como deporte
planetario por excelencia los únicos seres humanos que se compraban eran los
esclavos) Neymar al Barça por 222 millones de euros, y va a pagar al jugador 30
millones anuales (luego están los “derechos de imagen, pero eso es para chucherías).
Escandalizarse,
como me ocurre a mí, al leer estas cifras,
tiene como consecuencia que se alcen otras voces diciendo que nunca se
ha escuchado a nadie quejarse por “las sumas ganadas por George Clooney o Julia
Roberts… los cachets de Plácido Domingo… o los derechos de autor de J.K.
Rowling…Lo que se considera como justo reconocimiento del talento en el cine,
la ópera o la literatura, se considera indecente en el fútbol” (Pascal Boniface, opiniatra francés en su
blog de Mediapart).
Efectivamente,
la mía es una voz que se pierde en el desierto de los seguidores del deporte
por excelencia, al que muchos llaman rey. Quizá cambie de opinión cuando
alguien me descubra un deporte republicano.
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