Cuando
tres estudiantes alquilan una casa vieja fuera del campus inconscientemente
liberan al “Bye Bye Man”, una entidad sobrenatural. Los amigos comprenden que
no hay más que una manera de escapar a la maldición de que se propague: no
decir su nombre, no nombrarle nunca. Porque cuando
el ser se apodera de tus pensamientos, te controla y te hace cometer actos
irreparables.
Dirigida
por la realizadora
Stacy Title (“El diablo se viste de negro”), “Nunca digas su nombre (Bye
Bye Man)” es una película de terror, que utiliza torpemente todos los elementos
del género, poco original y a veces hasta incoherente.
El guion es una sucesión de tópicos (el niño que
aterroriza, las paredes arañadas, el chico escéptico que busca al demonio en un
ordenador, el slogan repetido hasta la saciedad “no lo digas, no lo pienses”…)
y todo “desde el maquillaje hasta los efectos especiales, es atroz (…) y lo
peor de todo es la irresponsable insinuación de que el ser maldito pueda provocar
que personas aparentemente ‘normales’ cometan maldades, con referencias a los
‘chicos de Columbine’ y a todos esos jóvenes que irrumpen disparando en las
aulas universitarias.
El reparto incluye a Douglas Smith, y dos «viejas glorias»
de la gran pantalla: Carrie-Anne Moss y Faye Dunaway . Y como dice la crítica
de Los Angeles Times: “¿Por qué?”. Quizá porque la película y los efectos son
viejos casi como el tiempo, la casa siempre oscura, las bombillas que se
apagan, la sombra siniestra que atraviesa paredes y decorados, el sótano
maldito lleno de trastos (donde caben demonios, ratas y animales de distintas
especies, incluidas arañas y cucarachas) y quizá porque aunque haya un par de
escenas de cama, la sexualidad brilla por su ausencia. Y, desde Drácula hasta
Polanski, el erotismo ha sido siempre fundamental en las historias de terror.
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