Los ocho protagonistas del revival
de “Una familia de Tokio” (2016), originalmente filmada en 1953 por el maestro
Yasujiro Ozu (1903-1963), reunidos de nuevo por el director japonés Yoji
Yamada, protagonizan ahora al caótico clan de los Hirata en “Maravillosa
familia de Tokio” (Kakozu wa tsuraiyo, más o menos literalmente “Es duro ser
una familia”) , comedia familiar del Japón más moderno, donde pese a los
enormes e innovadores progresos técnicos se mantienen todavía muchos
comportamientos tradicionales.
Un hombre, Shuzo, (Isao Hashizume)
y su mujer Tomiko (Kazuko Yoshiyuki) llevan cincuenta años casados. Como regalo
de cumpleaños, la mujer pide al marido el divorcio. En principio, Shuzo cree
que se trata de una broma. El anuncio de la separación acaba sembrando el caos
en la familia, los hijos (adultos, casados y padres a su vez) entran en pánico
sin entender que esas cosas pueden ocurrir. En medio del marasmo, cada uno de
los miembros de la familia se retrata como nunca antes lo había hecho.
Admitámoslo, la familia no se
elige; y admitamos también que no seríamos quienes somos si no hubiéramos
crecido precisamente en nuestra familia. Mientras en occidente normalmente nos
esforzamos por abandonar la cuna original cuanto antes, y si es posible crear
la nuestra propia, en la tradición japonesa se apuesta todavía por la unidad
familiar (algún caso del mismo tipo conozco por aquí cerca). Mientras que entre
nosotros, lo habitual es que las decisiones de un miembro afecten solo de
refilón al resto de la familia, en Japón puede ocurrir que esa decisión lleve a
todos los miembros a la desesperación y a la toma de decisiones apresuradas.
Como todas las películas de Yamada,
ésta tiene un ritmo lento, un humor tranquilo y en ella no hay nada que pueda
presagiar escenas de violencia, ni siquiera verbal. Los personajes son bastante
estereotipados, y muy especialmente el del patriarca Shuzo, que pretende tener
a su mujer siempre en casa mientras él se distrae jugando al golf o
frecuentando amistades de bar.
Lo más irónico de la historia es la
contradicción de que mientras un matrimonio se acaba, otro está a punto de
comenzar, y es el propio Shuzo quien anima a su hijo menor a llevar a su novia
Noriko a la casa familiar. Nada especialmente novedoso en esta más que decente
película sobre la comunicación, más bien incomunicación, y la necesidad de
entender y aceptar los sentimientos de los demás.
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