lunes, 8 de mayo de 2017

“Maravillosa familia de Tokio”, otra vuelta de tuerca a los Hirato


Los ocho protagonistas del revival de “Una familia de Tokio” (2016), originalmente filmada en 1953 por el maestro Yasujiro Ozu (1903-1963), reunidos de nuevo por el director japonés Yoji Yamada, protagonizan ahora al caótico clan de los Hirata en “Maravillosa familia de Tokio” (Kakozu wa tsuraiyo, más o menos literalmente “Es duro ser una familia”) , comedia familiar del Japón más moderno, donde pese a los enormes e innovadores progresos técnicos se mantienen todavía muchos comportamientos tradicionales.

Un hombre, Shuzo, (Isao Hashizume) y su mujer Tomiko (Kazuko Yoshiyuki) llevan cincuenta años casados. Como regalo de cumpleaños, la mujer pide al marido el divorcio. En principio, Shuzo cree que se trata de una broma. El anuncio de la separación acaba sembrando el caos en la familia, los hijos (adultos, casados y padres a su vez) entran en pánico sin entender que esas cosas pueden ocurrir. En medio del marasmo, cada uno de los miembros de la familia se retrata como nunca antes lo había hecho.

Admitámoslo, la familia no se elige; y admitamos también que no seríamos quienes somos si no hubiéramos crecido precisamente en nuestra familia. Mientras en occidente normalmente nos esforzamos por abandonar la cuna original cuanto antes, y si es posible crear la nuestra propia, en la tradición japonesa se apuesta todavía por la unidad familiar (algún caso del mismo tipo conozco por aquí cerca). Mientras que entre nosotros, lo habitual es que las decisiones de un miembro afecten solo de refilón al resto de la familia, en Japón puede ocurrir que esa decisión lleve a todos los miembros a la desesperación y a la toma de decisiones apresuradas.

Como todas las películas de Yamada, ésta tiene un ritmo lento, un humor tranquilo y en ella no hay nada que pueda presagiar escenas de violencia, ni siquiera verbal. Los personajes son bastante estereotipados, y muy especialmente el del patriarca Shuzo, que pretende tener a su mujer siempre en casa mientras él se distrae jugando al golf o frecuentando amistades de bar.

Lo más irónico de la historia es la contradicción de que mientras un matrimonio se acaba, otro está a punto de comenzar, y es el propio Shuzo quien anima a su hijo menor a llevar a su novia Noriko a la casa familiar. Nada especialmente novedoso en esta más que decente película sobre la comunicación, más bien incomunicación, y la necesidad de entender y aceptar los sentimientos de los demás.

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