“Lo
que no se cuenta, no existe”
La libertad de prensa, uno de los
derechos fundamentales lo mismo que la libertad de expresión, ambas pilares de
la democracia, “crean las condiciones necesarias para la protección y promoción
de todos los demás derechos de la persona. Pero su ejercicio no hay que darlo
por descontado; para que puedan existir las libertades de prensa y expresión se
requiere un ambiente seguro, propicio al diálogo, en el que todos se puedan
expresar abiertamente sin temor a represalias” (del mensaje común del
Secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y la Directorra General de
la Unesco, Irina Bokova, con motivo de la celebración del Día Mundial de la
Libertad de Prensa, el 3 de mayo de 2013).
El filósofo francés Voltaire se
refirió a la libertad de prensa como “la base de todas las demás libertades”.
Indispensable para el ejercicio democrático, lo es también para garantizar el
derecho a la información, tal y como se establece en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos de 1948. El Artículo 19 de dicha Declaración, al que los
periodistas nos sentimos especialmente vinculados, establece que: “Todo
individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho
incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y
recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de
fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Sin embargo, el mapa del mundo
establecido por las asociaciones que defienden la libertad de prensa (http://periodistas-es.com/la-libertad-de-prensa-el-3-de-mayo-de-2013-4412)
nos demuestra que esa no es la regla y que vivimos en un mundo donde se sigue
asesinando a periodistas que no hacen otra cosa que cumplir con su trabajo, y
donde existen regímenes políticos que bloquean totalmente la información,
proceda de donde proceda.
Según datos de Reporteros sin
Fronteras, en este momento hay casi 300 periodistas y blogueros encarcelados en
todo el mundo, algunos condenados a “cadena perpetua” por intentar cumplir con
su trabajo de informar. La mayoría están encerrados en cárceles de países
dictatoriales o autoritarios como China, Irán, Eritrea o Vietnam, pero hay
otros, como Turquía, que se ha convertido en la mayor cárcel del mundo para
periodistas, con cerca de 100 encarcelados actualmente. Muchos de ellos no han
tenido acusaciones formales ni juicios previos, pero llevan más de 10 años en
prisión. Están sometidos a durísimas condiciones de vida, no les dejan ver a
sus familias ni tener contacto alguno con el exterior. En algunos casos, viven
largos periodos en celdas de aislamiento o son torturados.
Para Amnistía Internacional, en
cambio, Siria es actualmente el país más peligroso del mundo para el
periodismo. Tanto las fuerzas gubernamentales como los grupos armados de
oposición han cometido crímenes de guerra, incluidas ejecuciones sumarias,
desapariciones forzadas, tortura o secuestros. Intentan silenciar a los
periodistas para impedir que se conozca cómo mueren decenas de miles de
personas desde que comenzaron las protestas en marzo de 2011; o que más de 1,3
millones de refugiados han tenido que abandonar sus hogares para salvar la
vida.
Como cada 3 de mayo, el de hoy es
una ocasión para celebrar los principios fundamentales de la libertad de
prensa, evaluar el grado de libertad que disfruta la prensa en los diferentes
rincones del planeta, defender a los medios de comunicación víctimas de ataques
contra su independencia, y recordar a los periodistas muertos, torturados,
detenidos y encarcelados por cumplir con su deber. Y, como ya viene siendo
norma desde hace algunos años, asumir el hecho de que esta libertad debe
extenderse también a los medios digitales, y a sus trabajadores. Para la
Unesco, en esta Jornada Internacional no solo hay que recordar especialmente la
inseguridad de muchos periodistas en zonas conflictivas y hacer todos los
esfuerzos posibles para combatir la impunidad de los delitos cometidos contra
la libertad de prensa, sino que también hay que exigir en todos los países un
Internet libre y abierto, como condición previa para la seguridad digital.
Conviene recordar una vez más, que
la libertad de prensa no es solamente el derecho de los periodistas a contar
todo lo que no quieren que se sepa los (casi todos) gobiernos, ejércitos,
iglesias, grandes empresas multinacionales, poderes económicos y financieros,
redes de narcotraficantes y crimen organizado, y cualquier otro tipo de poder
que pueda existir, o que se pueda imaginar, sino sobre todo, y
fundamentalmente, el derecho de todos los ciudadanos a recibir y conocer esa
información. Y que, por eso, es tarea de todos -y no solo de los periodistas-
defenderla.
La
libertad de expresión no tiene límites
“No estoy de acuerdo con lo que
dice pero daría mi vida para que pudiera seguir diciéndolo” (frase atribuida a
Voltaire por una de sus biógrafas, aunque parece ser que nunca la pronunció. (Eppure,
se non è vero è ben trovato).
El derecho a decir todo, a escribir
todo, a pensar todo, a ver y escuchar todo, se deriva de una exigencia previa:
no existe ni derecho ni libertad de matar, de atormentar, de maltratar, de
acosar, de oprimir, de obligar, de matar de hambre ni de explotar, escribe el
filósofo situacionista belga Raoul Vaneigem en “Rien n’est sacré, tout peut se
dire. Réflexions sur la liberté d’expression” (Nada es sagrado, todo se puede
decir. Reflexiones sobre la libertad de expresión), publicado en La Découverte en
septiembre de 2003.
En artículos, tertulias y debates
más o menos periodísticos, se menciona estos días con demasiada y peligrosa
frecuencia una frase: “La libertad de expresión tiene sus límites”. La repiten
incansables políticos de distinto trapío, aunque justo es reconocer que
mayoritariamente inclinados a la derecha, en un intento de defensa de sus
indefendibles colegas que han caído en la corrupción, la malversación, la
estafa o el blanqueo de capitales, obligados a comparecer ante la justicia para
responder de esos supuestos delitos. Decirlo, comentarlo, publicarlo, e incluso
echarles en cara -hemeroteca o videoteca en mano- sus desmanes, representa para
esos “defensores” sobrepasar los límites de la libertad de expresión. Y en pos
de ese mimetismo con que en estos tiempos se ejerce el noble oficio del
periodismo, tan degradado últimamente, después son los propios presentadores,
comentaristas, tertulianos, etc., quienes hacen suyo el axioma y expanden por
los cuatro vientos que “La libertad de expresión tiene límites”.
Pero ocurre que no. La libertad de
expresión no conoce límites desde que fuera definida por primera vez en el
Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por
la Asamblea General de la ONU en París, el 10 de diciembre de 1948: “Toda
persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, lo que implica
el derecho a no ser perseguido por sus opiniones, así como el de buscar,
recibir y difundir, sin consideración de fronteras, informaciones e ideas por
cualquier medio de expresión”. El enunciado del artículo es meridiano: derecho
a la libertad de expresión y a difundir informaciones por cualquier medio y sin
ninguna limitación.
Como no podía ser de otra forma en
una Constitución democrática que ampara un Estado de derecho, el contenido del
artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos encuentra su
réplica gemela en el Artículo 20 de la Constitución española, que dice
textualmente:
“Se reconocen y protegen los
derechos:
a) A expresar y difundir libremente
los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier
otro medio de reproducción.
b) A la producción y creación
literaria, artística, científica y técnica.
c) A la libertad de cátedra.
d) A comunicar o recibir libremente
información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a
la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas
libertades”.
En un apartado tercero de las
adendas, la Constitución española introduce el concepto de “límite” a las
libertades anteriormente mencionadas, fijándolo “especialmente, en el derecho
al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y
de la infancia”, es decir, en algunos de los delitos detallados en nuestro
Código penal.
Entiendo que la misma objeción
puede extenderse al resto de los actos criminales fijados en el Código, como la
difamación, el insulto, el ataque, el acoso o la tortura, física o psicológica,
entre otros. Pero es que, tanto en este ejemplo como en la definición anterior
fijada por la Carta Magna, se trata de delitos que nada tienen que ver con la
libertad de expresión, sino con la conducta social, por lo que su denuncia debe
hacerse en los tribunales para que sea la justicia quien dictamine si se ha
incurrido o no en falta.
Ninguna opinión periodística,
broma, ironía, caricatura o denuncia, debe ser nunca adjetivada diciendo que ha
rebasado los límites de la libertad de expresión. Lo único que puede, en todo
caso, aducirse, en que ha incurrido en un posible delito de infamia o falsedad,
ataque a la intimidad o al honor, acoso o tortura, etc. Y, en ese caso, la
solución no está en las tertulias ni en los editoriales periodísticos, sino en
las salas de los tribunales.
La
caída de las democracias y la llegada de los ‘hombres fuertes’
La Clasificación Mundial que
publica este año Reporteros sin Fronteras muestra que la situación de la
libertad de prensa podría dar un gran giro, sobre todo en los países
democráticos. Parece que ya nada detendrá la caída que desde hace varios años
experimentan las democracias. La obsesión por la vigilancia y el hecho de que
no se respete el secreto de las fuentes periodísticas contribuyen a que
numerosos países que antes tenían una buena calificación, desciendan en la
tabla, como es el caso de Estados Unidos (puesto 43º, -2), Reino Unido (40º,
-2), Chile (33º, -2) o Nueva Zelanda (13º, -8).
La llegada de Donald Trump al poder
en Estados Unidos y la campaña del Brexit en el Reino Unido han sido como una
caja de resonancia para el media bashing (ataques a la prensa) y los muy
tóxicos discursos contra los medios de comunicación, han hecho que el mundo
entre en la era de la “posverdad”, la desinformación, la versión alternativa y las
noticias falsas.
De forma paralela, en todos los
lugares donde ha triunfado el paradigma de hombre fuerte y autoritario
retrocede la libertad de prensa. La Polonia (puesto 54º) de Jaroslaw Kaczynski
pierde siete posiciones en la Clasificación de 2017. Tras haber transformado al
sector audiovisual público en herramienta de propaganda, el gobierno polaco se
propuso asfixiar económicamente a diversas publicaciones independientes que se
oponían a sus reformas. La Hungría de Víktor Orbán baja cuatro puestos (71º);
la Tanzania de John Magufuli, 12 (83º). Turquía (155º, -4), tras el fallido
golpe de Estado contra Recep Tayyip Erdogan, ha dado definitivamente un vuelco:
ahora se ubica al lado de los regímenes autoritarios y es la mayor prisión del
mundo para los profesionales de los medios de comunicación. Mientras tanto, la
Rusia de Vladimir Putin permanece anclada en la parte inferior de la
Clasificación, donde ocupa el lugar 148.
“El gran giro que experimentan las
democracias produce vértigo en todos aquellos que piensan que sin una libertad
de prensa sólida, no pueden garantizarse las otras libertades”, señala Christophe
Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras. “¿A dónde nos llevará
esta espiral infernal?”, se pregunta.
Noruega,
primer país de la Clasificación 2017; Corea del Norte, el último
En el nuevo mundo que se perfila,
donde prevalece la tendencia a la baja, incluso quienes siempre fueron ‘buenos alumnos’,
los países nórdicos, han tenido tropiezos: Finlandia (3º, -2), que llevaba seis
años consecutivos a la cabeza de la Clasificación, pierde el primer puesto a
causa de las presiones políticas que sufrieron los periodistas y a los
conflictos de interés registrados. Su lugar lo ocupa ahora Noruega (1º puesto
de la tabla, +2), que no forma parte de la Unión Europea. Un duro golpe para el
modelo europeo.
En segundo lugar se encuentra
Suecia, que asciende seis posiciones. Aunque los periodistas siguen sufriendo
amenazas, las autoridades han enviado señales muy claras condenando a los
autores de dichas agresiones en varias ocasiones durante 2016. La colaboración
entre algunos medios de comunicación, sindicatos de periodistas y la policía es
un avance en la lucha contra dichas amenazas.
Al otro extremo de la Clasificación
se encuentra Eritrea (179º) -país que autorizó a los medios de comunicación
extranjeros a entrar en su territorio por primera vez en 2007 y bajo extrema
vigilancia-, que dejó de ocupar el último lugar en la Clasificación para dar
paso a Corea del Norte. El régimen norcoreano sigue manteniendo a la población
en la ignorancia y el terror. Por el simple hecho de escuchar una radio
localizada en el extranjero, un ciudadano puede ser enviado a un campo de
concentración. Entre los últimos de la lista también se encuentran Turkmenistán
(178º), una de las dictaduras más herméticas del mundo, en la que la represión
de los periodistas no deja de intensificarse, y Siria (177º), sumergido en una
guerra interminable, y que sigue siendo el país más mortífero para los
periodistas, asediados por un dictador sanguinario y por grupos yihadistas.
La libertad de prensa nunca había
estado tan amenazada. En 2016, la situación se agravó en casi dos tercios (el
62,2 %) de los países incluidos la lista, mientras que el número de Estados en
los que la situación de los medios de comunicación se considera “buena” o “más
bien buena” disminuye un 2,3 %.
La zona de Oriente Medio y el
Magreb, desgarrada por los conflictos armados -y no sólo en Siria, también en
Yemen (166º)-, sigue siendo la región del mundo donde más difícil y peligroso
es para un periodista ejercer su profesión.
A poca distancia se encuentra la
zona de Europa del Este y Asia Central. Cerca de dos tercios de los países de
esta región están alrededor o por debajo del puesto 150 de la Clasificación. Y
no sólo Turquía experimenta un gran descenso. En 2016, el gobierno ruso volvió
a tratar de incrementar su control de los medios de comunicación independientes,
mientras que los déspotas del espacio postsoviético, desde Tayikistán (149º) a
Turkmenistán (178º), pasando por Azerbaiyán (162º), perfeccionaron sus sistemas
de control y represión.
La región de Asia y el Pacífico,
que ocupa el tercer lugar, es la que bate todos los récords: allí se encuentran
algunas de las mayores prisiones del mundo para periodistas y blogueros -China
(176º) y Vietnam (175º)-, o algunos de los países más peligrosos para los
periodistas -Pakistán (139º), Filipinas (127º) y Bangladesh (146º)-. En la
región también convive un gran número de “Depredadores de la libertad de
prensa”, que dirigen las peores dictaduras del planeta -China, Corea del Norte
(180º) y Laos (170º)-, agujeros negros de la información.
Después viene África, donde se ha
convertido en costumbre cortar el acceso a Internet durante las elecciones y
cuando se registran movimientos sociales.
En América, Cuba (173º, -2) es el
único país del continente americano que está en la parte coloreada en negro de
la Clasificación, esa en la que se sitúan las peores dictaduras y los regímenes
autoritarios de Asia y Oriente Medio.
Finalmente, y a pesar de sus malos
resultados, Europa sigue siendo la zona geográfica donde los medios de
comunicación son más libres. Sin embargo, el índice global de Europa es el que
experimentó el mayor deterioro: +3,80 % en un año. Es donde el daño es más
impactante si se observa su evolución en los últimos cinco años: +17,5 %. Como
comparación, en el mismo periodo, el índice de la zona Asia-Pacífico
experimentó una variación de 0,9 %.
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