Antes del frío invierno (Avant l’hiver), tercera
película del novelista francés Philippe
Claudel, tras Silencio de Amor y Hace mucho que te quiero,
es un thriller intimista que plantea algunas de las transformaciones que el
tiempo opera en las personas, en este caso “en una pareja burguesa antes del
invierno de sus vidas y tras un otoño luminoso”. Copio textualmente la frase
promocional de la película porque se supone que explica al menos el título, aunque
en absoluto el contenido.
Protagonizada
por un buen actor, Daniel Auteil (La Reina Margot, Salir del armario, Sostiene
Pereira), y una actriz, Kristin Scott Thomas (El paciente inglés, Secretos de familia,
La mujer del distrito V, La pesca de salmones en el desierto), que en toda su
carrera no nos ha ofrecido más allá de media docena de expresiones, y
especialmente la de mujer que sufre por dentro y lo lleva con enorme dignidad
por fuera, completan el reparto otro buen actor, Richard Berry (No quiero que
te vayas, Todos crecimos con Louis de Funes, El inmortal), y la joven Leila
Bekhti (La fuente de las mujeres, una vida mejor), nos cuenta un fragmento de
la historia del matrimonio formado por un neurocirujano, Paul, un sexagenario
un tanto perdido, y su esposa Lucie, aparentemente dedicada solo a “sus
labores”, que incluyen pasarse media película limpiando el enorme jardín de la
mansión en que reside la pareja (esto es muy subjetivo, por supuesto, pero cada
vez que Scott Thomas aparece en la pantalla tengo la impresión de que está
explicando a los espectadores la suerte que tienen de contar con ella en la
película).
La
confortable y aburguesada vida de la pareja, que en otro lugar tiene un hijo
casado y una nieta, transcurre en medio de la rutina habitual hasta que un día
el doctor empieza a recibir ramos de rosas rojas: en su casa, en la consulta,
depositados sobre el capó del coche…, justo en el momento en que empieza a
encontrarse con demasiada frecuencia a una joven, Lou, a la que ha conocido
como camarera de un bar. Paul siente por lo menos curiosidad y se cita varias
veces con la chica –que también es prostituta callejera nocturna-; la esposa, primero
se mosquea y después confirma sus sospechas con el móvil. Y el amigo de toda la
vida, el psiquiatra Gérard, reparte consejos a todos los personajes, incluida
la joven que ha llegado hasta su consulta. Unos y otros reflexionan y disertan
sobre el sentido de la vida, el paso del tiempo, la fragilidad de la felicidad
y la verdad de cada cual (si somos lo que parecemos, lo que queremos, lo que
deseábamos, y si…)
Hasta
aquí, una película lenta pero bien, en la que todo es “demasiado tradicional,
demasiado tranquilo. En la crisis en que nos sumerge todo es silencioso.
Incluso cuando aparecen los policías, hablan con voz envolvente, como si
temieran alterar a sus interlocutores” (Télérama, cuando se estrenó en
Francia). Es también demasiado previsible, hasta en la relación de las tres
“personas mayores” de la historia.
Y,
de pronto, todo se resuelve a partir de una canción que, al menos yo, no he
conseguido saber qué significado tiene ni para el médico, ni para la joven (con
la que al parecer compartía algo inexplicado relacionado con las amapolas del
estribillo), ni mucho menos para la esposa que la escucha, hierática como de
costumbre, en el cuadro de la puerta. No sé los espectadores, yo he salido
pensando que le faltaba un trozo al pastel.
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