sábado, 17 de noviembre de 2018

“La educación del rey”, metáfora argentina de iniciación


La ópera prima del argentino Santiago Esteves es una película madura y sincera, un thriller sobre un adolescente que da sus primeros pasos en el mundo de la delincuencia y un vigilante de seguridad retirado que se hace cargo de él cuando se lo encuentra en su jardín, huyendo de otros  malhechores que le persiguen. En principio, los dos ganan con la relación de entre confianza y complicidad establecida, y los dos aprenden algo.

 “La educación del rey » es una tragedia del más puro realismo social que nos deja con un sabor agridulce y la convicción de haber asistido a un curso de educación impartido por uno de esos profesores que querríamos haber conocido.

 « El Rey » es el joven Reynaldo (Matías Encinas, un debutante que no decepciona) quien ha participado en un robo que ha salido mal. Cuando, huyendo, se esconde en un jardín el propietario, Carlos Vargas (Germán de Silva, “Relatos salvajes”, “El eslabón podrido”), no le denuncia a la policía pese a que ha destrozado un vivero de su mujer, sino que le propone un intercambio: que se quede en su casa hasta que arregle lo que ha roto. Mientras el chico endereza y clava listones y el jubilado le va soltando consejos y enseñándole cosas prácticas con el objetivo de convertirle en un ser responsable (casi una educación principesca para alguien que se llama Rey), entre ellos se establece una relación de relativa confianza. Pero el pasado acosa al chico, el robo en que tomó parte era el encargo de unos policías corruptos que quieren recuperar el botín, y no escatiman medios para conseguirlo.

Digamos que en países como Argentina, y también otros muchos incluido el nuestro, donde a diario se descubren casos de abusos y corrupción en casi todos los niveles de la sociedad, la historia que nos cuenta Santiago Esteves puede parecer hasta convencional; sin embargo, no ha cometido el error de diseñar  personajes arquetípicos, por lo que todos ellos (a excepción de los policías corruptos, que son los auténticos “malos” de la historia) tienen luces y sombras, virtudes y defectos como la gente que nos tenemos por “normal”: “Reynaldo no es ni un pájaro caído del nido ni un caso social” (he leído en una crítica francesa de 2017, porque incomprensiblemente esta película ha tardado casi dos años en estrenarse en nuestro país, pese a haber conseguido en el Festival de San Sebastián el Premio Cine en Construcción 2016 y haber participado en su producción instituciones españolas). Y los policías corruptos, entonces como ahora, son a imagen y semejanza de los políticos que tantas veces conducen a los países al borde del abismo.

Según leo en algunas páginas argentinas, en sus orígenes esta película, rodada en la ciudad de Mendoza, patria chica del realizador, era una miniserie televisiva de cuatro episodios de media hora. Con pocos medios y mucha convicción, Santiago Esteves ha retratado esa juventud de las sociedades contemporáneas corruptas que, crecida en un medio hostil y en épocas de crisis (Argentina  estuvo clasificado hasta 2014 como país en “falta de pago” por su deuda), está dispuesta a todo para escapar a la fatalidad de no tener futuro, incluso a colocarse al margen de la ley. Una situación que, como recuerdan algunos comentaristas, no se ha dado solamente en Argentina ni tampoco solo en nuestro tiempo: y recuerdan el Oliver Twist de Dickens para evidenciar que ha ocurrido antes en otras épocas y en otros rincones del planeta.

Santiago Esteves (Mendoza, 1983) está licenciado en psicología y se inició en el cine trabajando como montador. Después, escribió y dirigió cortometrajes: “Cinco tardes sin Clara” (2009), “Los crímenes” (2011, Mejor corto Iberoamericano y Premio de la Crítica en el Festival de Huesca), y “Un sueño recurrente” (2013).




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