“Bergman, su gran año” ("Bergman, a year in a life"), documental “ni redundante ni
hagiográfico” dirigido por Jane
Magnusson aborda, en el
año en que se cumple el centenario del nacimiento del mejor realizador sueco, uno de los períodos más importantes de la vida
y la carrera del mítico cineasta: el año 1957 cuando, a punto de cumplir
cuarenta años, rodó dos obras maestras
–“Fresas salvajes” y “El séptimo sello”- y un telefilm, y dirigió cuatro obras de teatro, entre ellas
un “Peer Gynt” que duraba cuatro horas, al tiempo que compaginaba el trabajo
con la complicada vida familiar que siempre tuvo. En aquel momento, una mujer,
dos amantes y seis hijos.
Entrevistas, documentos, extractos de
películas, recuerdos de algunos supervivientes (Ingmar Bergman falleció en
julio de 2007 a los 89 años) configuran el retrato afable, casi una declaración
de amor, de una de las grandes figuras
del cine mundial, no solo por la calidad sino también por la cantidad, que ha dejado
tras de sí una obra colosal: nada menos que 55 películas (muchas de ellas geniales),
numerosos telefilms y decenas de obras de teatro. El amor de la realizadora por
su ídolo no esconde el lado más oscuro del maestro, su comportamiento muchas
veces agresivo y violento (y se supone que también en su vida más íntima).
Centrado en aquel año especialmente prolífico, la vida
del cineasta es una excusa de la realizadora del documental para hablar de la
vitalidad de Ingmar Bergman que encadenaba esposas, hijos y proyectos; para
poner el acento en su imaginación (lo mismo que en sus demonios particulares,
todos ellos exorcizados en las historias de sucesivas películas), su formidable
vitalidad y el gramo de locura indispensable que encontramos siempre que
hablamos de un auténtico genio.
Ese año, 1957, es precisamente el momento en que
Bergman se convierte en un icono cinematográfico mundial, un artistas
hiperproductivo capaz de ir ligando una obra maestra tras otra, encarando los
dramas existenciales con una belleza que deja sin aliento. Pero también es el
año en que se manifiestan las varias úlceras de estómago que le acompañarían
hasta el final, a las que hay quien achaca sus alteraciones emocionales.
Algunos de los entrevistados para el documental- actores y técnicos- no
esconden sus errores (mentiras, tratos vejatorios, las iniciales simpatías
nazis de la adolescencia…), ni el hecho de que fuera denunciado por su familia,
a la que tenía prácticamente descuidada.
Treinta años más tarde, en 1987, fue el propio
Bergman, el seductor y el déspota, el artista que alimentó sus películas con
recuerdos de infancia, quien decidió despertar a sus demonios, hablar de sus
debilidades y sus angustias (insomnio, miedo a la oscuridad, claustrofobia,
celos…), e incluso jugar con la verdad emborronando pistas, en una soberbia y cruel autobiografía
titulada “Lanterna Magica”.
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