domingo, 25 de febrero de 2018

“Oficio de difuntos” de Úslar Pietri: Las dictaduras son exactamente lo que parecen


Nada se parece más a una dictadura que otra dictadura. Leyendo los primeros párrafos de la novela “Oficio de difuntos”, del venezolano Arturo Úslar Pietri, publicada en 1976 y reeditada en 2017 por Drácena, me parecía estar reviviendo algunas situaciones conocidas, y muchas de las pesadillas que ocurrieron mientras estaba despierta.

Algunos de los mejores narradores americanos en lengua castellana han abordado el tema de los dictadores en relatos de ficción que ya forman parte de la historia de la Literatura: Alejo Carpentier (“El recurso del método”), Gabriel García Márquez (“El otoño del patriarca”), Miguel Angel Asturias (“El señor presidente”), Augusto Roa Bastos (“Yo el Supremo”)…Todos ellos han reflejado la realidad de ese fenómeno tan extendido en sus países: la aparición de un caudillo que les ha dirigido de forma muy autoritaria durante alguno años (muchos, demasiados siempre).

“Oficio de difuntos” es una novela importante, de las que cabe incluir en el “boom” de la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX, escrita por el inventor de la expresión “realismo mágico”. Úslar Pietri “no inventa el personaje, no nos introduce en un círculo de ilusiones. Elige una realidad específica, un verdadero microcosmos dentro del cual vivió en el despertar de su adolescencia” (Ignacio Quintana, El País, junio 1977), y nos lleva a un  paseo literario por la vida y milagros de un caudillo criollo de origen rural, el dictador venezolano Juan Vicente Gómez (1857-1935), en la narración Aparicio Peláez, quien ejerció de sátrapa durante 27 años y al que las biografías definen como “militar y hacendado” (que significa propietario de hacienda, en este caso la finca familiar  “La Mulera”, donde nació, en el estado de Táchira); y, en cuanto a lo de militar, general autoproclamado y golpista, como tantos otros especímenes que han acabado convirtiendo muchos países latinoamericanos -que han conocido un sucesión de guerras civiles, sublevaciones, cuartelazos y tiranías- en repúblicas bananeras gobernadas al antojo personal por esos cabecillas que llegan al poder como “pacificadores” en tiempos revueltos y, gracias “a la obsequiosa abyección de quienes les rodean, se convierten en sangrientos dictadores sin apenas oposición.
En esta biografía novelada de un representante de esa casta, el narrador es un cura de libro, el padre Solana –tragón, bebedor, mujeriego, corrupto,  “familiar” del primer círculo de poder- que, tras haber disfrutado durante toda la dictadura de los privilegios ganados como capellán personal y escritor de loas al caudillo, a la muerte de éste y a la vista de que le piden que se signifique una vez más haciendo su panegírico en el funeral,  se plantea el negro futuro que le espera si la oposición, silenciada hasta entonces, consigue una parcela de poder, por pequeña que sea; o si se desatan los odios y las venganzas, y cualquier “desaprensivo” decide cobrarse la deuda de alguna tropelía.

Un narrador que nos va llevando por la caleidoscópica Venezuela de la primera mitad del siglo XX, en la que contrastan señales de progreso,  como grandes obras públicas, con evidentes manifestaciones de inhumanidad, como el “hostigamiento y la desaparición de miles” de ciudadanos, y  nos acerca a la construcción del “gendarme necesario”, que tanto juego ha dado, y sigue dando en el sudcontinente americano.

El dictador Gómez fue un hombre excesivo desde su nacimiento: primogénito de doce hermanos, construyó dos núcleos familiares oficiales, el primero con siete hijos y el segundo con ocho, pero también fue padre de entre 63 y 73 hijos ilegítimos, muchos de los cuales recibieron puestos en la administración pública (junto con algunos de los legítimos), lo que le valió certeras acusaciones de nepotismo. En el aspecto económico y financiero, el régimen “gomecista” definió el marco legal mediante el cual se cedió gran parte del territorio nacional en concesiones a los grande consorcios petroleros internacionales.

Arturo Úslar Pietri nació en Caracas, en 1906, donde murió en 2001. Como descendiente de un edecán de Simón Bolívar y de dos presidentes de Venezuela —su abuelo materno, el general Juan Pietri, fue presidente del consejo de Gobierno— se crió en un ambiente familiar muy político, que le sirvió para ocupar diversos cargos: tres veces ministro —de Educación, de Hacienda y de Interior—, secretario de la Presidencia de la República, diputado y senador, y hasta candidato a la Presidencia de la República, por el partido conservador derechista  (CIPFN), posteriormente Frente Nacional Democrático (FND),en 1963. 
Como varios escritores latinoamericanos, compaginó el ejercicio de la política con el de escritor. En 1929 fue destinado a París, como agregado civil en la Embajada de Venezuela, donde trabó amistad con Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier,que como él desempeñaban funciones diplomáticas, y frecuentó  a Paul Valéry,  Robert Desnos,  André Breton,  Ramón Gómez de la Serna… En el ensayo “Letras y hombres en Venezuela” (1948) formuló el término “realismo mágico”.  Su obra literaria aborda distintos géneros, en especial el ensayo periodístico, pero también escribió siete novelas “Las lanzas coloradas” (1931), “El camino de el Dorado” (1947), “Un retrato en la geografía” (1962), “Estación de máscaras” (1964), “Oficio de difuntos” (1976), “La isla de Robinsón” (1981) y “La visita en el tiempo” (1990), además de nueve recopilaciones de cuentos. Recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1990.


Arturo Úslar Pietri.
“Oficio de difuntos
Prólogo de Moisés Naím.
Drácena editorial. Madrid, 2017.
ISBN: 9788494648342
352 páginas, 22,95€.



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