miércoles, 14 de febrero de 2018

La última bandera


“-Cada generación tiene su guerra

-A lo mejor un día inventamos algo distinto”


Estamos en  2003. El antiguo médico de la marina Larry “Doc” Shepherd (Steve Carell) busca a quienes fueron sus mejore amigos en Vietnam para llevar a cabo una última misión: enterrar  su hijo, fallecido de un disparo en la guerra de Irak mientras repartía material escolar en un pueblo, cuyo cadáver acaba de ser repatriado a Estados Unidos . Doc se niega a que el cuerpo de su hijo sea llevado al cementerio de Arlington, donde el ejército pretende enterrarlo como héroe de guerra,  y con la ayuda de Sal (Bryan Cranston), ahora propietario de un bar,  y Mueller (Laurence Fishburne), el típico soldado bebedor, ligón y putero excesivo reconvertido en “reverendo”,  traslada el féretro en un viaje –una “road-movie ferroviaria- por varios estados de la Unión durante el cual los tres amigos evocarán, treinta años después, hasta qué punto la guerra les afectó y sigue afectando a sus vidas.

En el camino, se mezclan momentos de emoción con los recuerdos más divertidos mientras los « veteranos » recuperan una camaradería y una complicidad  olvidadas.

Adaptación de una novela de Darryl Ponicsan, “La última bandera” es una tragicomedia militante y madura, servida con una dosis de crítica política (a la patriotería) y algunas gotas de antimilitarismo al poner de manifiesto la hipocresía de un ejército que pretende convertir en heroica una muerte accidental, bien que haya ocurrido en territorio de guerra.  

Una ojeada sincera sobre la sociedad y la historia reciente de Estados Unidos, con una ternura especial para esos ciudadanos ordinarios que pueblan la “América profunda”, aunque resulten de una tremenda vulgaridad.

Por sus referencias a dos guerras y por su tratamiento de road-movie, “La última bandera” nos recuerda inevitablemente otros largometrajes anteriores, básicamente de los años 1970, pero también es un deber citar a John Ford cuando tenemos delante unos soldados motivados por esos sentimientos profundos que son la amistad (aunque esté envuelta en vapores de alcohol) y el compromiso colectivo,  que tienen que enfrentarse a la rigidez del sistema militar (de cualquier latitud).

No hace falta estar de acuerdo con todo lo que platea esta película para considerarla cuanto menos interesante…y distinta, en el sentido de que trata aspectos que el cine de Hollywood ignora habitualmente. Y para reconocer que el director, y co-guionista, ha conseguido lo más importante: hacer que funcione, y muy bien, la química entre el trío de actores protagonistas, mediante el encadenamiento de situaciones trágica y cómicas y el planteamiento directo de verdades como puños (“El dolor es dolor”).

 La última bandera es la que los amigos compran para envolver el féretro del soldado antes de enterrarlo en el cementerio de su pueblo.




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