“Felices sueños” (Fai bei sogni) es
la última película del italiano Marco Bellocchio ( “I pugni in tasca”, “La Cina
è vicina”, Premio especial del Jurado de Venecia en 1967, “Vincere”, “Buon
giorno, notte”, Premio al mejor guion en 2003), cincuenta años de profesión
estudiando un país contradictorio hasta la médula y reflexionando en voz alta y
ante el espectador sobre esas mismas contradicciones, políticas y sociales.
“Felices sueños” es una adaptación del éxito literario “Me deseó felices
sueños”, autobiografía del periodista Massimo Gramellini, editado en España por
Destino.
En Turín, en 1969, la infancia de
Massimo (Valerio Mastandrea, “La prima cosa bella”, “Viva la libertà”) sufre un
gran shock, a los 9 años, cuando muere su madre. Treinta años más tarde, y
después de trabajar primero como periodista deportivo y después como reportero
en la guerra de Sarajevo, empieza a sufrir ataques de pánico. Mientras
empaqueta y recoge cosas en el apartamento familiar que le ha cedido su padre,
casado de nuevo, conoce a una doctora (Bérénice Bejo, “The Artist”) que intenta
ayudarle a restañar las heridas del pasado.
“Felices sueños” es una confesión
autobiográfica del dolor por la pérdida de la madre. La figura materna, tan
presente en el cine y en la vida de los italianos, y las tragedias familiares,
son dos temas recurrentes en la obra de Bellocchio; así como la tragedia social
que supone escuchar continuamente, e incluso reconocerlo en algún momento, que
las personas felices no crean nada y que se necesita odiar para hacer algo
grande.
Es también una historia transversal
(palabra tan de moda hoy) que va de la familia a la religión, pasando por la
hipocresía burguesa y las mentiras que con frecuencia son la base de tantas
relaciones familiares: mentiras piadosas tantas veces, mentiras vergonzosas
otras, mentiras, en fin de cuentas que ayudan a vivir.
Presentada en el último festival de
Cannes, en la sesión de inauguración de la Quincena de los Realizadores -“He
representado bastante fielmente (la historia contada en el libro) aunque a mi
manera”, dijo Bellocchio en la presentación-, y mejor película de 2016 para el
Sindicato de Críticos Cinematográficos Italianos (SNCCI) el tema central es la
historia de un chico que tiene que crecer sin su madre, contando con su
ausencia “pero también con su ‘presencia”, sus reacciones ante la religión y la
fe, y también ante otros niños que tienen madre, y el peso de la memoria. Y
también la contradicción entre el hombre fuerte que destaca en un trabajo de
riesgo y la fragilidad de ese mismo hombre en su vida privada, cargando con el
peso excesivo de una ausencia.
Una película confeccionada a base
de escenas, episodios, instantáneas, para dibujar la soledad de la infancia,
las complicadas relaciones familiares, la figura siempre autoritaria de un padre
severo y distante y también “una reflexión sobre generación de padres con la
cual se puede hablar y discutir”. Evidentemente, el personaje creado por Marco
Bellocchio -veterano de un cine italiano comprometido- no es el único huérfano
de la historia, pero puede decirse que hace de su orfandad el eje sobre el que
gira toda su vida. Desde el punto de vista de la importancia de los temas
subyacentes, yo diría que sobran algunos metros de película, porque al final
resulta demasiado larga. Hasta el punto de que la revelación final, que pone un
toque de tragedia griega en el relato, no alcanza el grado de interés que se le
supone.
“La película gustará porque
Bellocchio, a los 77 años sigue siendo un gran director (…) y por eso le
perdonamos por enésima vez la incapacidad de “no” elaborar sus lutos personales
e incluso verterlos hacia afuera (como si el luto fuera sangre) en cada
película” (Giorgio Carbone, “Libero”).
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