A partir del “caso Weinstein” -Harvey Weinstein, productor judío ganador de un Oscar por la película “Shakespeare in love” que durante años fue el amo de Hollywood, violador confeso condenado en 2020 a 23 años de cárcel por dos agresiones quien, con la salud muy quebrada actualmente espera en la cárcel la celebración de otro juicio- y de la aparición en Estados Unidos del movimiento #MeToo (Yo también), mujeres de diferentes países empezaron a organizarse y a presentar denuncias por agresiones, abusos y violaciones, que han acabado en graves condenas para los hombres que los cometieron, dictadas prácticamente a diario.
Evidentemente, ni el
movimiento feminista ni las graves condenas han conseguido terminar con las
agresiones y los crímenes machistas. La casuística ha demostrado que este tipo
de conductas responden siempre a situaciones donde se dan relaciones de poder:
productores de cine, directivos de empresas, jefes de secciones, de plantillas
y de todo tipo de trabajos, manipulan y presionan a las mujeres que dependen de
ellos, amenazando con expulsarlas o impedir su promoción si no se pliegan a sus
inconfesables deseos mientras que, por el contrario, encontrarán su apoyo
durante, al menos, el tiempo en que sean “favoritas”.
Estos hombres
despreciables destruyen con su comportamiento carreras y familias, sin el más mínimo escrúpulo. Y
también sin el menor respeto someten a las mujeres de sus entornos
consiguiendo, en muchos casos, que nadie –ni familiares, ni la policía ni los
jueces- reconozcan su situación de víctimas..
Ovacionado al grito de
“Yo sí te creo” en el último Festival de San Sebastián, el documental “El techo
amarillo” (El sostre groc), dirigido por la catalana Isabel Coixet, se centra
en las denuncias de abusos sexuales que en 2018 presentaron más de veinte
mujeres por los “abusos sexuales continuados” cometidos entre 2001 y 2008 por
dos profesores de interpretación, uno de ellos también director de nombre
Antonio Gómez, en la prestigiosa institución Aula de Teatre de Lleida. Algunas
de las denunciantes eran menores.
El caso terminó
archivado pero ahora, gracias a los testimonio recogidos en el documental, “El
techo amarillo” (1) se ha convertido en una prueba fundamental para intentar
que el caso tenga recorrido judicial.
Escalofriantes los
relatos de las alumnas víctimas, entre las que también se encuentra al menos
una profesora, y escalofriante la desfachatez con que el mencionado director
manipula a sus víctimas convenciéndolas de que el teatro necesita oscuridad, que
las gentes se desnuden, se toquen, se besen, incluso se enamoren de quien no es
más que un depredador sexual que, desde el poder que le da ser el profesor,
convierte los abusos en algo así como lecciones magistrales.
“El techo amarillo” es
una película imprescindible para comprender como funciona el mecanismo de la
seducción pensada para llegar al abuso y la violación. Viéndola he pensado en
todos los miles de niños y adolescentes abusados en relaciones tóxicas, del
norte al sur del mapa del mundo, por maestros, religiosos, jefecillos de campamentos y seminarios, y
también familiares, que les atemorizan y les convencen de que ellos son los
culpables. Nadie, nunca, podrá devolverles ese tiempo.
(1) “El techo amarillo”
se estrena en los cines madrileños el viernes 16 de diciembre de 2022.
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