Aekay Babtchenko |
Seguro que serán muchos los lectores y
telespectadores que se habrán hecho un montón de preguntas ante la noticia,
primero de la muerte del periodista ruso Arkadi Babtchenko y después su
aparición en una rueda de prensa junto a las autoridades, todo ello en Ucrania,
en Kiev donde reside, diciendo que todo
fue un montaje ante el temor de ser realmente asesinado. Si los lectores se han
sentido chocados, lo que resulta evidente es que a los periodistas nos ha
planteado varios interrogantes acerca de la deontología profesional y de si,
una vez más, el fin justifica los medios y al final todo vale, aunque seamos
precisamente nosotros, los periodistas,
los creadores de esas mentiras informativas (fake news) que reprochamos,
y con razón, a nuestros políticos: todo lo malo se pega, decían nuestras
abuelas.
Solo por citar un ejemplo reciente, la
desfachatez con que, en estos días de vértigo pasados, hemos oído a los
conservadores locales, y sus plumillas secuaces, contar mentiras, reescribir la
historia más reciente –materia en la que están diplomados cum laude- sin que se
les moviera una pestaña ni les sudaran las axilas.
Pero volvamos a la mentira y el montaje
del asesinato y posterior resurrección
del ruso Babtchenko que habrá combatido en muchas guerras, habrá sido un avezado
y valiente reportero, habrá criticado los mangoneos del Kremlin y puede que
incluso haya lamentado en voz alta los asesinatos reales de colegas suyos, como
Ana Politkovskaya, reportera de Novaia
Gazeta, asesinada de un disparo el 7 de octubre de 2006 en la entrada de su
casa; o el gran periodistas bielorruso Pavel Cherenet, exiliado en Ucrania y
asesinado en Kiev con una bomba colocada en los bajos de su automóvil, el 20 de
julio de 2016; o el asesinato de Natalia Estemirova, otra de los seis periodistas
de Novaia Gazeta liquidados entre
2000 y 2009, que había sustituido a Politkovskaya, el 15 de julio Gozny; o
también los asesinatos de la Anastasia Babourova y su acompañante, el abogado Stanislas
Markelov, el 9 de enero de 2009, cuando salían de una rueda de prensa en Moscú.
Y uno más, que marca un hito porque es el primer periodista extranjero
asesinado en Rusia: Paul Klebnikov, americano de origen ruso, asesinado de
cuatro disparos el 9 de julio de 2004 cuando salía de su despacho en Moscú. La
lista es mucho más larga desde la llegada de Putin por primera vez a las
esferas del poder.
Ante la incógnita de cómo alguien que
lleva años viendo “caer” a sus compañeros, en Moscú y en otras ciudades
-incluso en otros países porque la sombra del Kremlin es alargada como
demuestran periódicamente las “liquidaciones” de su ex agentes en Londres-
puede organizar la farsa de su propia muerte y convertirla en noticia de
primera, por mucho que “las autoridades” le hayan aconsejado hacerlo para dejar
con el culo al aire a quienes, al parecer, realmente planeaban su asesinato, no
hemos sido capaces de encontrar ninguna respuesta. Ni siquiera el hecho de que
el montaje haya permitido una detención (que vaya usted a saber, tratándose del
país de que hablamos) justifica la actuación de Babtchenko. Y con esto no estoy
diciendo que debió resignarse y dejarse matar, pero seguro que había otras
opciones.
La mejor respuesta, hasta el momento, a
las consecuencias de este lamentable episodio la he encontrado en un artículo
de Pierre Haski en el digital L’Obs.
Pierre Haski, flamante presidente de Reporters sans Frontières (FSR), es un
maestro al que hace mucho tiempo respeto, desde sus largos años de corresponsal
de Libèration en China y la posterior
fundación del digital Rue 89, una
referencia ineludible, absorbido ahora por el grupo Le Monde (supongo que por motivos económicos) y reducido a ser una
especie de esquina indignada en L’Obs.
Haski ha escrito con rotundidad: “Lo que
se ha asesinado es la confianza”. La confianza en el periodista ruso, la
confianza en los periodistas todos, la confianza en la prensa, un tanto
deteriorada ya, y en cambio ha devuelto la confianza perdida a Rusia: “Ucrania
ha dado la victoria a Rusia en un terreno que nadie esperaba, la confianza”,
mermada por el reciente asesinato del último de sus espías en Salisbury lo que,
como en ocasiones anteriores, Moscú califica de “provocación”. En el caso de
Babtchenko, el desmentido de la implicación de Moscú era exacto.
En su artículo, Haski menciona la reacción de un periodista
independiente ruso, Andrei Soldatov, autor del libro “The Red Web” sobre el
control de Internet por el Kremlin, quien después de rendir homenaje a su
colega “asesinado”, en la subsiguiente conferencia de prensa dejó hablar a su
rabia: “Desolado chicos, pero en mi opinión se ha franqueado una línea roja.
Babtchenko es un periodista, no un policía, y una buena parte de nuestro
trabajo reposa en la confianza, digan lo que digan Trump y Putin sobre las “fake
news”. Me alegra que esté vivo pero ha arruinado un poco más la credibilidad de
los periodistas y los medios de comunicación”.
“Más allá del asunto Babtchenko- continúa
Haski- hay que entender el reto de la confianza de que habla Soldatov. Desde
hace varios años, los poderes autoritarios, los movimientos populistas y los
que se dedican a eso que llaman la ‘reinformación’, llevan a cabo una auténtica
labor de zapa, un intento de redefinir la agenda frente a los medios
dominantes, destacando el descrédito que padecen, por buenas y malas razones,
los periodistas en todo el mundo. Lo que ha facilitado la emergencia de
conceptos como “posverdad” o, más audaz todavía, “hechos alternativos” (¿por
qué pienso en Rajoy, Cospedal, Hernando…?), fórmula utilizada por la portavoz
de la Casa Blanca tras la elección de Donald Trump, para hablar de la absurda
polémica desatada en torno al número de
asistentes al juramento de su cargo”.
Conceptos que, como muy bien señala Haski,
solo pueden prosperar sobre la base de un descrédito de los medios y la oferta
a los ciudadanos desencantados de un universo paralelo: “Su éxito reposa en la
polarización, no en el pluralismo de una sana democracia”. Y aquí es cuando
viene eso de que, con el montaje del caso Babtchenko, Ucrania ha ofrecido a Rusia su mejor e
inesperada victoria en el terreno de la confianza Los medios no tenían ninguna
razón para desconfiar de una información procedente de fuentes oficiales y
publicaron sin dudar la noticia. Esos mismos
medios tradicionales que, afectados severamente por la irrupción de
Internet y debilitados por la pérdida de lectores y de la confianza de los que
quedan, “intentan una difícil reconquista que, entre otras cosas, pasa por el
‘fact-cheking’ o verificación de los hechos”, algo que nunca debió perderse.
Está claro que solo podemos alegrarnos
ante la evidencia de que Babtchenko siga con vida, pero “él es el primero en
verse afectado por esta pérdida de credibilidad”. Lo que deja paso a la pregunta
del millón: ¿Qué ocurrirá la próxima vez que un periodista sea realmente
asesinado?
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