miércoles, 5 de febrero de 2020

“Adú” de Salvador Calvo, el utópico sueño del Norte


En un intento desesperado por alcanzar Europa y agazapados en una pista de aterrizaje en Camerún, un niño de seis años y su hermana mayor esperan para colarse en las bodegas de un avión. No demasiado lejos, un activista medioambiental contempla la terrible imagen de un elefante, muerto y sin colmillos. Miles de kilómetros al norte, en Melilla, un grupo de guardias civiles se enfrenta a la muchedumbre de subsaharianos que ha iniciado el asalto a la valla. Tres historias que caminan más o menos en paralelo mientras el espectador se centra en el drama del niño, lleno de obstáculos, violencia, abusos y pérdidas, hasta su desesperada llegada a las costas españolas.

“Adú, nombre del auténtico protagonista de estas tres historias, aunque el cartel lo encabece  Luis Tosar imagino que para mejor vender el producto, segundo largometraje de  Salvador Calvo (“1898. Los últimos de Filipinas”),  es una película valiente, sincera y honesta, con momentos de una emoción difícilmente soportable, que personifica en un niño camerunés de 6 años –Adú (Moustapha Oumarou)- a los 35 millones como él que en 2018 (cifras oficiales, la mitad del total) dejaron atrás sus países y sus hogares en busca de una vida mejor: “No lo hicieron por gusto, lo hicieron por necesidad: expulsados por guerra, por el color de su piel, sus ideas, identidad sexual o religión”.
Mientras Adú completa su dolorosa odisea por tierra, aire y mar, el malhumorado activista funcionario de una ONG (Luis Tosar) que protege a los elefantes de los furtivos que les matan para vender el marfil, tiene que ocuparse de su insoportable hija (Anna Castillo), llegada de  España con su cargamento de frustraciones y malos rollos. Y más al norte, una patrulla de guardiaciviles se enfrenta al juicio por la muerte de un migrante en el asalto a la valla –todavía con concertinas- de Melilla.
Hora y media de una Tragedia, con mayúscula, que se  repite demasiado en los últimos tiempos y que, a fuerza de ver repetidas imágenes parecidas en los informativos televisivos, hemos aprendido a integrar en nuestra cotidianidad como parte de la condición humana. Ya no nos sorprenden las mafias que engañan a quienes buscan un futuro mejor en otra parte,  ni los niños hambrientos e incluso enfermos que, solos en el más hostil de los mundos,  son moneda de cambio, se prostituyen para seguir adelante, se pierden en la selva o terminan ahogados en el mar mientras avistan las costas del mundo que han soñado. Una Tragedia que hay que ver y archivar en la memoria.
Sin concesiones, sin paternalismos, sin necesidad de explicar que la realidad supera con creces a la ficción, “Adú” es una historia descarnada y necesaria sobre la emigración. La personalidad de Adú es tan fuerte, llena de tal manera la pantalla que al espectador se le hace innecesario el contrapunto de las otras dos historias.

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