Fuego en el mar ("Fuocoamare*): más allá de Lampedusa, la tragedia
“¿Alguien
puede acostumbrarse a ver cadáveres de niños, de mujeres embarazadas, de bebés
nacidos durante la travesía que, cuando los rescatan, están colgando todavía
del cordón umbilical…? Con frecuencia tengo pesadillas”.
(Confesiones al realizador de Pietro Bartolo, médico de Lampedusa)
Samuel es un adolescente de 12
años, hijo de marinero, que vive en la isla de Lampedusa, una superficie de
poco más de 20 kilómetros cuadrados situada a 1.100 kilómetros de África y 200
de Sicilia. Samuel va a la escuela y juega con un amigo al que enseña a
fabricar un tirachinas. Todo en su entorno habla del mar y de los miles de
hombres, mujeres y niños que, arriesgando la vida, intentan llegar a su isla;
una isla que no es como las otras, porque es una frontera simbólica de Europa
que en los últimos veinte años han atravesado miles de emigrantes y refugiados
en busca de libertad. También es la meta a la que no han llegado al menos
20.000 seres humanos ahogados, que se encuentran en el fondo del Mediterráneo,
ese mar habitualmente tranquilo que se ha convertido en la mayor fosa común del
siglo XXI.
De todo esto habla “Fuego en el
mar” (Fuocoamare), estremecedor e imprescindible documental realizado cámara en
mano por Gianfranco Rosi (“Sacro Gra”, León de Oro en el Festival de Venecia
2013, documental sobre habitantes vecinos de la circunvalación periférica de
Roma), que ha conseguido el Oso de Oro en la Berlinale 2016 y es la apuesta
italiana para los Oscar de 2017 (**).
En la Lampedusa de Samuel y su
familia, cuando terminan las canciones dedicadas, la radio habla de naufragios
y refugiados que se han dejado la vida al intentar cruzar el estrecho de
Sicilia. La abuela de Samuel le habla de cuando, durante la guerra -la Segunda-
los pescadores tenían miedo de embarcar por la noche porque el mar estaba rojo
por las bombas. Cuando el propio realizador acompaña a los equipos de socorro,
filma la muerte exactamente igual que como la contaba el médico. “En medio de
un mar inmenso, este documental ilumina, como un cohete de desamparo, un
desierto de reacciones” (Frédéric Strauss, Télérama).
Película del silencio de los
muertos y el vacío que dejan, “Es como un agujero, un vacio en el interior” en
palabras de ese médico que sufre explicando como a veces tiene que cortar
pedazos de los cadáveres para enviarlos a analizar el ADN; el vacío que Rosi
consigue que sintamos nos desconcierta y nos emociona enfrentándonos a una
historia extraña y dolorosa que nos concierne a todos, que nos golpea en lo más
íntimo.
Entre el día a día pintoresco de
los habitantes de la isla, familias que se conocen de toda la vida, y la
brutalidad de la crisis migratoria, el resultado de “Fuego en el mar” es una
película extraordinariamente bella y simple que nos deja con un nudo en el
estómago. El cineasta ha estado más de un año en Lampedusa mirando, escuchando,
filmando… filmando en invierno, siguiendo las divagaciones de Samuel, ese niño
que habla como un adulto, que con el tirachinas dispara a las pantas de higos
chumbos salvajes y luego “cura” los agujeros con cinta aislante, que tiene un
ojo vago y estrena gafas con un parche en el “bueno”, que piensa en su
ineludible futuro de marinero y se preocupa porque en los barcos se marea y
vomita. Una preocupación que parece formar parte de esa secularidad feroz en la
que resuenan viejas canciones sicilianas que nada tienen que ver con la otra
realidad de la isla, puente entre África y Europa, que en los últimos veinte
años ha visto como pasaban por allí más de 400.000 migrantes que han pagado
entre mil y tres mil euros por un viaje que muchas veces va a ninguna parte, y
otras acaba con la devolución “en caliente”.
Una vez montadas, las imágenes -casi
telúricas por momentos- nos ponen delante un mundo de vida y de muerte
terrorífico, que querríamos pensar de ficción, pero que es muy real y está
ocurriendo a dos horas de vuelo de nuestras confortables vidas. La crisis
migratoria, al alza desde 2010, ha aumentado la importancia estratégica y
humanitaria de la isla de Lampedusa -hasta el punto de convertirla en símbolo
del drama de los refugiados- mientras que para el ciudadano medio europeo,
estresado y presionado por su falta de expectativas también creciente, acaba
por convertirse en un una noticia más de la información continuada que recibe,
entre datos estadísticos que dicen muy poco y discursos alarmistas, racistas y
xenófobos las más de las veces, interrumpidos de vez en cuando por algún suceso
que toca directamente los espíritus, como fue el caso del pequeño Aylan, que
apareció muerto en una playa turca el 2 de septiembre de 2015 (***).
“Fuego en el mar” nos ofrece
imágenes tan impactantes como la de Aylan: “cuerpos de adolescentes quemados
por la mezcla de gasolina y sal que les empapa durante la travesía, jóvenes en
estado catatónico por efecto de la deshidratación, otro al que rescatan del
agua casi desnudo con el rostro tumefacto (probablemente le han pegado a
bordo), mujeres con la mirada desorbitada protegiendo a los niños que por
primera vez se dan cuenta de que los adultos son tan frágiles como ellos…”
(Didier Peron, Libéraion).
La vida de Samuel no se cruza nunca
con la de los migrantes, son dos compartimentos estancos unidos apenas por la
figura del médico, que desde hace veinte años se ocupa lo mismo de los vivos
que de los muertos.
Antes de ser realizador, Ganfranco
Rosi nació en Eritrea, vivió los interminables conflictos de liberación
postcolonial y se trasladó a Roma con la familia en 1977. Después vivió en
Estambul y Nueva York, donde estudió en la Tisch School of the Arts. Gianfranco
Rosi reflexiona ante el impacto de su película: “Creo que esta película es el
testimonio de una tragedia que tiene lugar ante nuestros ojos, quizá la mayor
que ha vivido Europa desde el Holocausto, y pienso que todos somos
responsables, que todos somos cómplices si no hacemos nada. No creo que el cine
pueda cambiar el mundo pero sí creo que puede contribuir a la concienciación.
Si después de ver la película, 10 o 20 personas se preguntan qué podrían hacer,
lo consideraré una victoria (…). Me horroriza la necesidad de información, la
manera en que se hacen los documentales típicos americanos. Yo hago el trabajo
opuesto, en un mundo sumergido en la información apuesto por las emociones…”.
(*) Fuocoamare, “fuego en el mar”,
es el grito histórico de los habitantes de la isla cuando algún barco,
habitualmente de pesca, lanza bengalas al mar para pedir socorro. También es
una antigua canción que conocen todos los lampedusianos, cuyo origen se
desconoce y cuya letra se ha perdido prácticamente; los más antiguos del lugar
recuerdan un verso que se repetía en el estribillo: “Chi focu a mmari ca c’è
stasira. Che fuoco a mare che c’è stasera” (Que fuego hay en el mar esta
noche).
(**) ¿Un documental es una
película?, se pregunta en el diario italiano La Repubblica la periodista Ariana
Finnos, a raíz de la polémica suscitada por la elección de “Fuocoamare” para
representar a Italia en la carrera por el Oscar que se entregará en la
tradicional ceremonia de Los Ángeles el 26 de febrero de 2017. El debate
plantea los confines entre cine realidad y cine de ficción y lo encabeza Paolo
Sorrentino (Oscar en 2014 con “La grande belleza”), para quien el hecho de que
la Academia del cine italiano haya optado por presentar el documental de Rosi
representa “una masoquista falta de ganas de potenciar el cine italiano, que
podía haber presentado dos películas en lugar de una”. Según la revista
estadounidense Variety, que se hace eco de la polémica, “Fuocoamare” es “de
largo la obra con el perfil más alto de todas las presentadas este año” a la
carrera por la estatuilla dorada.
(***) Aylan Kurdi (Kobane, Siria,
2012 -Turquía, septiembre 2015) tenía tres años cuando apareció ahogado en una
playa turca. En las fotos que dieron la vuelta al mundo, obra de la fotógrafa
turca Nilüfer Demir, a la imagen del pequeño boca abajo en la arena sigue otra
de un agente de la policía turca que lo lleva en brazos. Junto a Aylan
fallecieron también su hermano de cinco años, Galip, y su madre Rehan, además
de una docena más de sirios que viajaban de Turquía a Grecia en dos botes. El
único superviviente de los embarcados fue Abdullah, el padre de Aylan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario