Nahid (Sareh Bayat, Una separación),
una mujer joven iraní, divorciada, mecanógrafa y endeudada, vive sola con su
hijo adolescente en un pueblecito a orillas del mar Caspio. Según la ley, su ex
marido, drogadicto y con una fuerte dependencia por el juego de apuestas,
debería tener la custodia del niño; pero, en su inmadurez, ha renunciado para
que lo eduque la madre siempre que no vuelva a casarse. El problema está en que
Nahid se ha enamorado de Massud, un empresario de hostelería, también
divorciado y con una hija pequeña a su cargo, que alquila apartamentos en la
playa. Ambos quieren estar juntos pero solo pueden hacerlo escondiéndose para
rehuir la vigilancia de familiares y vecinos, y recurriendo a subterfugios
legales: algo tan ajeno a nuestros parámetros como es un “matrimonio temporal”,
un contrato matrimonial que se renueva mes tras mes…
Este es el argumento de Nahid,
debut en el cine de la joven realizadora iraní Ida Panahandeh, 36 años, que
recibió el Premio del Jurado en la sección Un Certain Regard del último
Festival de Cannes. Una película de muchas miradas y escasos diálogos, que
dibuja el retrato de una mujer actual en el Irán dominado por la ley
fundamentalista de los ayatolás. Entiendo que el mero hecho de que una mujer
quiera ser directora de cine en ese país ya es algo meritorio; pero en mi
opinión el arte tiene que tener siempre algún componente revolucionario -en el
fondo o en la forma-, algún deseo de cambiar el statu quo, de que algo se
mueva, de luchar contra la injusticia, aunque se fracase en el intento, y eso no
ocurre en la película Nahid.
Puestos a buscar culpables, achaco
a ese mismo integrismo el comportamiento de todos los personajes de una
historia fría como un témpano, donde la gente no se toca, sus gestos, siempre
lejanos, jamás denotan ningún tipo de pasión (no solo amorosa, tampoco rabia o
alegría, por ejemplo) y las mujeres llevan el pañuelo puesto hasta en la cama
(desde luego no soy quién para asegurarlo, pero creo que es lo menos erótico y
sensual/sexual que he visto nunca).
No, no me ha gustado Nahid porque
en mi opinión no es el relato de ninguna rebeldía sino, por el contrario, una
película de sumisión (actitud que me crea un estado de desasosiego importante,
de ninguna manera suscita mi empatía y me hace sentir muy incómoda frente a las
imágenes): sumisos los hombres y mujeres que desfilan por la historia, sumisos-sometidos
todos ellos a los dictados y el veredicto de madres, hermanos y hermanas,
amigos y amigas, vecinos, porteros, empleadores, abogados, caseros…y,
remontándonos, es más que probable que al final de la lista se encuentren el
mulá de turno y el responsable político del barrio, el pueblo o la ciudad. He
leído en reseñas publicadas en Francia que Nahid es “una mujer que lucha sola
contra todos”. No lo comparto: es cierto que muchos, quizá todos, están contra
Nahid; pero no es cierto que ella luche, ella se somete y, en el mejor de los
casos, miente. Yo no he visto tampoco que Nahid plantee el dilema de ser madre
o amante: ella resuelve la situación siendo una cosa distinta cada vez. No me
parece una “heroína fascinante” ni tampoco creo que sea una película feminista.
¿Comprometida? Puede. En Irán, es comprometido todo lo que no es literalmente
fiel a los diktats del régimen.
Los personajes de Nahid son gente a
la que no le gusta su vida, pero hace lo mínimo para cambiarla. Gente asustada,
temerosa, encerrada en unas tradiciones que parecen hechas a propósito contra
natura, infelices que no saben cómo encontrar siquiera un minuto de felicidad,
personas que siempre miran atrás porque saben -seguro- que siempre hay alguien
persiguiéndoles.
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