Premio especial del Jurado en los
festivales de Cannes (Un certain regard)
y Mar del Plata de 2018, “El canto de la selva” (Chuva é Cantoria na
Aldeia dos Mortos), de Joao Salaviza y Renée Nader Messora, es a la vez un
documental etnográfico, un relato de iniciación y un cuento ecológico. Docu-ficción política sobre la situación de
los indios en Brasil y su cultura tribal, y auténtica sinfonía de la
naturaleza, “El canto de la selva” es una obra poética rodada en la Amazonia
con miembros de la tribu Kraho, que se expresan en su lengua nativa.
Es de noche
y en el bosque reina la calma. Cuando
los vivos duermen, la selva se despierta. Ihjãc, un joven indígena kraho que
vive en el norte de Brasil con su mujer y su hijo, tiene pesadillas desde que
perdió a su padre. Cuando se escucha una canción distante a través de las
palmeras, es la voz de su padre desaparecido que llama a su hijo desde la
cascada, pues ha llegado el momento de organizar la ceremonia fúnebre que
concluye el duelo y permite que su espíritu llegue al pueblo de los muertos.
Dividido entre el doloroso saber ancestral y una modernidad que se le antoja
seductora, Ihjãc decide huir a la “ciudad
de los blancos” para escapar a su destino de convertirse en chamán. Lejos de su
gente y su cultura, se enfrenta a la dura realidad de ser un aborigen en el
Brasil de hoy.
“El canto de
la selva” comienza y termina con una visión onírica cerca de una cascada.
Después, en todo el relato hay una especie de permeabilidad entre la realidad y
el sueño, entre los sentidos físicos y los poderes sobrenaturales, evidenciando
una forma de suceder lo cotidiano que no necesita de efectos especiales, y se
basta con la intensidad y la belleza de los lugares y la misteriosa fotogenia
de los rostros, poco habituales en el cine de todos los días. Todo ello al
servicio de la instantánea (¿la última?) de un mundo en vías de desaparición:
con el último muerto desparecerán para siempre los secretos de una
civilización.
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