Winnie Byanyima |
Cuando faltan veinticuatro horas para el inicio del
Foro económico mundial (WEF) de Davos
–este año con el lema “Crear un futuro común en un mundo fracturado”-, reunión
anual de los poderosos de la tierra que se celebra del 23 al 26 de enero de
2018 en la localidad suiza, la ONG Oxfam
denuncia una vez más el
progresivo aumento de las desigualdades, indignada porque “el 82% de la
riqueza creada durante el año 2017 haya beneficiado al 1% de los más ricos del
planeta”, informa el diario Le Monde.
En un informe publicado este 22 de enero, dedicado
justamente a la desigualdad de la riqueza, y utilizando datos de
investigaciones propias y otros procedentes de diversas fuentes (Forbes, Credit
Suisse, Banco Mundial, etc.), la organización humanitaria añade que “la
situación no ha cambiado para el 5% de las personas más pobres”.
Aunque el informe reconoce que entre 1990 y 2010 se
redujo a la mitad el número de personas que vivían en extrema pobreza, los
redactores añaden que “si en el mismo período no hubieran aumentado las
desigualdades en la misma proporción, otros 200 millones de seres humanos
habrían podido salir de la miseria”.
Oxfam utiliza algunos ejemplos realmente escandalosos
para demostrar su denuncia. Por ejemplo, que cuatro días de salario del
presidente de una gran empresa multinacional del textil equivalen a lo que una
obrera de Bangladesh gana en toda su vida. O que en Estados Unidos, las tres
personas más ricas del país –el antiguo dueño de Microsoft Bill Gates, el
presidente de Amazon Jeff Bezos y el inversor Warren Buffet- poseen tanto
dinero como los 160 millones de personas que constituyen la mitad más pobre de
la población.
“Cada año voy a Davos- explica la ugandesa Winnie
Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam International- par repetir a los
gobiernos que deben actuar ante las desigualdades. Ahora todos los dirigentes
aseguran que es un tema que les preocupa, pero se trata solo de buenas
palabras. Lo que nosotros queremos es que actúen”.
En
Davos se dan cita cada invierno unas 3.000 personas del mundo de los negocios,
las finanzas, la política y los asuntos públicos. Por cierto, que este año
asiste por primera el presidente estadounidense y empresario inmobiliario
Donald Trump, cuya reciente reforma fiscal ha llegado para favorecer a sus
amigos, el 1% de las grandes fortunas del país. Junto a él, y entre otros, el presidente
francés Emmanuel Macron, la alemana Angel Merkel, la británica Theresa May, el
canadiense Justin Trudeau, el israelí Benjamin Netanyahu y el primer ministro
indio Narendra Modi.
Las
reuniones, conferencias, mesas redondas y seminarios del WEF se celebran en un
centro de conferencias de la pequeña estación de esquí de Davos. Pero es en los
grandes hoteles de lujo, especialmente en el Steigenberger Belvedere, donde
lobbystas, especialistas en relaciones públicas y periodistas, asaltan a las diversas personalidades que se suman a las
élites políticas como, este año, los dirigentes de las transnacionales
Salesforce, Renault-Nissan-Mitsubishi o el conglomerado de agencias de
comunicación y publicidad WPP; y los más altos dirigentes del Fondo Monetario
Internacional (FMI) y la Organización de Naciones Unidas (Onu), así como los
presidentes de bancos centrales nacionales.
También
están invitados, y esto explica la presencia de Oxfam entre otros, los
responsables de organizaciones humanitarias y “caritativas”, y sindicatos, para
evitar que se diga que en Davos solo hablan las élites mundiales, y algunas
celebridades –este año la actriz Cate Blanchett y el músico Elton John- para
garantizar una nota de “glamour” y la presencia del evento en las revistas de
“papel cuché”.
Los
salones privados del centro de conferencias, y muchas habitaciones de los
lujosos hoteles, son testigos de grandes acuerdos empresariales e incluso
geopolíticos: de esta cumbre económica mundial surgió la “Declaración de Davos”
que en 1998 evitó la guerra entre Grecia y Turquía.
Aunque,
en el fondo, la reunión del WEF no es más que el momento anual en que los más privilegiados de la tierra exhiben sus egos y hacen
pomposas declaraciones sobre igualdad y transparencia, que luego se encargarán
de desmentir sus actos: en el mejor de los casos, las grandes donaciones
filantrópicas no son más un forma de disfrazar la desgravación impositiva
fiscal.
Alguien
ha dado una definición certera de lo que representa la cumbre que empieza
mañana: « Cuesta menos colocar una pegatina sobre el comercio sostenible
que abandonar los contratos a cero la hora. No quieren pagar un salario
decente, pero financian una orquesta filarmónica. Quieren prohibir los
sindicatos, pero organizan seminarios sobre transparencia gubernamental”.
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