“… una carta de amor a Nueva York, una oda a la transmisión, a la
vivacidad del patrimonio cultural, a las pequeñs vidas que hacen la gran
Historia y a Julianne Moore, la musa del cineasta (Todd Haynes)”. (Nicolas Schaller- Nouvel
Observateur)
En dos épocas distintas, Ben y Rose son dos niños que desean
unas vidas diferentes de las que les han tocado en suerte. Ben sueña con el
padre que nunca conoció mientras que Rose, hija de una actriz del cine mudo y aislada
por la sordera, se apasiona por una misteriosa actriz.
En 1977, cerca del lago
Gunflint (Minnesota), Ben (Oakes Fegley), 12 años, en duelo por su madre
muerta en el accidente de automóvil que le ha dejado sordo, se marcha en busca
de ese padre desaparecido con, como única pista, la dirección de una pequeña
librería neoyorquina que ha encontrado, escrita en un trozo de papel,e entre
las cosas de su madre. Medio siglo antes, en 1927, en Hoboken (New Jersey),
Rose (Millicent Simmonds), una adolescente sorda, se fuga para ir a conocer a
su ídolo, la actriz Lillian Mayhew (Julianne Moore), que ensaya en un teatro de
Broadway. Los dos niños emprenden una búsqueda sim´ñetrica por Nueva York, los
dos relatos se entrecruzan –el primero en color, el segundo en blanco y negro-
dando lugar a la aparición del gabinete
de curiosidades del Museo de Historia Natural de Nueva York, con sus reliquias
misteriosas.
Aunque les separa medio siglo –Rose llega a la ciudad en
1927, Ben en 1977- los dos son
personajes adolescente de una emocionante madurez precoz y ambos quieren
escapar al ambiente en que han crecido.
1927 es el año en que se estrena la primera película hablada en Nueva
York, pero eso a Rose no le importa porque ella es sorda de nacimiento; un
rasgo que también le asemeja a Ben, que acaba de perder el oído en un
accidente. Cuando los chicos ponen un pie en Manhattan sabemos, sin lugar a
dudas, que han encontrado la libertad, sea cual sea finalmente la solución a
sus problemas emocionales.
La
película “El Museo de las maravillas” (Wonderstruck, en el título original, q1ue
significa “maravillado”) es la adaptación que el cineasta estadounidense Todd
Haynes (“Carol”, “Lejos del paraíso”, “I’m not there”) ha hecho de la novela gráfica
juvenil Black Out, de Brian Selznick
(el creador de la maravillosa historia de Hugo Cabret, “Hugo” en el cine y
firmado por Martin Scorsese, un relato con el que he encontrado muchas
similitudes en este museo cuyas maravillas recuerdan tanto las de la torre del
reloj de la estación londinense donde Hugo descubre otro mundo junto a su
abuelo. En ambas películas hay una voluntad de convertir el pasado en un
fetiche). En el reparto, el actor estadounidense de 13 años Oakes Fegley
(“Prism”, “Pete’s Dragon”) y la americana de origen escocés Julianne Moore
(“Los chicos están bien”, “El séptimo hijo”, “Still Alice”, Oscar a la mejor
actriz 2015), en una Rose espléndida, casi anciana.
Haynes no es tan famoso como Scorsese ni tiene
todavía un recorrido profesional tan largo. Pero tiempo al tiempo. Esta es su
séptima película y, como en las anteriores, sigue dejando patente su amor por
los personajes solitarios, marginales, diferentes… En este Museo nos invita a
ver el mundo tal y como lo puede percibir un niño sordo (dos niños, para ser
exactos cuyas épocas y trayectorias tienen ecos similares).
En
la historia – mitad cuento para niños, mitad melodrama para adultos- hay en
realidad dos museos y un precursor: el “gabinete de curiosidades”, ese ancestro
que hoy solo puede ser una reliquia, especie de armario (y en ocasiones una
habitación entera) donde la gente acumulaba, en sus casas, todos los objetos
que les parecían preciosos y dignos de conservar, enseñar y admirar. Y a un
cuento así no podía faltarle la moraleja: “el mundo es un inmenso gabinete de
curiosidades, un trastero donde podemos encontrar las respuestas que faltan a
nuestras angustias”. (Marcos Uzal- Libération).
“El
museo de las maravillas” es una película que hay que ver como un himno a la
infancia y a la diferencia, expresado a través del encuentro de dos soledades en Manhattan, con cincuenta
años de diferencia: “El resultado es un objeto extraño, desconcertante aunque
encantador” (Les Fiches du Cinéma).
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