El 27 de enero de 1968 Mao Zedong decidió
acabar con la Revolución Cultural que él mismo había puesto en marcha dos años
antes. Diecisiete millones de “guardias rojos” –movimiento bautizado por Mao el
18 de agosto de 1966, en una gigantesca concentración de adolescentes y jóvenes
en la Plaza de Tiananmen de Pekín- fueron expedidos manu militari a los campos.
Después, muchos de aquellos jóvenes fanáticos se convirtieron en firmes
opositores del maoísmo.
La “Gran
revolución cultural proletaria”, sinónimo de depuración, comenzó el 16 de mayo de 1966 con una
declaración oficial que daba paso a una década que iba a cambiar radicalmente
el paisaje político chino. Mao Zedong (1), presidente de la República Popular
de China, lanzó el movimiento para conseguir hacerse con las riendas del país,
a base de propiciar el caos y ordenar violentas persecuciones.
Entre 1966 y 1976 un viento de terror barrió toda China. La
Revolución Cultural, destinada a bloquear el sistema comunista instaurado por
Mao Zedong, y a preservar de los
“acomodamientos a la rusa” de Nikita Kruschov, arrasó familias y
destruyó a muchos individuos en nombre del maoísmo. Cualquiera que criticara a
Mao era condenado. Un periodo que para
muchos chinos todavía hoy siendo un enorme tabú: se silenciaron todos aquellos
horrores y el padre del invento se sigue venerando como un héroe nacional, el
garante de un régimen esquizoide que no despreciaba la búsqueda de los mayores
beneficios. Ahora, los supervivientes de aquella década caótica, comparten una
amnesia que asimila a víctimas y verdugos. Y la imagen de Mao, velando desde su
mausoleo en el centro de Pekín, sigue
siendo intangible.
Contestado al
frente del régimen tras el fracaso del “Gran salto adelante” (1958-1961) (2),
que provocó un auténtico marasmo económico en China popular y aceleró la
ruptura de relaciones con la URSS, Mao puso en marcha la “Gran revolución
cultural proletaria”, que iba a representar una nueva etapa de desarrollo, La
juventud, movilizada en unidades de Guardias Rojos que surcaban el país
sembrando el terror, millones de oficiantes de un culto delirante a Mao, de
entre 14 y 30 años, destinados a
reprimir las tendencias burguesas, la reeducación de los intelectuales “de
derechas que han infiltrado el Partido, el gobierno, el ejército y los círculos
culturales” en los campos, el exterminio sistemático de millones de personas
refractarias al poder del Gran Timonel y su “Pequeño libro rojo”, recopilación de citas del propio Mao, fueron
elementos que iban a componer la mística del hombre nuevo que encarnaba la
pureza revolucionaria. Simplificando, la Revolución Cultural fue la coartada
para eliminar cualquier forma de oposición a Mao, intensificar el culto a su
persona y asentar un poder que conservó hasta su muerte en septiembre de 1976.
Fue el momento de
las autocríticas en público y las ejecuciones sumarias. La revolución, que de
cultural solo tenía el nombre, cerró las universidades durante seis años.
Quienes estudiaban en el extranjero fueron obligados a regresar China. Abierta la caza a los revisionistas, la
revolución fue fatal para generaciones de intelectuales, artistas y cuadros del
Partido. Los jóvenes Guardias Rojos se aprendían de memoria el Libro Rojo, que
les incitaba a emanciparse sin hacerle ascos a la violencia: algunos
adolescentes pegaron hasta la muerte a sus profesores, denunciaron a sus
padres, masacraron lo que llamaban las “hierbas venenosas”. Hay historiadores
que han documentado casos de canibalismo en las regiones de Guangxi y Yunnan.
En nombre de la lucha contra las « cuatro
antiguallas » -las ideas, la cultura, las costumbres y los hábitos
anteriores a 1949, fecha de la fundación de la República Popular China- los
Guardas Rojos saquearon templos, quemaron libros antiguos y humillaron a
intelectuales, como el famoso escritor Lao She, quien se suicidó en agosto de
1966.

Medio siglo
después, no existe todavía un saldo de la Revolución Cultural, considerada un
“catástrofe nacional”. Muerto Mao, en 1977, el 11 Congreso del Partido
Comunista Chino, adoptó una resolución calificándola de “período de
alteraciones internas, iniciado erróneamente por el líder (Mao) y manipulado
por los grupos contra-revolucionarios” (lo que se conoció como “La banda de los
cuatro, encabezada por la mujer de Mo Zendong, Jiang Qing, quien condenada se
ahorcó en su celda en 1991)”. Al no existir organismos oficiales de evaluación,
las cifras de víctimas no pueden ser más que estimaciones: unos 36 millones de
personas perseguidas y entre 750.000 y 4 millones muertos.
Medio siglo después, los manuales escolares chinos simplemente
mencionan la Revolución Cultural. Los medios de comunicación del país evitan
hablar de ella y, según corresponsales que han vivido allí varios años, los
chinos la mencionan poco, y siempre en privado. Las escasas películas chinas
que la han abordado, como « To Live », del cineasta Zhang Yimou (Gran
Premio del Festival de Cannes 1994), han sido censuradas, con la excepción de
“Amnesia Roja”, un thriller de Wang Xiaoshuai, que tiene como
protagonista a una anciana atormentada por los recuerdos de aquella época.
“Pese a todo, -ha escrito Raphäel Ballenieri, corresponsal del
diario Libération en París- en Pekín la
Revolución Cultural sale de vez en cuando a la superficie: así, en el Parque
Jingshan, detrás de la Ciudad Prohibida, algunos jubilados siguen entonando a
pleno pulmón “canciones rojas” alabando a Mao. Y los nostálgicos de la época
pueden ir a ver el “Destacamento femenino rojo”, una de las ocho óperas
modélicas autorizadas durante la Revolución Cultural”.
Pierre
Ryckmans, alias Simon Leys, que en 1971 publicó el célebre ensayo « El traje nuevo del presidente
Mao » (Ediciones El Salmón, 2017),
escribe en el prólogo: « La Revolución cultural, que de revolucionaria
solo tuvo el nombre y de cultural el pretexto táctico inicial, fue una lucha
por el poder en la cumbre, entre un grupo de individuos tras la cortina de humo
de un movimiento de masas ficticio”. Denostado entonces por otros intelectuales
europeos -situados bajo la influencia que el atractivo de la China de Mao
ejerció en Occidente durante algunos años, dando origen a varios partidos
políticos declaradamente maoístas, y a aportaciones de intelectuales como la
película “La China” de Jean-Luc Godard o la serie de retratos de Mao realizados
por el artista pop estadounidense Andy Warhol-
años más tarde muchos de ellos
reconocieron que « tenía razón ».
(1) El 16 de julio de 1966, Mo Zedong atravesó a nado el río
Yang-tsé a la altura de la ciudad industrial de Wuhan. Compañd de sus
guardaespaldas, el hombre de 73 años se movió « como pez en el agua »
durante una hora y cinco minutos, según contaron los periódicos chinos. En
plena forma física, estaba preparado para iniciar su gran combate: la Gran
Revolución Cultural Proletaria, que iba a conducir a la realización completa
del comunismo
Al
día siguiente, en tren, llegó a Pekín y
se instaló para quedarse. Descartó a los más altos dignatarios del régimen, que
se atravesaron en su camino, y empezó a popularizar los “dazibaos”: “Es justo
rebelarse” o “Bombardear el Cuartel General”.
También creó una nueva religión: el maoísmo, para asegurar su legado
histórico. No se trataba de eliminar a los enemigos de clase, o de hacer
“lavado de cerebros”, porque ese trabajo ya lo había hecho el partido. Era el
momento del hombre nuevo, un ser “cortado de sus raíces culturales, adoctrinado
para no sucumbir a la tentación de las ideas capitalistas y enteramente volcado
en el culto de su nuevo dios”, Mao, y el aprendizaje de su catecismo, el Pequeño
Libro Rojo.
Mao Zedong nació en Shaoshan, un pueblecito del sur de China. La
propaganda comunista actual reconoce “sus aciertos y sus errores”: según la
historia oficial, Mao habría cometido un 30% de errores frente al 70% de
aciertos
(2) El
Gran Salto adelante fue el nombre dado a la política económica de Mao Zedong.
La campaña, que movilizó mediante la propaganda y la coerción al conjunto de la
población china, tenía como objetivo estimular en un tiempo record la producción,
mediante la colectivización de la agricultura, la ampliación de las estructuras
industriales y la realización de obras públicas de gran envergadura.
Irrealista, el programa fue un fisco, la economía china estuvo a punto de
hundirse.
·
·