En
un intento desesperado por alcanzar Europa y agazapados en una pista de
aterrizaje en Camerún, un niño de seis años y su hermana mayor esperan para
colarse en las bodegas de un avión. No demasiado lejos, un activista
medioambiental contempla la terrible imagen de un elefante, muerto y sin
colmillos. Miles de kilómetros al norte, en Melilla, un grupo de guardias
civiles se enfrenta a la muchedumbre de subsaharianos que ha iniciado el asalto
a la valla. Tres historias que caminan más o menos en paralelo mientras el
espectador se centra en el drama del niño, lleno de obstáculos, violencia,
abusos y pérdidas, hasta su desesperada llegada a las costas españolas.
“Adú,
nombre del auténtico protagonista de estas tres historias, aunque el cartel lo
encabece Luis Tosar imagino que para
mejor vender el producto, segundo largometraje de Salvador Calvo (“1898.
Los últimos de Filipinas”), es
una película valiente, sincera y honesta, con momentos de una emoción
difícilmente soportable, que personifica en un niño camerunés de 6 años –Adú
(Moustapha Oumarou)- a los 35 millones como él que en 2018 (cifras oficiales,
la mitad del total) dejaron atrás sus países y sus hogares en busca de una vida
mejor: “No lo hicieron por gusto, lo hicieron por necesidad: expulsados por
guerra, por el color de su piel, sus ideas, identidad sexual o religión”.
Mientras
Adú completa su dolorosa odisea por tierra, aire y mar, el malhumorado
activista funcionario de una ONG (Luis Tosar) que protege a los elefantes de
los furtivos que les matan para vender el marfil, tiene que ocuparse de su
insoportable hija (Anna Castillo), llegada de
España con su cargamento de frustraciones y malos rollos. Y más al
norte, una patrulla de guardiaciviles se enfrenta al juicio por la muerte de un
migrante en el asalto a la valla –todavía con concertinas- de Melilla.
Hora
y media de una Tragedia, con mayúscula, que se
repite demasiado en los últimos tiempos y que, a fuerza de ver repetidas
imágenes parecidas en los informativos televisivos, hemos aprendido a integrar
en nuestra cotidianidad como parte de la condición humana. Ya no nos sorprenden
las mafias que engañan a quienes buscan un futuro mejor en otra parte, ni los niños hambrientos e incluso enfermos
que, solos en el más hostil de los mundos,
son moneda de cambio, se prostituyen para seguir adelante, se pierden en
la selva o terminan ahogados en el mar mientras avistan las costas del mundo
que han soñado. Una Tragedia que hay que ver y archivar en la memoria.
Sin
concesiones, sin paternalismos, sin necesidad de explicar que la realidad supera
con creces a la ficción, “Adú” es una historia descarnada y necesaria sobre la
emigración. La personalidad de Adú es tan fuerte, llena de tal manera la
pantalla que al espectador se le hace innecesario el contrapunto de las otras
dos historias.
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