En Guatemala, como en Ruanda,
Camboya y otras dictaduras crueles, los militares y sus secuaces masacraron comunidades
enteras, y los supervivientes no consiguen acabar el duelo. De la dictadura militar guatemalteca instaurada a
finales de los años 1970 nació una guerra civil que duró casi treinta años, y
dejó un saldo de más de 200.000 cadáveres y 40.000 desaparecidos. Caméra d’or en el Festival de Cannes 2019, « Nuestras madres » regresa al
primer plano de la superficie aquellos días trágicos de la historia del país
cuando el ejército y los grupos armados
asesinaron a cientos de miles de civiles
en todos los rincones del mapa.
Los primeros pasos del cineasta belga-guatemalteco César Díaz en el
largometraje -“Nuestras madres”, el relato íntimo y pudoroso de una tragedia
colectiva- han hecho historia al ser la primera vez que una película de
Guatemala ha estado presente en Cannes, donde consiguió también el Premio SACD
(Sociedad de Autores y Compositores dramáticos) y el Grand Rail d’or (que
entrega la asociación de ferroviarios cinéfilos) en la 58 Semana de la Crítica,
porque “descubre con delicadeza los restos de los desaparecidos en un genocidio
inscrito en el ADN de su pueblo”.
Después, en la Sección Horizontes
Latinos del Festival de San Sebastián, se alzó con el Premio Cooperación
española “por su gran contribución al desarrollo humano, la erradicación
de la pobreza y el pleno ejercicio de los derechos humanos” (https://periodistas-es.com/67-festival-de-san-sebastian-peru-guatemala-y-uruguay-en-horizontes-latinos-133903).
No estamos, aunque también, en una lección sobre la historia reciente
Guatemala: en la hora y veinte minutos que dura la película hay muy pocas
alusiones políticas directas a excepción de “La Internacional” que cantan los
amigos de la madre del protagonista (Emma Dib) en su fiesta de cumpleaños. Estamos en 2018 cuando se está juzgando a los
militares que torturaban a los opositores que capturaban y arrojaban sus
cuerpos a fosas comunes. Estamos acompañando
a Ernesto (el actor mexicano Armando Espitia), un antropólogo forense que identifica
desaparecidos en una fosa común del
cementerio de Guatemala City. Un día, en el relato de una
anciana india maya que busca a su marido torturado y fusilado, cree encontrar
una pista de su padre, guerrillero también desaparecido durante la guerra.
“Yo quería hacer una película
personal pero no autobiográfica, servirme de mis sentimientos”, explica el realizador César Díaz –hasta
entonces guionista, montador y realizador de documentales- al presentar su
película en los festivales. Y ha hecho una película desgarradora, una obra de
memoria que mezcla actores profesionales con gentes del pueblo y mantiene la
emoción a flor de piel, de las pieles arrugadas por la tragedia. Una película
que empieza y termina en la
reconstrucción de un cuerpo, de los huesos de un cuerpo con minuciosa precisión
científica, en el trabajo de identificación de los esqueletos que luego
entregará solemnemente a sus deudos, destrozados por la locura asesina que se
convierte en el símbolo de un país.
El protagonista de esta historia trabaja para
restituir la dignidad a los muertos, rotura el terreno, exhuma, escucha y acompaña
tanto a los muertos como a los supervivientes (todos víctimas mayoritariamente
indios), a las mujeres, esas madres
supervivientes del genocidio que se han quedado solas en un territorio olvidado
de los medios de comunicación, a los personajes anónimos cuyo silencio dice
mucho sobre lo que presenciaron, a los que testimonian ante un tribunal… “Nuestras
madres surge como un grito en el silencio histórico que ha rodeado esa masacre
desconocida” .
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