La originalidad de la
película “Las golondrinas de Kabul” (Les hirondelles de Kaboul), dirigida a
cuatro manos por las francesas Zabou Breitman (directora de teatro y
realizadora, “Acordarse de las cosas bellas”, “The man of my life”, “No and
Me”) y Eléa Gobbé-Mévellec ( diseñadora gráfica, creadora de animaciones,
“Madame”, “Scale”), consiste
fundamentalmente en la técnica utilizada para el rodaje consistente en que unos
actores de carne y hueso han rodado las escenas y sobre ellas se ha efectuado
después un trabajo de grafismo que convierte a los personajes en protagonistas
de una especie de comic para adultos, basado en el bestseller del mismo título de Yasmina Khadra.
Para los críticos franceses
esos actores – Simon Abkarian como Atiq, Hiam Abbas en Mussarat, Zita Hanrot en
Zunaira y Swan Arland en Mohsen- resultan fácilmente reconocibles; no ocurre lo
mismo en mi caso que no solo no los he reconocido sino que me han resultado
confusos, porque de tan parecidos físicamente a veces no conseguía
distinguirlos. Lo que ha dado como resultado que también me confundiera el
relato.
A finales de los años
1990, durante la dictadura bárbara de los talibanes en Afganistán, cada vez quedan menos golondrinas en el cielo de Kabul
y cuando aparecen su vuelo se interrumpe por el disparo de un kalachnikov. La
música, el cine y el teatro están prohibidos, los bombardeos han destruido las
escuelas y universidades, y en las plazas se llevan a cabo ejecuciones sumarias
de diversa índole. Dos jóvenes enamorados, la artista Zunaira y el
intelectual Mohsen, sueñan en Kabul con
un futuro mejor. Su destino se cruza con el de otra pareja de más edad –el
carcelero Atiq y su esposa gravemente enferma Mussarat-, traumatizada por los
años de guerra con los rusos, que sobrevive sin esperanzas. El quinto personaje
es un talibán furibundo.
Siguiendo con la confusión,
el grafismo de la película –los colores de las acuarelas en tonos calientes,
marrones, amarillos y rojos- me ha parecido muy superior al guión que, no
obstante, consigue demostrar toda la violencia y crueldad del régimen de los
talibanes que denuncia, a base de las voces agresivas de los verdugos, el
rugido de los jeeps en que perpetran sus detenciones, los disparos al aire y
los golpes secos de las piedras que terminan con la vida de una condenada, a la
que lapidan con medio cuerpo enterrado en mitad de la plaza y el otro medio
escondido en el chadri (aquellas burqas integrales de un azul insultante,
sin más contacto con la vida de los demás que una rejilla en el lugar del
rostro, contra los que lucho con todas sus fuerzas la actual senadora italiana
y ex comisaria europea Emma Bonino). Los escasos instantes en que el espectador
se reconcilia con lo que está viendo corresponden a los momentos en que los
enamorados recuerdan con nostalgia el tiempo en que iban al cine y visitaban
librerías.
En resumen. Oda a la
libertad en forma de tragedia para espectadores convencidos
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