
“No
he olvidado, Bruno, no olvidaré jamás el momento en que entraste en mí, la
quemazón que sentí en el momento en que saltaste por la escollera, el calor que
desprendía tu cuerpo, y había otra cosa: entonces no sabía lo que era (…)
solamente después comprendí que se trataba del olor de la desesperación (…)”.
David Grossman, “Véase: amor”.
72
páginas en tamaño micro de un relato (nouvelle) magistral del checo residente
en Alemania Maxin Biller, en el que inventa una historia de terror y paranoia
sobre el gran escritor judío Bruno Schulz (*), asesinado por un oficial de la
Gestapo llamado Karl Günther, en 1942, en una calle de Varsovia, cuando ya
tenía un plan de evacuación y pensaba refugiarse en la Galitzia polaca, en la
pequeña ciudad de Drohobicz.
Literatura
dentro de la literatura, digno heredero de Joseph K., el personaje de Schulz
–la cabeza, los pensamientos de Schulz- se convierte en protagonista de un
viaje por la ciudad polaca oriental de Drohobicz en 1938, cuando el aire traía
efluvios pestilentes que presagiaban la mayor masacre del siglo XX y las
personas (especialmente los judíos, pero también los gitanos, los homosexuales,
los comunistas…) se iban encerrando cada vez más en sus casas y en su mundo
interior.
Bruno
Schulz se gana la vida como profesor de arte en una especie de covacha, vive en
un semisótano al que se asoman sus alumnos para insultarle y desde allí,
inmerso en ese ambiente absolutamente “kafkiano” que va ganando partes cada vez
mayores de su personalidad, se sienta en la escribanía heredada de su padre y
escribe una carta a Thomas Mann, escritor consagrado y Premio Nobel traducido a
37 lenguas, en principio para advertirle de que un impostor se está haciendo
pasar por él pero también para pedir que le ayude a publicar en el extranjero,
y poder marcharse definitivamente de Polonia, donde vive no solo inseguro, sino
aterrorizado.
Lo
que ocurre en la cabeza de Bruno Schulz es una visión apocalíptica, anticipatoria
y tenebrosa de lo que iba a ocurrir realmente más tarde en la Polonia ocupada
por las tropas de Hitler, convertida en literatura de la grande escrita por un
autor brillante, por un gran cuentista que ha creado “una historia con
distintos niveles: políticos, biográficos, psicológicos y sexuales”, llena de
alusiones históricas y culturales, no exenta de una buena dosis de humor negro.
Un texto eminentemente poético, sombrío y melancólico.
Anticipatorio,
cuando Schulz en 1938 escribe, en distintos tiempos, su carta a Thomas Mann
sospecha lo que puede amenazarle; su hermana, que vive en la planta superior
con sus hijos, “desequilibrada desde el suicidio de su marido”, ignora esos
temores y le dice que solo los alemanes han conseguido expulsar al enemigo
(ruso); pero Schulz sabe que después han empezado a mostrar un apetito
desmesurado por las regiones orientales europeas y que allí “están ardiendo las
casas”, de las que quedan solo “unas pocas cenizas” (hay fuegos por todo el
país). Y cuando Biller describe el cuarto de baño de Schulz, “no había
lavamanos, ni retrete, ni bañera…solo algunas duchas que salían de la pared de
hormigón”, es evidente que está detallando una cámara de gas de los campos de
la muerte.
(*)El
escritor Bruno Schulz (1892-1942) vivió realmente. Polaco de origen judío,
reconocido como uno de los mayores estilistas de la lengua polaca del siglo XX,
fue también artista gráfico, pintor, dibujante y crítico literario, y se ganó
la vida como profesor de arte. Tradujo al polaco El proceso de Kafka. Su primer
libro, titulado «Las tiendas de canela fina” es un volumen de relatos
considerado como un clásico. “Schulz es un alquimista de las palabras que
destila el tejido de la realidad hasta que solo queda la esencia mística del
mundo… Su vocabulario es tan colorista como la paleta de un pintor
impresionista, y sus metáforas son tan seductoras como el olor pesado del
nenúfar, embotan los sentidos”. En 1942, Bruno Schulz murió abatido en el
ghetto de Varsovia.
“Se
puede no entrar en el universo de Schulz, pero si se entra no se puede
permanecer indiferente. Bruno Schulz se ha convertido con el tiempo en un
personaje de novela, como en la biografía novelesca de Ugo Riccarelli (Un uomo
che forse si chiamava Schultz) o la novela de Cynthia Ozick (El mesías de
Estocolmo). Pero el personaje más emocionante, el que obsesiona al narrador, es
el de la magnífica novela de David Grossman, Voir ci-dessous: amour (Véase:
amor, Tusquets 1993)”.
(Encres
vagabondes, julio 2008).
Minúscula;
Edición, colección Micra
Traducción
de Paula Kuffer
ISBN:
978-84-943539-01
72
páginas, 10€
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