Este 7 de octubre de 2016 se
cumplen diez años del día en que Anna Politkovskaya, periodista de la revista
independiente rusa Novaya Gazeta y militante de los derechos humanos, caía
abatida por unos disparos en la entrada del ascensor de su casa en Moscú. La
policía encontró en el ascensor una pistola makarov 9 y cuatro casquillos. “La
emoción suscitada por su asesinato la ha convertido en un emblema de la
libertad de expresión pisoteada en Rusia, y más ampliamente en todo el mundo”,
escriben en el boletín semanal de Amnistía Internacional-France (AI-F) donde
hoy se recuerda a la defensora de las libertades y enemiga declarada del
presidente Vladimir Putin a partir de la cobertura que hizo del conflicto
checheno y sus virulentas críticas a las autoridades de la actual república
caucásica.
“Esta periodista rusa encarnaba el
valor y la independencia, un islote de resistencia y libertad en los medios de
comunicación rusos de aquellos años. Pero también era una eminente defensora de
los derechos humanos, arriesgando conscientemente su seguridad y su confort
para denunciar las violaciones y dar voz a las víctimas, tanto en el Cáucaso
como en el resto de Rusia. Después de diez años es forzoso constatar que en el
país ha empeorado profundamente el clima de trabajo de la prensa independiente
y quienes defienden los derechos humanos. Otros nombres han ido añadiéndose a
la lista de personalidades asesinadas”.
Desde el regreso, en 2012, de
Valdimir Putin a la presidencia se han diversificado y ampliado el espectro de
personas objeto de presiones por parte de las autoridades: ahora, las voces
libres y contestatarias se encuentran atenazadas entre una legislación que censura
cualquier forma de crítica y una propaganda cuyo objetivo es hacerles pasar por
enemigos internos. Lejos de tratarse de un fenómeno aislado, Rusia es un modelo
que se exporta y encuentra numerosos ecos: en varios países europeos, y en
algunos de sus vecinos inmediatos, vemos como las mecánicas de esa espiral
represiva se reproducen, aumentadas, adaptadas a diferentes escalas. En este
aspecto, la Rusia de ahora mismo es un laboratorio asumido y reivindicado, que
sirve de inspiración a otros muchos gobiernos.
Con ocasión del décimo aniversario
del asesinato de Anna Politkovskaya, y con el apoyo de la Alcaldía de París y
el deseo de rendirle homenaje y prolongar un debate que no debe terminar
mientras no cesen las muertes, desapariciones, detenciones y torturas de
periodistas y defensores de las libertades en los países represores, Amnistía
Internacional France, la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH),
Reporteros sin Fronteras y Russie Libertés, han organizado una mesa redonda
sobre la libertad de expresión en Rusia, y en toda Europa, a la que seguirá la
proyección del documental “Lettre à Anna”, realizado por Eric Bergkraut, con
imágenes de Anna Politkovskaya, intervenciones de su hija Vera y la voz de la
actriz francesa Catherine Deneuve.
Anna Politkovskaya nació en Nueva
York. Hija de un diplomático, su padre trabajaba en la delegación de la
República Socialista Soviética de Ucrania en la ONU, en 1980 terminó los
estudios de periodismo en Moscú, e inició su carrera profesional en el diario
Izvestia. Desde junio de 1999, y hasta su muerte, escribió artículos en el
periódico Novaia Gazeta. En 2001 se refugió durante varios meses en Austria, tras recibir
amenazas de muertos en correos electrónicos: los mensajes decían que un oficial
de policía, Sergei Lapine, al que había acusado de cometer atrocidades, estaba
preparando una venganza. El policía fue detenido en 2002, y su caso se
sobreseyó al año siguiente; un fiscal lo desempolvó en 2005, Lapine ha cumplido
una condena de once años de cárcel.
Las fuerzas rusas mantuvieron detenida
durante varios días, en febrero de 2001 a Anna Politkovskaya, en Chechenia, en
la región de Chatoi, por “infringir los reglamentos en vigor para los
periodistas”. Estaba investigando un centro de detención del ejército. Fue amenazada
de violación y muerte, así como de que actuarían contra sus hijos, según ha
denunciado la Fundación Internacional de Mujeres que trabajan en Medios de
Comunicación (International Women’s Media Foundation, IWMF), que en 2002
entregó a Anna Politkovskaya el premio Valor en Periodismo.
Comprometida en distintas causas,
entre otras la defensa de las víctimas de la guerra en Chechenia, fue uno de
los negociadores cuando la toma de rehenes en el teatro de Moscú, en 2002.
Cuando la toma de rehenes en la escuela de Beslam, en 2004, Anna Politkovskaya
fue envenenada, probablemente con una taza de té en el avión que le conducía a
Rostov-sobre-el-Don, donde iba a participar en las negociaciones con los
secuestradores. Nunca se hizo público el veneno, los análisis de sangre se
destruyeron “en un descuido”. Gravemente enferma, no pudo tomar parte en las
conversaciones. Ella consideraba que su envenenamiento fue obra de los
servicios especiales, para impedir a cualquier precio que acudiera a Beslam.
Su último libro, publicado en
septiembre de 2006, pocos días antes del asesinato, se llama “Dolorosa Rusia”.
En él, auténtica requisitoria contra la política de Putin en Rusia, la
periodista predecía que si “en Rusia estalla una revolución no será ni naranja
ni de terciopelo, sino roja como la sangre”.
En 2002 recibió el Premio del Pen
Club Internacional por sus investigaciones y en 2003, en Dinamarca, el Premio
Periodismo y Democracia, creado por la OSCE (Organización para la Seguridad y
la Cooperación en Europa). En 2004 fue galardonada en Suecia con el Premio Olof
Palme para los Derechos Humanos, y en España con el Premio Internacional de
Periodismo Manuel Vázquez Montalbán.
Ironía del destino, Anna
Politkovskaya fue asesinada un 7 de octubre, fecha del cumpleaños de su enemigo
declarado, Vladimir Putin quien, sin ninguna duda para las organizaciones
defensoras de las libertades fundamentales, se encontraba detrás del complot
que acabó con la vida de la periodista.
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