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Archivo Mundial del Ártico
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La isla noruega de Spitzberg, en el archipiélago de Svalbard, donde ya se
encuentra la Reserva Mundial de Semillas, contará dentro de poco con una
Reserva Mundial de Datos, gracias al proyecto
«Archivo Mundial del Artico », que se ha
marcado el objetivo de preservar durante 500 años todos los materiales
digitales del mundo: cine, música, literatura y líneas de código, explica el
periodista Antoine Hasday en un artículo en Korii, el suplemento de tecnología
del digital francés Slate.
Se trata de poner la cultura mundial a salvo de catástrofes naturales o
humanas, « y de todo lo que 2020 nos reserve todavía », añade no sin
cierta ironía. Detrás del proyecto está la empresa noruega Piql, fundada en
2002 por el ingeniero Rune Bjerkestrand con
el nombre de Cinevation, porque en aquel momento lo que quería era conservar
las películas antiguas. Pero, cuando en
2008 se creó la Reserva Mundial de Semillas de Svalbard, Rune Bjerkestrand penso que podía hacerse lo mismo con todos nuestros
–míos, tuyos, de todos…- datos.
El ingeniero Bjerkestrand instaló su “reserva” en una antigua mina de
carbón, cerca de la Reserva Mundial de Semillas, y en 2017 creó Piql, una
empresa privada en la que tanto instituciones (gobiernos, museos, empresas) como
particulares pueden, previo pago, poner a salvo sus datos. Piql se encarga de
digitalizarlos, “luego ‘imprime’ el código binario en una película especial –el
PiqlFilm-, en un formato similar a los códigos QR, ésto se enrolla en una
bobina (como una película cinematográfica) y se encierra en una caja
protectora, la PiqlBox”.
En teoría, las PiqjBox son casi indestructibles, resisten a las
pulsaciones electromagnéticas, a las radiaciones nucleares y a una temperatura
de hasta 197ºC, lo que garantiza su conservación durante al menos 500 años,
aunque el autor del artículo añade que “incluso durante dos mil años y en
teoría para siempre”.
El Arctic World Archive puede ser una solución frente a la amenaza de una
« edad de tinieblas » digital que provocaría la pérdida de los datos
y la imposibilidad « de leer ficheros con formatos obsoletos ».
Aunque, y quizá esto sea lo más importante, es posible que la gente que quiera
consultar estos archivos dentro de
quinientos o dos mil años no los entienda, o no los considere acertados. El autor del artículo cita, como ejemplo y sin
precisar lo que había, que « el contenido de una « cápsula
temporal », cerrada en 1876 y abierta en 1976, fue considerado “poco
interesante”.
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