"Durante muchos años he buscado una
imagen perdida: una fotografía tomada entre 1975 y 1979 por los Jemeres Rojos
cuando gobernaban en Camboya. Por supuesto que una imagen por sí sola no puede
ser la prueba de un genocidio, pero nos hace pensar, nos fuerza a meditar, a
registrar la Historia. La he buscado en vano en archivos, en viejos papeles, en
las aldeas de Camboya. Hoy lo sé: esta imagen debe estar perdida. Así que la he
creado. Lo que les ofrezco no es la búsqueda de una imagen única si no la
imagen de una búsqueda; la búsqueda que permite el cine.
Algunas imágenes están perdidas para siempre
y son reemplazadas por otras. En este proceso hay vida, lucha, dificultad y
belleza, la tristeza de los rostros perdidos, la comprensión de lo que pasó:
algunas veces nobleza e incluso coraje pero nunca olvido" (Rithy
Panh).
El doloroso camino de reconstruir la memoria
"Busco mi infancia como una imagen perdida.
O, más bien es ella quien me reclama. ¿Es porque tengo 50 años?”. Con estas
últimas palabras del realizador comienza el magnífico documental La imagen perdida. El pasado que le
asalta y le envuelve como una ola gigantesca es la vida rota de un chico de 11
años que, con la llegada del régimen de los Jemeres Rojos, vio como en cuatro
años -1975/1979, cuando el país del Sudeste asiático recobró su nombre original
de Kampuchea- desaparecía la mayor parte de su familia y conoció el horror
cotidiano de los campos de trabajo y la muerte. Y es también la tranquila
felicidad anterior, “el mundo de antes, de la música, de la familia”, barrida de
un plumazo por el genocidio.
La Imagen Perdida (L’Image Manquante) es la
tercera parte de la trilogía de Rithy Panh sobre el genocidio camboyano,
complemento imprescindible de S-21,
la máquina roja de matar y
Duch, El maestro de las forjas del infierno.
En
un mundo, como el nuestro, saturado de imágenes, a veces faltan las más
importantes; porque no se filmaron en su día o porque se destruyeron después.
Con la evocación de esa imagen no hallada, el prestigioso documentalista y
escritor de origen camboyano afincado en Francia Rithy Panh describe la esencia de La Imagen Perdida, adaptación de algunos
pasajes autobiográficos de su libro La Eliminación (Anagrama, 2013). Panh intenta
reconstruir las “imágenes que faltan”, las que la propaganda revolucionaria
ocultó primero, e hizo desaparecer después, y están irremediablemente perdidas.
La
tranquila adolescencia de Rithy Panh, hijo de un profesor de Phnom Penh, se
rompió el 17 de abril de 1975, cuando la guerrilla comunista de los Jemeres
Rojos entró en la capital camboyana. Siguiendo las órdenes de Pol Pot, ideólogo
de extrema izquierda seguidor de Mao y alzado al poder con el apoyo de un
campesinado muy pobre, aquellos soldados fanáticos consiguieron en pocas horas
vaciar las ciudades del país y enviar por la fuerza a sus habitantes a trabajar
en los campos y los arrozales. En cuatro años, los Jemeres Rojos hicieron desaparecer
una generación entera.
Esas
imágenes que a Panh le abrasan la memoria, las de los crímenes masivos que
presenció, hoy son imposibles de encontrar. El régimen de Pol Pot se encargó de
no dejar rastro. Por eso, el realizador ha decidido revivir las secuencias que
su memoria atesora “con tierra y agua, con los muertos, los arrozales, las
manos vivas, se hace un hombre. No hace falta gran cosa, basta quererlo. Su
traje es blanco, la corbata oscura. Querría estrecharlo junto a mí. Es mi
padre…». La magia del cine y el talento del escultor, que va creando ante los
ojos del espectador personajes, escenarios y decorados, y después los pinta
minuciosamente, Rithy Panh reconstruye con una emoción contagiosa lo que hasta
ahora no habían podido decir los supervivientes del genocidio camboyano: el
sufrimiento, la muerte, el amor por los desparecidos, el dolor de los que se
salvaron.
Como
indica el título, la película –que se estrena en los cines españoles el 11 de
abril de 2014- busca la imagen perdida del genocidio. Al no encontrarla, el cineasta
la fabrica: figuritas, escenas, decorados de arcilla (figuritas que tienen
dibujado el rostro de personas que conoció, de parientes y amigos
desaparecidos), músicas, textos en off escritos por Christophe Bataille
cargados de realidad y poesía… “todo le sirve a Rithy Panh en su lenta y
dolorosa remontada hacia aquella infancia subordinada a la muerte, para evocar
lo que no puede mostrar”.
Inteligente,
fuerte, memorable… de increíble belleza, La
imagen perdida enfrenta al espectador con una realidad desconocida (o casi)
ante la que no puede en modo alguno permanecer indiferente. En un mundo donde
las innovaciones en materia de transportes restan importancia a la distancia
geográfica, el genocidio de Camboya ocurrió hace menos de cuarenta años a solo
unas horas de vuelo de la puerta de nuestras casas; y, sin embargo, de todo
aquello solo conocemos el subrayado en rojo de los libros de historia y un
puñado de escalofriantes imágenes posteriores de montañas de calaveras
respetuodsamente mostradas a los turistas.
La
guerrilla comunista de Pol Pot tomó la capital de Camboya el 17 de Abril de
1975, cuando Rithy Panh tenía 11 años. Los ciudadanos fueron enviados a campos
de trabajo y con la clara intención de eliminar las divisiones de clase, los
individuos fueron sustituidos por números. Las torturas y ejecuciones se
convirtieron en moneda de cambio habitual.
Superviviente
de los campos de trabajo, donde perdió la vida gran parte de su familia más
cercana, Rithy Panh llegó a Francia en 1980 procedente de un campo de
refugiados de Tailandia. El mismo explica que “intentando extirpar (de su
memoria) el dolor que le marcó al rojo… eligió tomar el camino inverso,
escribir y hacer cine y poner sus habilidades artísticas al servicio de esa
memoria”. Lleva un cuarto de siglo reconstruyendo la historia de su país, donde
el régimen de los Jemeres Rojos asesinó a una quinta parte de la población.
Sus
primeros documentales –El pasado
imperfecto, Site 2- de 1988/89 ya tratan de Camboya y de los campos de
Tailandia. Su primer largometraje de ficción –Gentes del arrozal- fue la primera película camboyana que competía
por la Palma de Oro en el Festival de Cannes 1994. En 2002 presentó en Cannes,
fuera de concurso, S21, la máquina de
muerte de los Jemeres Rojos, coincidiendo con el momento de los
enfrentamientos entre el gobierno camboyano y la ONU, a propósito de los
tribunales especiales para juzgar a los genocidas. Después de otros trabajos
sobre las dificultades que encuentran los artistas de teatro camboyanos para
ubicarse en la sociedad actual (Los
artistas del teatro quemado), o sobre las prostitutas de Phnom Penh (El papel no puede envolver las brasas),
Panh cambió de registro adaptando en 2008 la novela Un barrage contre le Pacific, de Marguerite Duras.
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