“Diego: Mentir es
siempre una tontería
Nada:
No, es una política” (Albert Camus, L’Êtat de siège)
Albert Rivera |
No
sabemos como ha ocurrido, pero el hecho de que en España los adversarios
políticos se hayan convertido en enemigos está perjudicando, y de qué manera, a
esta democracia nuestra indefensa ante tanto ataque, y especialmente ante las
mentiras que parece vamos asumiendo como
inevitables.
Los
políticos mienten, todos, sin excepción. Lo sabemos nosotros y no lo esconden
ellos. Mienten con la desfachatez de quienes se creen por encima del bien y del
mal, a salvo de cualquier juicio. Mienten como si ignoraran que la tecnología
va en su contra y la mentira de hoy queda registrada por los siglos de los
siglos, y que siempre aparecerá algún ciudadano honesto que se la arrojará a la
cara en el momento más inesperado, sin otro objetivo que el restablecimiento de
la verdad.
Aunque
hay veces que ni siquiera da tiempo a llegar
al momento histórico de la revancha. Eso es lo que le ha ocurrido ayer,
20 de junio de 2019, a Albert Rivera, uno de los especialistas patrios en el
arte de la mentira –y también en el del patrioterismo de baja estofa, en la
generación de odios entre culturas y en la devoción al gimnasio-, cuando de
paso por Bruselas se le llenó la boca respondiendo a los micrófonos volantes de
las televisiones, y después de retomar el viejo discurso de la infamia contra
Pedro Sánchez aseguró que “Macron y su gobierno” (textual) le habían
felicitado por la machada de pactar con la ultraderecha en Andalucía.
Rivera
mintió sin atenuantes y, antes de que terminara la frase en una acera de
Bruselas el Elyseo se estremecía en París. “Macron y su gobierno” se dejaron el
postre sin terminar para responder categóricamente y con cierta cara de asco a
los cuatro vientos, y a los cientos de agencias, periódicos, radios y
televisiones europeos que nunca, “ni en
público ni en privado”, habían hecho tal cosa.
Tras un
ridículo internacional de tamaña envergadura, Rivera –al que los italianos
considerarían un “buono per nulla” y yo califico de rabioso, maleducado e
impresentable, con un futuro político más que dudoso pese a los apoyos, cada
vez menores, del empresariado de todos los colores, pero mayoritariamente azul
tirando a rojo y gualda-, Rivera, digo, se la envainó haciendo uno de sus
repetidos y vergonzantes mutis, y fueron los portavoces de su partido quienes
se encargaron de la operación “sacar la pata”. Naturalmente, mintiendo de
nuevo, y recurriendo a la vieja añagaza de “donde dije Diego digo digo”.
Ayer fue
un día pródigo en mentiras cara al público, en vivo y en directo. Presenciamos
las de Cospedal y Bárcenas ante los tribunales, las del ínclito Camps a un paso
del banquillo, las de varias portavoces (¿o portavozas?) del gobierno en
funciones explicando lo inexplicable de las negociaciones con Podemas y Podemos…
Esto del
arte de la mentira política viene de lejos. En 1733 –casi tres siglos ya- con
ese mismo título se publicó un panfleto satírico atribuido a Jonathan Swift (aunque parece ser que el autor es un tal
John Arbuthnot) que, por cierto, fue más o menos pionero de eso que ahora
llamamos crowdfunding, porque lo que se
publicó fue un primer volumen de varios (sin precisar) junto con el anuncio de
una suscripción para los siguientes.
En el
segundo capítulo, de los once de que consta el libro, el autor define la
mentira en política como “el arte de convencer al pueblo”. Recordemos que se trata de una sátira aunque
políticos como Albert Rivera creen a pie juntillas que mintiendo pueden
convencer a alguien. Por si les es de alguna utilidad, he aquí algunos consejos
del libro para los fabricantes de mentiras: sustraer las mentiras a cualquier
tipo de verificación, no rebasar los límites de lo verosímil y crear una “sociedad
de mentirosos” para racionalizar la producción de mentiras políticas. A Rivera solo le queda redactar los
estatutos.
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