Disco de Enheduanna hallado en la antigua capital sumeria |
Se llamaba Enheduanna y hace cuarenta y tres
siglos escribió al menos dos himnos dedicados a la diosa sumeria Inanna.
Se trata de los primeros textos escritos por un
autor identificado. El lugar: Mesopotamia durante el imperio de Akkad (más o
menos el actual Irak). La fecha: 2.300 años antes de nuestra era, cuando Europa
se encontraba en el Neolítico. Los hechos: un tal Sargon de Akkad derrocó al
rey y se hizo con el poder en el norte de la región. Después marchó hacia el
sur para extender sus dominios y conquistó la ciudad de Ur, la capital sumeria,
nombrando a su hija Enheduanna gran sacerdotisa de Ur al servicio de Nanna, el
dios de la luna. Un tal Lugal-Ane encabezó una sublevación, destituyó a
Enheduanna de su calidad de sacerdotisa convirtiéndola en simple curandera, y
la forzó al exilio. Fue entonces, durante el exilio, cuando Enheduanna escribió
dos textos dedicados a la diosa Inanna, en los que se arrepiente de sus
errores, sin precisar de qué se trata.
La importancia principal de esos himnos radica en
que es la primera vez que aparece escrita la palabra “yo”; existen algunos
escritos anteriores en el tiempo, pero se trata de textos administrativos o
contables.
El
pasaje, en el que una mujer habla a una diosa dice más o menos lo siguiente (en
una traducción del inglés efectuada por la periodista y bloguera francesa
Titiou Lecoq, especialista en cultura web): “Dama de todos los poderes divinos, resplandeciente
luz, mujer virtuosa vestida de rayas, amada por An y Uras. Dueña del paraíso,
con gran diadema, que le gustan los hermosos peinados convenientes para el
oficio de sacerdotisa, que tiene los siete poderes. Mi señora, vos sois la
guardiana de los grandes poderes divinos. Vos habéis cogido los poderes divinos
y los habéis sostenido en vuestra mano. Como un dragón, habéis arrojado veneno
sobre las tierras extranjeras. Cuando, como Iskur, rugís sobre la tierra no se
os resiste ninguna vegetación. Las
tierras extranjeras se inclinan, mi señora, ante vuestro grito de guerra.
Cuando la humanidad se presenta ante vos, maravillada por los rayos y la
tempestad, vos desplegáis el más terrible de los poderes divinos. A causa de
vos se ha abierto el umbral de las lágrimas y las gentes recorren el largo
camino de la casa de las grandes lamentaciones (…) Yo, Enheduanna, sacerdotisa
de En, he puesto el fruto sagrado a vuestro servicio. He traído la bandeja
ritual y entonado el canto de alegría (…) ¿Debo morir a causa de mis canciones
santas? (…) Me hizo volar como una golondrina por la ventana. Agoté mi fuerza
de vida. Me hizo caminar a través de los matorrales espinosos de las montañas.
Me despojó del legítimo vestido de la sacerdotisa. Me dio un cuchillo y un
puñal y me dijo: ‘estos son los ornamentos apropiados para ti” (…) he recitado
esta canción para vos. Que un cantor os repita a mediodía lo que os he recitado
en mitad de la noche ».
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