"Un pueblo y su rey’ es como una marmita a punto de desbordarse:
demasiado repleta de todo, de actores, de importancia, de pompa, de desafíos y
de pelucas…” (Théo Ribeton, Les
Inrockuptibles).
Superproducción histórica en torno al levantamiento popular
que en 1789 culminó en la Revolución Francesa, toda una referencia para las
democracias occidentales en general y europeas en particular, “Un pueblo y su
rey”, dirigida por Pierre Schoeller (“Versalles”, “El ejercicio del poder”), es
una película coral con actores consagrados de la cinematografía francesa
-Gaspard Ulliel (“Hannibal el origen del mal”), Adèé Haenel (“120 pulsaciones
por minuto”), Laurent Laffite (“Pequeñas mentiras sin importancia”), Louis
Garrel (“Mal genio”), Olivier Gourmet (“Dos mujeres”), Izia Higelin (“Samba”) y
Denis Lavant (“Holy Motors”)- de la que yo destaco la lección sobre la
importancia de las mujeres en la revolución, por precisar más en todas las
revoluciones.
París, 1789. La Bastilla ha sido asaltada
y un soplo de libertad invade las calles. Françoise, una joven lavandera, y
Basile, sin familia ni apellido, descubren la euforia del amor y la
revolución. Con sus amigos y la gente humilde de París, perseguirán sus sueños
de emancipación en la recién formada Asamblea, que será el germen de un nuevo
sistema político.
Fresco histórico austero y lírico,
“Un pueblo y su rey” es tanto un espectáculo guiado por la preocupación de
permanecer siempre fiel a las fuentes, como una llamada a reflexionar sobre la
idea de revolución, su actualidad y pertinencia ( o no). Desde la toma de la
Bastilla (14 julio 1789) hasta la imagen de la cabeza de Luis XVI separada del tronco
por la guillotina (21 enero 1793), toda la película es un desfile de personajes
que quieren, de una forma u otra, hacer la revolución.
Drama complejo y
excesivo que gira, como el título indica, en torno a las relaciones del pueblo
con su rey (y no a la inversa) y al final de un reinado, como la enésima
versión de una misma lección de historia « Un
pueblo y su rey » reconstruye el destino fatal de un ideal que acaba en
masacre, sin que nadie sea capaz de decir si hay que definirlo como desastre o victoria
aunque todos coincidamos en cantar “la Marsellesa”.
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