“Sólo se vive una vez” conduce a una pregunta cuasi existencial: ¿para qué
ponernos a fabricar hamburguesas si nuestra especialidad en comida rápida es el
choripán? No hay dudas de que Hollywood impuso su modelo narrativo en gran
parte del mundo -aquel fenómeno llamado colonialismo cultural-, pero ¿es
necesario seguirlo tan al pie de la letra? (Clarin).
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Esta semana de
octubre de 2017, de puente interminable, algunas películas se estrenan el día
de fiesta, el jueves 12, sin esperar al
viernes que es el día habitual de cambio de cartelera. Eso es lo que ocurre con
“Solo se vive una vez”, una mala, pésima, comedia argentina a la que no ha
salvado un reparto que puede atraer a más de un fan de la acción casposa -Peter
Lanzani, Hugo Silva, Carlos Areces, y las colaboraciones más o menos, más bien
menos, extraordinarias de Gérard
Depardieu y Santiago Segura- dirigida por Federico Cueva, hasta ahora
“supervisor de especialistas y realizador de escenas de acción, cuya filmografía
incluye títulos como “Assassin’s Creed”, “Torrente 5”, “El secreto de sus
ojos”, entre otros, y con un guión que ha contado nada menos que con cinco
autores.
Efectivamente, y como dice la crítica del diario argentino
Clarín, si lo nuestro es el bocadillo de tortilla por qué queremos hacernos
pasar por especialistas en hamburguesas. Si una película como ésta la hemos
visto casi cada década procedente de los estudios de Hollyweood, y repetida
hasta la saciedad, no veo la necesidad de calcarla ahora –para mal- en algún
rincón del Buenos Aires actual, que contemplamos en tomas aéreas de drones, alguna
esquina emblemática y poco más. Porque el grueso de la acción –mucha- ocurre en
interiores y lugares oscuros.
Vamos con el argumento: el estafador independiente Leo entra en
conflicto con un jefe mafioso. Para escapar a la persecución de tres asesinos
del clan, recurre a hacerse pasar por miembro de una comunidad judía ortodoxa y
echar mano de la ayuda de su hermano, sacerdote católico en una parroquia de
barrio.
Todo ello aliñado con patadas, disparos, persecuciones, coches
que doblan peligrosamente las esquinas y acaban por explotar, y manipulado por
el feroz capo mafioso que se expresa en francés y bebe mate, y no engaña a
nadie con su “colaboración especial” porque sabe perfectamente que desde hace
ya mucho tiempo ha entrado de lleno en la “la máquina de hacer dinero, la
industria idiota del capitalismo cultural” (Son palabras suyas en declaraciones
a Clarín). Y con el recurso de resaltar los contrastes entre ambas religiones.
Una película que quizá pueda servir a algunos para alejarse un
rato de sus preocupaciones habituales.
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