“Quand’un angelotto
nel cel nun fa quel que dove fa, il Signore li serra nuna cella scura, scura” (Cuando
en el cielo un angelito no hace lo que debe, el Señor le encierra en una celda
oscura, oscura).
Roberto Andó (“Viva la libertad”) dirige a Toni Servillo
(“La gran belleza”, Oscar 2014 al mejor filme extranjero) en una película
excelente de crítica acerba al capitalismo más neoliberal y más salvaje, que
parece dedicada a los muchos Macron y Montoro que en el mundo son. Acompañan a
Servillo en el reparto los franceses Daniel Auteil (“La reina Margot”, “Mi
mejor amigo”, “En el nombre de mi hija”) y Lambert Wilson (“De hombres y
dioses”, “Barbacoa”, “Alcestes en bicicleta”), y la hermosísima danesa Connie
Nielsen (“Una cuna sin bebé”, “Runner”, “Music, War and Love”).
Un misterioso monje italiano, de nombre Salus, acude como
invitado a una cumbre del G8 que se celebra en el lujoso resort de una
localidad costera alemana, y en el que participan ministros de economía y el
director del Fondo Monetario Internacional, aquí llamado Roché. Quizá parezca
un tanto obvio pero asistimos a la representación de un mundo cínico y aséptico
que gobierna el planeta sin la menor pizca de humanidad (“Les hemos quitado la
esperanza, démosles al menos una ilusión”). Es una protesta militante pero
también la visión ética de alguien, el realizador, que difiere en todo de la
cultura dominante, en la que el mercado y sus leyes se imponen sobre la
política y sus buenos deseos (al menos, se le suponen).
Roché quiere confesarse esa noche con el monje, y hacerlo
en secreto después de más de veinte años. Al día siguiente, Roché aparece
muerto y aunque todo indica que se ha suicidado, el principal sospechoso es el
monje, al que vieron salir de su habitación; pero él se niega a romper el
secreto de a confesión. Los ministros de economía asistentes temen que haya
podido conocer los detalles del plan que preparaban y que iba a tener efectos
catastróficos en muchos países.
Todo tan real como la vida misma, todo tan conocido y tan
familiar como la crisis en que seguimos hundidos, como el tiempo que es dinero
para quienes mueven la economía mundial y que, filosóficamente para el director
del FMI, no es más que “una variable del alma”.
Un thriller como un nombre de la rosa contemporáneo, una
película heterodoxa lo mismo que no es ortodoxo el monje: “Me tiene sin cuidado
la ortodoxia, yo estoy de parte de la piedad”, y algunas otras frases sabias
que podrían perfectamente pertenecer al repertorio del papa Francisco.
“Una narración luminosa y poética” (Paola Casella) en la
que el monje Salus, que viene de un prolongado silencio y habla lo justo, no
busca las confesiones de los ministros y se limita a escuchar sus dudas y
remordimientos en un juego continuo de superposiciones sobre el papel
preconcebido que ellos y sus pares juegan, y deben jugar, en la historia que es
nuestra historia, la de los pueblos gobernados por esos señores del dinero (y
también de la guerra, porque son quienes venden las armas). Toni Servillo,
grandioso en su papel del monje vestido de blanco impoluto, es el catalizador
pasivo y moral, de esas confesiones que son como testamentos, como últimas
voluntades de los poderes fácticos, como “confesiones de la Troika” (Giulio
Vivoli).
Un ejercicio pedagógico de moral, en este caso revestido
de moral católica, pero moral universal en fin de cuentas: “Guai a quelli che
pagate le tase e lasciate da parte la speranza, la giustizia e la pietá”. (Ay!
de aquellos que pagáis los impuestos y dejáis de lado la esperanza, la justicia
y la piedad).
Nada
que añadir.
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