“Ten siempre a Ítaca en
tu mente, llegar allí es tu destino” (Constantin Cavafis, Viaje a Ítaca)
Las
películas de amigos que se reencuentran después de una larga separación
constituyen todo un género y también una especialidad cinematográfica francesa.
En este caso, Regreso a Ítaca, firmado por Laurent Cantet (La clase, Recursos
humanos) y escrito a medias entre el realizador francés y el escritor cubano
Leonardo Padura (a partir de su novela La historia de mi vida), es un cóctel
caribeño de cariño, nostalgia y amargura, Premio Venice Days en el Festival de
Venecia 2014 y Premio a la Mejor Película en el certamen de Biarritz del mismo
año.
Historia
sobre los sueños rotos de la generación que creció con la revolución cubana, la
que abrazó el ideal revolucionario, creía todo y no cuestionaba nada y, en
consecuencia, pasó miedo, se tragó las contradicciones y solo tuvo dos
opciones: quedarse y defender desde dentro, desde el exilio interior, los
muchos e importantes logros de un decepcionante camino al socialismo, o
escapar, huir a otros países y fabricarse una vida nueva impregnada de
desilusión y melancolía. El hundimiento de la URSS y la desaparición de la
ayuda situó a toda la isla de Cuba al borde de la pobreza y cada cual se apañó
como pudo.
En
la destartalada y acogedora azotea que da sobre el malecón de La Habana
–inmejorablemente retratada por Padura en varias de sus novelas que son
distintos fragmentos de su tumultuosa biografía personal-, Ítaca a la que acaba
regresando el que se fue, una noche de verano (en realidad, en La Habana
cualquier noche es de verano) se dan cita el exilio interior y exterior. Los
amigos de ayer, con el alma taladrada por algunas ausencias dolorosas, se
reúnen para celebrar el regreso de Amadeo (Néstor Jiménez), escritor que ha
permanecido dieciséis años exiliado en Madrid. Las canciones, las risas y los
bailes acaban dando paso a los recuerdos –primero los divertidos, después los
amargos-, las recriminaciones y los enfrentamientos. “En una noche y en hora y
media de cine los cinco amigos cenan, beben, fuman, gritan, lloran, cantan,
bailan, se cabrean, se reconcilian, abren armarios y corazones al estilo cubano
con esa mezcla de afectividad, autocrítica, sensualidad, jactancia,
provocación, patetismo y humor tan propios de la isla” (Libération). La noche
ha sido la catarsis; el amanecer, que dibuja en el horizonte el skyline de una
Habana blanca y hermosísima, les encuentra desparramados por las sillas y los
rincones de la azotea. Amigos para siempre.
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