“En el ámbito financiero se considera que el capital
humano es, en pocas palabras, el precio de una persona: su valor monetario en
base a parámetros como expectativa de vida, aptitudes, talento, conocimientos,
calidad y cantidad de relaciones, experiencias acumuladas y eventuales rentas,
que determinan en parte su capacidad para trabajar o producir, para sí mismo o
para otro”...
En
la película del realizador italiano Paolo Virzì (a quien podemos recordar, como
actor, en el personaje de un dirigente maoísta de la película El caimán, de
Nanni Moretti) que lleva ese título se trata de una historia, con epílogo
dramático, en la que se mezclan crisis financiera, intereses económicos y
distintos egoísmos que dan lugar a “un retrato bastante cruel de estos nuestros
años de vulgaridad moral y prepotencia financiera, dominados por quienes han
apostado por la ruina del país y han vencido, como dice –no se sabe si más
culpable o más estúpida- Carla (Valeria Bruni Tedeschi, (especie de Emma Bovary
vestida de Prada, Guillemette Odicino, Télérama) a su – prepotente y sin
prejuicios- marido Giovanni. En cualquier caso, parece sugerir Virzì, ahora la
comedia ha terminado” (L’Espresso).
El
capital humano, película presentada en 2015 por Italia como candidata al Oscar
a la mejor producción de habla no inglesa y ganadora de varias categorías del
David de Donatello (especie de Premios Goya transalpinos) es la fotofija del
final de la comedia, en distintas versiones de la misma historia articulada
sobre un acontecimiento trágico, el atropello y muerte de un ciclista, contadas
por varios de sus protagonistas: seres patéticos, víctimas de la pasión por el
dinero, el lujo y la imagen pública, sacados del Connecticut de la novela Human
Capital, del estadounidense Stephen Amidon, y trasladados a Brianza, en el
norte italiano, donde las interesadas relaciones entre dos ambiciosas familias
de la alta burguesía se ven turbadas no solo por el incidente de carretera sino
también por las consecuencias de la crisis.
Película
coral, sátira social y política, entre comedia y cruel drama familiar, “entre
thriller y radiografía social”, en la que aparecen las tradicionales
contradicciones ideológicas de los italianos, la decadencia política de su
régimen, en una ficción maniquea de encontronazo (o nueva lucha, definición más
adecuada al capitalismo neoliberal) de clases sociales, las dos Italias
históricas, con definición previa de buenos y malos que, pese a la intensidad
del relato y su empeño en demostrar que se trata de un calco de la Italia de
hoy, con sus estratificaciones sociales, no convence al cien por cien.
Todo
empieza una noche de invierno, en una carretera helada, cuando un ciclista que
regresa de una fiesta es atropellado por un 4x4. Y, a continuación, el regreso
a “algunos meses antes”, cuando comienza el acercamiento entre las familias
Ossola y Bernaschi, cuyos hijos están viviendo una historia de amor; y el todo
con un regusto de mafia familiar, que tiene un ligero aroma a unos Soprano algo
rancios. Agente inmobiliario al borde de la quiebra, Dino Ossola piensa que ha
encontrado una vía de salida cuando se entera de que su adolescente hija Serena
ha iniciado una relación con el hijo de la riquísima familia Bernaschi. Todos
tienen en común la pasión por el dinero y la carencia de escrúpulos para
conseguir el máximo. Cuando los padres están a punto de firmar un acuerdo, un
desgraciado accidente, en la víspera de Navidad, pone en peligro la reputación
de una de las familias.
Los
puntos de vista de la historia son los del padre Ossola (Fabrizio Bentivoglio),
agente inmobiliario al que van mal los negocios, su hija Serena (Matilde Gioli)
y la madre Bernaschi (Valeria Bruni Tedeschi), el escenario recurrente la
fastuosa mansión de los Bernaschi, y las preocupaciones que su realizador quiere
poner de manifiesto van desde los especuladores hasta los magos de las finanzas
que juegan con “tus ahorros y después se los comen, con toda tu vida. Que
calculan con un algoritmo el precio de tu muerte, el ‘capital humano’, la
indemnización a pagar a los herederos por la ausencia”.
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