martes, 7 de abril de 2015

El capital humano, de Paolo Virzì: metáfora de un tiempo y un país



“En el ámbito financiero se considera que el capital humano es, en pocas palabras, el precio de una persona: su valor monetario en base a parámetros como expectativa de vida, aptitudes, talento, conocimientos, calidad y cantidad de relaciones, experiencias acumuladas y eventuales rentas, que determinan en parte su capacidad para trabajar o producir, para sí mismo o para otro”...

En la película del realizador italiano Paolo Virzì (a quien podemos recordar, como actor, en el personaje de un dirigente maoísta de la película El caimán, de Nanni Moretti) que lleva ese título se trata de una historia, con epílogo dramático, en la que se mezclan crisis financiera, intereses económicos y distintos egoísmos que dan lugar a “un retrato bastante cruel de estos nuestros años de vulgaridad moral y prepotencia financiera, dominados por quienes han apostado por la ruina del país y han vencido, como dice –no se sabe si más culpable o más estúpida- Carla (Valeria Bruni Tedeschi, (especie de Emma Bovary vestida de Prada, Guillemette Odicino, Télérama) a su – prepotente y sin prejuicios- marido Giovanni. En cualquier caso, parece sugerir Virzì, ahora la comedia ha terminado” (L’Espresso).

El capital humano, película presentada en 2015 por Italia como candidata al Oscar a la mejor producción de habla no inglesa y ganadora de varias categorías del David de Donatello (especie de Premios Goya transalpinos) es la fotofija del final de la comedia, en distintas versiones de la misma historia articulada sobre un acontecimiento trágico, el atropello y muerte de un ciclista, contadas por varios de sus protagonistas: seres patéticos, víctimas de la pasión por el dinero, el lujo y la imagen pública, sacados del Connecticut de la novela Human Capital, del estadounidense Stephen Amidon, y trasladados a Brianza, en el norte italiano, donde las interesadas relaciones entre dos ambiciosas familias de la alta burguesía se ven turbadas no solo por el incidente de carretera sino también por las consecuencias de la crisis.

Película coral, sátira social y política, entre comedia y cruel drama familiar, “entre thriller y radiografía social”, en la que aparecen las tradicionales contradicciones ideológicas de los italianos, la decadencia política de su régimen, en una ficción maniquea de encontronazo (o nueva lucha, definición más adecuada al capitalismo neoliberal) de clases sociales, las dos Italias históricas, con definición previa de buenos y malos que, pese a la intensidad del relato y su empeño en demostrar que se trata de un calco de la Italia de hoy, con sus estratificaciones sociales, no convence al cien por cien.

Todo empieza una noche de invierno, en una carretera helada, cuando un ciclista que regresa de una fiesta es atropellado por un 4x4. Y, a continuación, el regreso a “algunos meses antes”, cuando comienza el acercamiento entre las familias Ossola y Bernaschi, cuyos hijos están viviendo una historia de amor; y el todo con un regusto de mafia familiar, que tiene un ligero aroma a unos Soprano algo rancios. Agente inmobiliario al borde de la quiebra, Dino Ossola piensa que ha encontrado una vía de salida cuando se entera de que su adolescente hija Serena ha iniciado una relación con el hijo de la riquísima familia Bernaschi. Todos tienen en común la pasión por el dinero y la carencia de escrúpulos para conseguir el máximo. Cuando los padres están a punto de firmar un acuerdo, un desgraciado accidente, en la víspera de Navidad, pone en peligro la reputación de una de las familias.

Los puntos de vista de la historia son los del padre Ossola (Fabrizio Bentivoglio), agente inmobiliario al que van mal los negocios, su hija Serena (Matilde Gioli) y la madre Bernaschi (Valeria Bruni Tedeschi), el escenario recurrente la fastuosa mansión de los Bernaschi, y las preocupaciones que su realizador quiere poner de manifiesto van desde los especuladores hasta los magos de las finanzas que juegan con “tus ahorros y después se los comen, con toda tu vida. Que calculan con un algoritmo el precio de tu muerte, el ‘capital humano’, la indemnización a pagar a los herederos por la ausencia”.




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