Ryan
Gosling, actor, realizador, productor, guionista, músico, bailarín y compositor
canadiense de 35 años, crecido en una familia mormona e integrante en su
infancia del All
New Mickey Mouse Club (junto a otras celebridades como Justin Timberlake,
Cristina Aguilera o Britney Spears), tras interpretar cerca de dos decenas de
películas –algunas destacables como The Notebooks, Love and Secrets, Crazy,
Stupid, Love o Drive- ha decidido pasar al otro lado de la cámara con la
historia de Lost River, cuyo guión también lleva su firma.
Lost
River habla de un mundo extinguido -un barrio, un pueblo abandonado por casi
todos sus habitantes después de que el primigenio fuera anegado en la
construcción de un pantano-, en el que junto a los últimos supervivientes
conviven los fantasmas del pasado -entre ellos una Barbara Steele anciana,
muda, en su enésimo “film de horror”, género que ha marcado su más de medio
siglo de carrera, pese a que en los años 1960 hizo apariciones episódicas en
películas de autor tan notables como “8 ½” de Fellini, “L’Armata Brancaleone”,
de Mario Monicelli, o “La Petite” de Louis Malle- y “Los sueños en ruinas”.
Christina
Hendricks ("Mad Men") en su primera película como protagonista, la
compañera sentimental del director Eva Mendes (Desperado 2, La noche nos
pertenece), y Saoirse Ronan, Iain de Caestecker, Matt Smith y Ben Mendelsohn, protagonizan
este drama fantástico que tanto recuerda las obras de David Lynch y llega
apadrinado por Guillermo del Toro tras presentarse en la sección Un Certain
Regard del Festival de Cannes 2014.
En
los suburbios de Detroit está Lost River, un pueblo sobre el que ha caído una
maldición y que esconde muy cerca otro igual oculto bajo las aguas. Billy,
madre soltera, intenta sacar adelante a sus dos hijos y no perder la casa, a
punto de ser embargada por el banco. El nuevo director de la entidad financiera
le ofrece trabajo en un lugar misterioso, una especie de casino para
“sadomasos” cuyo fin último es la prostitución “especializada y sofisticada”, edificado
en medio de ninguna parte y cerca del pueblo cubierto por las aguas de la presa
(“Cuando ocurren estas cosas, yo me presento, planto mi negocio y la gente,
desesperada, acude”). Al mismo tiempo, Bones, el hijo adolescente, y su amiga
Rat (pareja romántica de adolescentes, los únicos que parecen inocentes al
margen de la perversión ambiental) se ayudan mutuamente a escapar de unos
“monstruos” –personificados en los jóvenes ultraviolentos que dictan la ley en
el suburbio y quieren monopolizar el “mercado del cobre” procedente de las
casas abandonadas- y romper el maleficio que pesa sobre los habitantes del
lugar, donde los acreedores queman las casas de los endeudados.
Estamos
hablando de un cuento, una fantasía gótica con final relativamente feliz;
aunque al final los principales personajes conservan la vida, no puede decirse
que hayan quedado indemnes cuando desaparecen en la noche, en un mundo de
ruinas calcinadas. Estamos hablando de un mundo de sombras (en el que los
protagonistas no son los actores sino el pueblo fantasmal y el lago artificial)
muy personal, de paisajes destruidos, de casas que son solo cimientos, de
“seres humanos a los que han arrebatado todo y ahora se arrastran como zombis
modernos” (Pierre Murat, Télérama).
«Yo
soy canadiense –explicaba Gosling en una entrevista reciente- y en mi país
tenemos una visión romántica de Estados Unidos. Sobre todo de Detroit, el lugar
donde nació la Mowtown, el sueño americano. Cuando fui allí vi algo totalmente
diferente de lo que había imaginado. Me encontré ese suburbio abandonado, de más
de 60 kilómetros, en el que algunas familias luchaban por conservar sus casas
mientras que a su alrededor todo estaba en ruinas y desaparecía poco a poco.
Pasear por aquellos barrios tenía algo de surrealista, parece imposible que
existan lugares así. Sus habitantes viven de tal modo que dan la impresión de
ser los últimos humanos que quedan en la Tierra; ese lugar tiene algo que es
como una quinta dimensión y también como un cuento de hadas. Entonces pensé que
para contar lo mejor posible la historia de esa gente tenía que conseguir
transmitir la emoción que había sentido. No he tratado de hacer una
reconstrucción de la decadencia económica de Detroit, sino de contarla a través
de los ojos de dos adolescentes que creen que existe una maldición sobre el
lugar y que pueden romperla para conseguir una vida mejor”.
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