"El escritor
Luis Sepúlveda ha muerto en Oviedo. El
equipo de Tusquets Editores lamenta profundamente su pérdida”.
Ha sido este
comunicado de la editorial catalana el que nos ha informado, este
17 de abril de 2020, de que el maestro
de la ternura y el humor en la literatura, el chileno siempre exiliado Luis Sepúlveda,
quien mejor nos explicó la Patagonia en el siglo XX, es otra víctima más del
maldito virus. Llevaba internado en un hospital desde finales de febrero,
contagiado al parecer en un acontecimiento literario celebrado en Portugal.
Luis Sepúlveda, el autor que se nos reveló con el
relato de “El viejo que leía novelas de
amor” (1992, exquisita novela corta adaptada al cine en 2001 por el australiano
Rolf De Heer, que cuenta la historia de Antonio José Bolívar, un tupo antisocial de 60 años que vive en un
lugar frontera con la Amazonia, y el dentista Rubicundo Loachamin quien, dos
veces al año, le lleva novelas de amor
que cambiarán el sentido de sus noches solitarias ), nació en 1949 en
Ovalle, al norte de Santiago, descendiente de “un andaluz que tenía un restaurante en Santiago de Chile (“Restaurante
Don Lucho, mejor que en casa”) y desde muy joven militó en las Juventudes
Comunistas y después en una rama del Partido Socialista desde donde –le he oído
hoy decir con legítimo orgullo en un
documento televisivo- fue guardaespaldas de Salvador Allende y también detenido
en 1973 por los secuaces de Pinochet.
Pasó dos años y medio en aquellas cárceles del
terror hasta que finalmente las gestiones de Amnistía Internacional
consiguieron que conmutaran su condena
por la de exilio de ocho años en Suecia, país al que nunca llegó porque primero
se dedicó a recorrer América Latina fundando grupos de teatro en Colombia, Perú
y Ecuador, y en defender las causas de los indios amazónicos, para terminar
enrolado en la guerrilla sandinista de Nicaragua. En los años ’80 se trasladó a
Europa, vivió en Hamburgo donde trabajo como reportero, colaboró durante varios
años con Greenpeace y finalmente se instaló en Asturias en 1996, casi treinta años después del suicidio de Allende,
con Pinochet detenido en Inglaterra con una orden internacional dictada por el
Juez Baltasar Garzón en nombre de la “justicia universal” y más tarde entregado
a Chile por razones humanitarias, porque se había vuelto loco.
En los años
sucesivos, Luis Sepúlveda, el alumno aventajado de Heminway, escribió en periódicos españoles, italianos,
alemanes y franceses, crónicas y artículos, entre literarios y políticos, que
recorren la memoria de los chilenos vencidos que no quieren “ni olvidar ni
perdonar”, y que más tarde se publicaron en el volumen “La locura de Pinochet” :
“ En algún lugar de Santiago, ilegalmente protegido por
cientos de soldados en traje de campaña, el mayor criminal de la historia de
Chile recibe las visitas de sus incondicionales, viejos carcamales cubiertos de
medallas que nunca ganaron, chusma uniformada, alienada y alimentada en los
cuartes del ejército –un estado dentro del Estado-, burgueses histéricos,
católicos y anticomunistas, empresarios que se enriquecieron gracias a la
impunidad que les garantizaba la dictadura, una ex miss universo a punto de
casarse con un ex dirigente argentino, y abogados que nunca creyeron ni en la
ley ni en la justicia…Uno de ellos es Pablo Rodríguez, un fascista jefe del
movimiento llamado Patria y Libertad que en 1970 asesinó al general René
Schneider, militar constitucionalista, comandante en jefe del ejército chileno…”.
A lo largo de su vida Luis Sepúlveda escribió novelas,
relatos, cuentos, poemas y fábulas para niños; también probó suerte en el
teatro y el cine. La suya es una obra bañada en política – “escribir es
resistir”- y realismo mágico, de denuncia de los totalitarismos y defensa del
medio ambiente (“El mundo del fin del mundo”).
Su segundo gran éxito internacional
fue la “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar” (1996),
convertida en película de animación en
2012 por el italiano Enzo D’Alo.
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