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John Huston, Orson Welles y Peter Bogdanovich |
La plataforma de vídeos Netflix ha comprado los derechos
de la última película del realizador estadounidense Orson Welles, «The Side of
The Wind», para montarla y terminarla supervisada por uno de los productores
del filme, rodado intermitentemente entre 1970 y 1975, y jamás acabada debido,
entre otras cosas, a las diferencias entre el realizador y el principal
financiero del proyecto, el iraní Mehdi Bushehri, cuñado del Sha Reza Palevi.
Según la información que publica Culturebox, el
suplemento cultural diario del canal France 24, la carrera de Orson Welles -Oscar
al mejor guion de 1941 por «Ciudadano Kane»- “estuvo jalonada de películas
inacabadas, entre ellas «Don Quijote», «The Deep» o «El Mercader de Venecia», rodadas,
incluso montadas pero nunca estrenadas”.
En «The Other Side of the Wuind», Welles eligió a su
amigo y también realizador John Huston («El halcón maltés», «El tesoro de
Sierra Madre») para encarnar a un realizador que no consigue trabajar después
de haber conocido días de gloria.
El californiano Frank Marshall, que fue uno de los
productores del proyecto, ha sido encargado por Netflix de terminar la
película. Se va a restaurar la banda sonora y se va a terminar el guion,
escrito por Orson Welles en colaboración con la croata Oja Kodar, última
compañera sentimental de Welles.
«En 2015, una recogida de dinero consiguió 406.000
dólares para terminar la película, pero Oja Kodar se negó a separarse de los
negativos». En la terminación de «The Other Side of the Wind» va a colaborar
igualmente el realizador, productor y autor polaco Filip Jan Rymsa, que ha
jugado un papel importante en los esfuerzos por salvar la película del olvido,
así como el actor estadounidense Peter Bogdanovich, en la época distribuidor y
ahora consultor del proyecto.
Para completar la historia de la última película de Orson
Welles (hasta ahora inédita), estos párrafos escritos hace algún tiempo por uno
de los mejores columnistas actuales en castellano, el argentino Juan Forn:
“En 1969, en plena revolución del Nuevo Cine en
Hollywood (Busco mi destino, de Dennis Hopper; La pandilla salvaje, de Sam
Peckinpah; Bonnie & Clyde de Arthur Penn), el joven Peter Bogdanovich va a
México a entrevistar a Orson Welles, que está actuando en una película de
cuarta. Su plan es hacer un libro sobre el legendario director que lleva doce
años gitaneando porque Hollywood no le pone dinero para dirigir. Durante la
charla, Bogdanovich le cuenta que no sólo los jóvenes directores sino también
leyendas como John Ford y Howard Hawks empiezan a tener el mismo problema.
Orson golpea la mesa, dice que está planeando una película sobre el tema.
Bogdanovich le pregunta si ya tiene guion. Orson procede a mostrarle cinco
páginas arrugadas y manchadas de café. “Tengo hasta el título: Las bestias
sagradas”.
Bogdanovich
piensa que es una más de sus bravatas, pero igual queda encandilado, porque la
idea de Orson es filmar, como si fuera un documental, el último día de vida
(que a la vez es el día del cumpleaños) de un director de cine legendario del
viejo Hollywood. El tipo está filmando una película que va a ser su testamento,
se ha quedado sin plata y sin actor principal en medio del rodaje, pero decide
dar igual una fiesta enorme, a la que invita no sólo a todos sus amigos sino a
sus enemigos también. Durante la fiesta muestra fragmentos de lo que tiene
filmado para tentar a algún productor. En la fiesta hay periodistas
entrevistando famosos, estudiantes de cine cámara en mano haciendo verité,
agentes encubiertos del FBI, ríos de champagne, un apagón que obliga a la
comitiva a trasladarse a un autocine al amanecer, un auto deportivo hecho
trizas y una inconfundible voz en off diciendo: “Este es el auto de Jake
Hannaford, muerto el día en que cumplió setenta años. Lo que van a ver es la
reconstrucción de sus últimas horas, realizada con todo el material que se
filmó esa noche”.
Un
año después, Bogdanovich lee en Variety que Orson está en la ciudad para filmar
tres comerciales de café y aparecer haciendo el bufón en el show televisivo de
Dean Martin. Horas más tarde suena su teléfono. Es Orson: “¡Estamos filmando,
te necesito! Estaba haciendo la película de canuto. Con el dinero de esas
apariciones televisivas y un equipo técnico de seis voluntarios, todos jóvenes,
todos fans, había logrado colarse en un estudio abandonado de la MGM
(oficialmente se lo prestaban a unos estudiantes de la UCLA, Orson entraba
escondido bajo una manta en el asiento trasero del coche todas las mañanas) y
la idea era filmar hasta que se acabara el dinero, luego conseguir más y seguir
filmando. El rodaje debía durar ocho semanas, pero se prolongó durante cuatro
años, a salto de mata. Como la película era un collage de distintas texturas
fílmicas, Orson no veía problema en interrumpir y reanudar, y como la fiesta
debía ser un aquelarre, tampoco le importaba cambiar todo el tiempo de localización,
usando diferentes mansiones prestadas. En cierto momento le habilitaron una
espléndida casa con pileta en Arizona, enteramente rodeada de rocas gigantes,
como un paisaje de otro mundo: en los papeles era para que se recluyera a
escribir sus memorias, pero él llegó con su troupe y con John Huston (a quien
había conseguido para el papel principal) y ocho meses después devolvió la casa
en ruinas, además de usar todo el anticipo por aquel libro inexistente para
seguir filmando.
Según
Bogdanovich, la actuación de Huston, combustionada por el alcohol y la
improvisación sin red, es superior a la que ofreció en Chinatown (a tal punto
que, cuando Orson murió, Huston intentó comprar la película y terminar de
editarla él mismo)”.
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