
“Solo el fin del mundo”, adaptación
de la obra de teatro homónima escrita por Jean-Luc Lagarce en 1990 (cinco años
antes de que falleciera de SIDA), está interpretada por Gaspard Ulliel (Saint Laurent,
La bailarina), Vincent Cassel (Cisne negro, El odio), Marion Cotillard (Dos
días, una noche, Léa Seydoux (La vida de Adéle) y Nathalie Baye (Atrápame si
puedes, Laurence Anyways). Se trataba de una apuesta arriesgada que, como
siempre, el realizador canadiense ha ganado.
Tras doce años de ausencia, un
escritor regresa al pueblo donde viven su madre y hermanos, para anunciarles
que se está muriendo. Y en una tarde que transcurre entre las cuatro paredes de
la casa familiar, todos querrían decir lo que piensan pero nadie encuentra las
palabras adecuadas para hacerlo, todas las frases parecen cargadas de tensión,
de dobles intenciones; todas cuesta pronunciarlas, todas parece que van a
descargar tensiones acumuladas durante mucho tiempo. Desde la llegada del
escritor a la casa familiar se evidencia la imposibilidad de que exista la
menor comunicación entre todos los reunidos. Fundamentalmente, porque ha pasado
el tiempo y nada, ni nadie es como antes. Y a medida que pasan las horas van
apareciendo las envidias, los rencores, las frustraciones, y también el cariño
e incluso la devoción.
Es una historia dura, una historia
de familia que podemos imaginar fácilmente, en la que aparecen las obsesiones
que se repiten en el realizador de Québec: los hogares disfuncionales y el
sentimiento de amor-odio, tan frecuente entre las personas cercanas. Y es una
película magnífica en la que no queda lugar para la esperanza. La muerte es lo
más definitivo de la vida; los cinco personajes tienen la muerte en el
horizonte de sus diálogos. Los cinco están interpretados por buenos actores y
el resultado es convincente.
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