Quería ser el Rimbaud peruano, como él escribir poesía hasta
los 21 años y morir. También quería poner su parte en la construcción de un
país mejor que el que había conocido. Como Rimbaud, Javier Heraud escribió
poemas, publicó un libro –“El Río”-
casi premonitorio, y murió en la
madrugada del 15 de mayo de 1963 acribillado a balazos en una canoa que surcaba
el río Madre de Dios, en la selva peruana, con 21 años y convertido en el
guerrillero que, regresando de recibir instrucción en Cuba, entró clandestinamente
al país desde la vecina Bolivia.
El reformismo civil moderado del presidente Belaunde Terry,
al que apoyaba la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA, perteneciente
a la Internacional Socialista) había fracasado, las fuerzas armadas dieron un
golpe de estado y colocaron al frente de una Junta Militar a dos generales, un
teniente general y un vicealmirante. En 1962 nace el Ejército de Liberación
Nacional (ELN), movimiento guerrillero de inspiración comunista guevarista, en palabras de uno de sus fundadores, el
abogado y artistas Héctor Béjar, una “asociación libre de revolucionarios” de
distintas ideologías.
En el documental “El viaje de Javier Heraud”, dirigido por
el también peruano Javier Corcuera (“La espalda del mundo”, Premio de la
Crítica Internacional en el Festival de San Sebastián 2000, “Sigo Siendo”, el
capítulo “La voz de las piedras” en la película colectiva “Invisibles”) no se explican muchos detalles
del viaje del poeta a Cuba -final de un periplo por Moscú, Pekín, París, Madrid
y varios países latinoamericanos- con
una beca para estudiar cine, ni de los meses de su formación en la escuela de
guerrilleros de la isla. Sí sabemos, por los testimonios de quienes fueron sus
amigos de adolescencia y universidad, así como por los recuerdos de varios
familiares, que su incorporación a la guerrilla fue el resultado de una rebeldía
innata y la solidaridad con las revueltas campesinas motivadas por la pobreza y
la explotación de los terratenientes.
Javier Heraud (Lima 1942), quien fuera “la gran promesa de
la poesía peruana”, había ganado el
Premio Poeta Joven de Perú con su segundo libro –“El viaje”- se había
matriculado primero en Filosofía y luego en Derecho, había sido profesor de
inglés, había abandonado las filas del socialdemócrata Movimiento Social
Progresista (MSP) y se había afiliado al ELN, donde usó el nombre de guerra de
“Rodrigo Machado”. Como poeta tuvo una
clara influencia entre sus compañeros de generación y estudios.
El documental de Corcuera, con el hilo conductor de una
sobrina nieta del poeta que indaga en el tiempo y en el espacio en busca de su
memoria y recoge testimonios íntimos y melancólicos de familiares, amigos, novias y desconocidos,
a partir de las fotografías, cartas y objetos personales contenidos en una
pequeña arqueta que guarda una de las mujeres de la familia Heraud.
“La muchacha parece venir del futuro para encontrarse con el
pasado, en la forma de los conocidos de Heraud. Así, las fotografías antiguas
se entremezclan con las geografías vivas que alguna vez habitó el poeta”
(Sebastián Pimentel, El Comercio.pe).
Pese al gesto siempre adusto de su mirada en las fotografías
–mirada que ha heredado la sobrina-, todos los entrevistados le definen como un
chico desenfadado, bromista y divertido, y ponen énfasis en su legado, tanto
literario como político, y en su comportamiento amable y cercano en sus facetas
de hijo y amigo.
Todo en esta hermosa y nostálgica película documental, desde
los poemas leídos por una voz en off hasta el contenido de las cartas enviadas
a su madre, sus probables novias y algún amigo también poeta, nos habla de la
estrecha relación de Javier Heraud con los ríos, con el agua que corre en
libertad, que brinca alegre en las rocas, que es clara y transparente de día y
oscura como la muerte de noche. Como un visionario, Javier Heraud citó muchas
veces a la muerte antes de encontrarse con ella aquella madrugada de 1963.
Tenía 19 agujeros en la espalda, cuenta una de las mujeres de la familia.
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