Algo tiene que tener una película que ha conseguido ganar el
Premio del Público nada menos que en siete festivales internacionales, de Los
Angeles a Gante y de Valladolid a Atenas. Algo que se llama humanidad,
sensibilidad, capacidad de emocionar y además una buena factura. Todo esto, y
alguna otra virtud más, lo encontramos en Las vidas de Grace (Short Term 12),
del realizador hawaiano Destin Daniel Cretton, que se estrena en España el 25
de julio de 2014.
Interpretada brillantemente por Brie Larson (Grace), John
Gallagher Jr (Mason) y el espléndido actor emergente Rami Malek en el papel de
Nate (un naif universitario que ha cogido un año sabático para trabajar con
“chicos desfavorecidos”), las vidas de Grace es un drama situado en un hogar de
acogida para adolescentes difíciles que a la postre resultan bastante menos
trastornados que los adultos que les han rechazado. Al frente de esa
institución –que “no es ni una familia de acogida ni un centro terapéutico”-
por la que pasan los chicos mientras les encuentran una ubicación definitiva, o
en última instancia hasta la mayoría de edad, se encuentra Grace, una joven
sensible y decidida que arrastra su propio pasado de adolescente víctima de
malos tratos y abusos, y sabe como tratar las crisis de unos internos tan
especiales.
Una historia que conjuga con brillantez la intimidad más
personal con la esfera de las instituciones públicas lo que, unido a la
magistral interpretación de sus principales protagonistas y la cuidada
realización, la convierte en una película casi documental obligatoria para
cinéfilos, sujetos sensibles y personas de buena voluntad, en una pequeña joya
del cine independiente estadounidense.
El
joven realizador de la película, una vez finalizados sus estudios trabajó como
educador en un centro para adolescentes difíciles, que es lo mismo que decir
adolescentes a quienes los adultos les han puesto las cosas difíciles: la
experiencia, dice, cambió radicalmente su forma de ver la vida y de plantearse
el futuro. Porque conoce perfectamente lo que pasa en el interior de esos lugares,
Destin Cretton ha sabido convertir este retrato de grupo en una narración muy
sencilla y cargada de sensibilidad que funciona perfectamente, en la que se
dramatiza lo justo sobre el pasado –en ocasiones muy atormentado- de unos
chavales que, pese a sus pocos años, tienen el cuerpo y el alma marcados con
cicatrices arrastradas desde la infancia y determinantes cuando comienzan a ser
adultos.
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