Este miércoles 4 de septiembre de 2024, un juez de Groenlandia ha
prolongado en veintiocho días más –hasta el 2 de octubre- la detención de Paul
Watson, fundador de la ONG Sea Paul Watson
Shepherd, cuya extradición reclama Japón por una
acción llevada a cabo en 2010 sobre un barco ballenero. La pretensión japonesa
forma parte de la estrategia del país de continuar con su caza ancestral de
ballenas con fines comerciales.
Paul Watson, de 73 años, fue detenido
el 21 de julio pasado en Groenlandia, cuando se acercó a un puerto con su barco, el “John Paul DeJoria, para
comprar carburante. Encarcelado desde hace más de un mes en el centro
penitenciario de Nuuk (la capital), tendrá que permanecer en él al menos cuatro
semanas más en espera de que el Ministerio de Justicia danés decida sobre su
extradición.
La justicia japonesa acusa a Paul Watson de
corresponsabilidad en los daños causados a un barco ballenero nipón en 2010,
así como de las heridas a algunos de sus
tripulantes, causados en el marco de una de las campañas de su organización Sea
Shepherd. En concreto, se le acusa de herir en la cara a un marinero japonés al
arrojan una bomba fétida (de ácido butírico), intentando impedir el trabajo de
los balleneros; hechos que Watson desmiente.
La caza de ballenas es objeto desde
1986 de una moratoria aprobada por la Comisión Ballenera
Internacional (CBI), con el objetivo de impedir la caza comercial y permitir
que las especies se reproduzcan. Años más tarde, Japón reanudó la caza en su propio
espacio marítimo con la excusa de hacer una “pesca científica”, a lo que Watson
se opone.
La decisión del juez de prolongar la detención
tiene muy preocupados a los militantes ecologistas que este jueves, 5 de
septiembre, se han reunido para protestar en diversas ciudades europeas: “Teniendo
en cuenta se edad, podría tener que pasar en la cárcel el tiempo que le queda.
Podría morir en la cárcel”.
En su sitio de Internet, el gobierno japonés
justifica la caza de ballenas por tratarse de una tradición que se remonta al
siglo XII; se mataba al animal para comer su carne, utilizar su aceite para
alumbrar y sus huesos para fabricar utensilios. Los japoneses recuerdan también
una grave crisis alimentaria durante la Segunda Guerra mundial, cuando millones
de japoneses crecieron consumiendo carne de ballena.
Aunque en los últimos años el consumo de carne de
ballena en Japón está disminuyendo (las últimas estadísticas de la asociación
japonesa Ikan hablan de 23,7 gramos por persona y año), todavía los balleneros
japoneses “capturan entre 200 y 300 ejemplares al año”, y además compran
algunas ballenas a Islandia, según declaraciones al diario francés Huffington Post del profesor de biología de la
Universidad de la Rochelle, Vincent Rudoux.
El gobierno japonés pretende “devolver a sus
ciudadanos el gusto por el consumo de ballenas” para lo cual, en mayo de 2024,
ha estrenado un nuevo barco-fábrica –el Kangel Maru, que ha costado el
equivalente a 44 millones de euros-, con el objetivo de que cace 200 cetáceos
en ocho meses, en los santuarios de ballenas del Pacífico Norte. Este era el
barco que Paul Watson quería interceptar cuando fue detenido en julio.
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