El reciente episodio de la atleta bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya , a quien el gobierno polaco concedió un visado humanitario el domingo, 1 de agosto de 2021, para evitar que las autoridades olímpicas de su país la subieran a la fuerza a un avión de regreso, después de inscribirla en una prueba para la que no se había entrenado, no es más que el último episodio del enfrentamiento del dictador Alexandre Lukachenko con las autoridades de la Unión Europea, que comenzó en el pasado mes de mayo con la detención del periodista Roman Protassevitch en el aeropuerto de Minsk, y ha continuado en las últimas semanas con la llegada masiva de migrantes a través de la frontera entre Bielorrusia y Lituania.
« No es una crisis
migratoria, es una agresión del régimen de Lukachenko ». La crónica del
corresponsal en Bruselas del diario católico francés La Croix recoge esta
declaración de la comisaria europea de Asuntos Internos, Ylva Johansson,
durante su visira a Lituania el pasado lunes, 2 de agosto de 2021. Unas
palabras que reflejan el apoyo de la Unión Europea a un país que, desde los
primeros días de julio, está registrando una llegada masiva de migrantes
–mayoritariamente iraquíes pero también de distintos países africanos- a través
de la frontera con Bielorrusia.
El gobierno lituano acusa
al régimen del presidente bielorruso, Alexandre Lukachenko, apodado “el último
dictador europeo », de instrumentalizar la llegada de migrantes por
millares para castigarle por apoyar a la oposición de Bielorrusia que reclama
un cambio democrático en el país. “De una u otra manera, las instituciones del
régimen de Minsk están tomando parte en este aflujo », ha dicho la primera
ministra lituana, Ingrida Simonyte.
El aumento de personas que
en las última semanas franquean ilegalmente la frontera entre Bielorrusia y
Lituania tiene su origen en la decisión adoptada a finales de mayor por los
jefes de estado y de gobierno europeos de sancionar a personalidades y empresas
bielorrusas tras el desvío de un avión de Ryanair a Minsk para detener al
periodista opositor bielorruso Roman Protassevitch que viajaba a bordo junto
con su novia, la estudiante Sofia Sapega.
Unas sanciones que se añadieron a las tomadas
anteriormente como respuesta a la represión de las grandes manifestaciones de agosto de 2020 contra la reelección del
presidente Alexandre Lukachenko, en el
poder desde 1994, ganador de sucesivos comicios que no respetan los estándares
internacionales y la comunidad internacional considera fraudulentos. Los del
verano de 2020 fueron la gota que colmó el vaso, la oleada de contestación fue
mayúscula y sin precedente en el país, y la respuesta del dictador la detención
y encarcelamiento de la mayoría de los representantes de la oposición, entre
ellos el más conocido, Sergueï
Tsikhanovski, reemplazada entonces al frente de la oposición por su esposa,
Svetlana Tsikhanovskaïa, exiliada en Lituania, quien según fuentes no oficiales
habría conseguido la mayoría de los votos aunque los resultados ofrecidos por
las autoridades daban a Lukachenko el 80,23% de las papeletas y la posibilidad
de iniciar el sexto mandato; un resultado contestado por la Unión Europea y
muchos otros países.
La
respuesta del dictador bielorruso a las sanciones ha sido la amenaza “de
inundar la Unión Europea de drogas y migrantes” y parece que la está
cumpliendo. Frente a los 74 migrantes que en 2020 cruzaron ilegalmente la
frontera entre Bielorrusia y Lituania, en el pasado mes de julio ya lo habían
hecho 3.882 lo que llevó a la Agencia europea de vigilancia de fronteras a
anunciar, el pasado 30 de julio, el envío de 60 agentes más al lado lituano
de la frontera entre los dos países: 678
kilómetros de espesos bosques y escasos puestos de vigilancia.
Para
las autoridades de Lituanoa –un país pequeño con menos de tres millones de
habitantes- esta afluencia de migrantes es “una forma de guerra híbrida que
lleva a cabo el gobierno de Minsk”. Según relatos de algunos de los migrantes
que han pasado la frontera en las últimas semanas, regogidos en distintos
medios internacionales, llegan al aeropuerto de Minsk desde Bagdad o cualquier
otro paíss de Oriente Medio, pasan “algunos días en un hotel de la capital
bielorrusa durante los cuales les confiscan el pasaporte, y después les llevan
en un minibús hasta la frontera con Lituania, donde los guardias se hacen los
desentendidos”.
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