Leonardo Padura es un excelente y personalísimo escritor
cubano con un montón de novelas publicadas (algunas de ellas sacadas
clandestinamente del país, como en los viejos tiempos de la Unión Soviética).
Son novelas muy especiales y muy apreciadas por la crítica de la vieja Europa,
que ha descubierto en ellas una Habana entre decadente y sórdida, habitada por
personajes solares y siniestros; una Habana que se mira siempre desde el
Malecón, o desde las terrazas de desvencijados edificios que albergan más seres
humanos -siempre “muy humanos”- y a veces más animales de los aconsejables. Me
considero lectora casi ferviente de Leonardo Padura (Premio Princesa de
Asturias 2015).
En el Festival de San Sebastián que acaba de clausurarse,
Leonardo Padura ha estado presente a cuenta de la proyección de la película
“Vientos de La Habana”, que ahora se estrena en el resto del país, basada en su
novela “Vientos de Cuaresma” y como primera parte de una serie de cuatro. Las
tres restantes son un trabajo para televisión y el todo llevará el título de
“Cuatro estaciones en La Habana”.
“Vientos de La Habana” está
dirigida por el navarro Félix Viscarret (“Bajo las estrellas”, “Canciones de
invierno”, “Soñadores”). Jorge Perugorría (“Fresa y Chocolate”, “Guantanamera”)
encarna al detective Conde, un personaje muy mimado por Padura, acompañado en
el reparto por Juana Acosta (“Acantilado”, “Tiempo sin aire”), Mariam Hernández
(“Solo para dos”) y un puñado de actores cubanos entre los que se encuentran
Vladimir Cruz (“Fresa y Chocolate) y Carlos Enrique Almirante (“Habana Eva”,
“La partida”).
Aunque la auténtica protagonista,
como no podía ser de otra manera en una historia escrita por Padura, es la
ciudad, La Habana “de belleza sensual y decadente”, donde el desganado, aunque
al final eficaz detective Conde, investiga el asesinato de una profesora de
instituto. Todo en la película -personajes, situaciones- es muy peculiar, como
sigue siendo muy peculiar esa ciudad de impresionantes edificios coloniales,
que conservan una belleza sorprendente pese a estar medio en ruinas,
convertidos en muchos casos hoy en restaurantes también peculiares para
turistas, salpicados aquí y allá entre casas de varias plantas y habitaciones
inverosímiles donde se hacinan moradores legales y clandestinos, y casitas de
una planta en barrios donde, pese al aire de los tiempos, perviven
instituciones de los “años de la Revolución”, como los jefes de cuadra (antes
delatores, hoy seguramente sin oficio ni beneficio) y los “cuidadores de
coches”, personaje sentado en un solar donde oficialmente vigila los
automóviles aparcados en él, siempre enormes modelos de las grandes marcas
estadounidenses, algunos de una longevidad inesperada debida a los buenos
oficios de sus sucesivos propietarios.
La Habana es una ciudad
increíblemente hermosa, llena de defectos que siempre parecen a punto de
provocar una tragedia, poblada por las gentes más simpáticas del planeta; y en
ella transcurre este thriller de serie B, “Vientos de La Habana”, en el que los
policías a veces parecen de pacotilla, las mujeres son muy hermosas y tienen
varias vidas simultáneas y los escenarios a fuer de reales parecen decorados.
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