“Mi
marido me ha dejado, me han echado de la editorial y se ha muerto mi madre. He
reencontrado mi libertad…”
Oso de Plata a la mejor dirección
en el Festival de Berlín 2016, El Porvenir (L’Avenir), quinto largometraje de
la realizadora francesa Mia Hansen-Love (Edén, Un amor de juventud) es una
reflexión sobre la libertad y la felicidad, y las estrategias (sentimentales y
prácticas también) para reinventar una vida cuando se acaba otra rutinaria y
banal.
Nathalie (Isabelle Huppert, Amor,
La pianista, Elle), en la cincuentena, es profesora de filosofía en un instituto
y dirige una colección de ensayo en una editorial. Adora el contacto con los
alumnos. Casada con un alemán (André Marcon, Madame Marguerite, 3 corazones)
también profesor de la misma materia, y madre de dos hijos adultos, se ocupa de
su madre (Sarah Le Picard), una antigua modelo maniaco-depresiva que empieza a
dar señales de senilidad. Comunista en su juventud, con el tiempo Nathalie se
ha aburguesado y ya no comparte las ideas libertarias de Fabien (Roman Kolinka,
Edén), quien fue uno de los alumnos preferidos y ahora comparte una granja en
el campo con su novia y algunos amigos. En la editorial las cosas no van bien,
están empezando a sacrificar la calidad al marketing, le cuesta seguir
publicando. Cuando su marido la deja -empujado por los hijos que, enterados de
que tiene una amante, le piden que elija- y fallece su madre, decide iniciar
una nueva vida que comienza por visitar a su antiguo alumno en el campo.
Cuando todo parece fluir
tranquilamente, cuando la pareja de intelectuales se considera perfectamente
ensamblada tras casi treinta años de convivencia, empiezan las preocupaciones:
la madre, siempre posesiva, se vuelve angustiosa, invasiva, obligándole a
modificar sus planes, impidiéndole casi vivir con sus intempestivas llamadas de
socorro; el marido anuncia que se ha enamorado y quiere a vivir con otra mujer (“Creía
que me ibas a querer siempre”, le dice Nathalie antes de que asome la primera
lágrima). En el momento en que marido y madre desaparecen de su vida, se da
cuenta de que ahora tiene que vivir sola una vida distinta, transformar la
derrota en victoria.
En un papel escrito expresamente
para ella, instalada en “un presente que parece infinito” (Jacques Morice,
Télérama), Isabelle Huppert hace una brillante y nada estridente interpretación
de esa mujer que se plantea como vivir el tiempo que le queda. En El Porvenir cuentan
tanto las cosas que se dicen como los silencios, y las personas como la gata
Pandora, herencia de la madre neurótica, “negra, vieja y gorda”, con la que
nadie quiere quedarse.
El porvenir es un drama triste y
tranquilo, sereno, sin ruidos perturbadores pero cargado de emociones y
tensiones. Desde las calles de París a los paisajes de Vercors, de la primavera
al invierno, se va materializando el recorrido de esta mujer que quiere
continuar con su vida y construir su futuro. “El viento que esparce los folios
de los exámenes que lleva en una carpeta Nathalie, dormitando en un parque, es
como el tiempo que pasa y permite barrer la tristeza, reinventarse,
reconstruirse».
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