Daniel Ortega, foto Wikipedia
Autoproclamado presidente para un cuarto mandato
este 8 de noviembre de 2021 en una “victoria a la búlgara”, Daniel Ortega -76
años, católico- asegura haber obtenido el 75% de los votos en un escrutinio con
participación del 65%, lo que desmienten los observadores internacionales que
han asistido al domingo electoral en Nicaragua desde el otro lado de la
frontera, en Costa Rica, porque se les ha prohibido la entrada en el paós, lo
mismo que a los periodistas enviados especiales de la prensa occidental,
europea y estadounidense.
Con siete adversarios de la oposición, aspirantes
a la presidencia, encarcelados, otros
varios exiliados y 32 personalidades destacadas –empresarios, líderes sociales
y activistas defensores de los derechos humanos- también entre rejas, acusados
de “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional” (¿Cuándo aprenderán
“español” los tiranos latinoamericanos?) por “actividades de injerencia
extranjera contra la nación”, la “elección presidencial” del domingo en
Nicaragua ha sido un paseo mañanero para quien fuera el Comandante Ortega de la
guerrilla sandinista (Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN) que
combatió la dictadura de “los Somoza” (una especialidad, la de esas tiranías familiares
que han reinado en distintos países
latinoamericanos, y que ahora está reproduciendo el dictador Daniel Ortega al compartir
el poder con su esposa), que tanta simpatía despertó en la izquierda europea de
los años 1960 y 1970.
Con un total de más de cien
oponentes pudriéndose en los calabozos del poder « en condiciones
deplorables, sin derecho a visitas, subalimentados y a veces torturados « (
Julien Lecot, Slate) y la posibilidad
de concurrirá la elecciones reservada
para unos pocos partidos muy próximos al clan Ortega, cuyos candidatos son
perfectos desconocidos para la población y hacen el papel de figurantes, Daniel
Ortega sigue siendo “el preferido de la mayoría de nicaragüenses”; una mayoría
que para los observadores internacionales apenas ha alcanzado el 20%, digan lo
que digan los voceros oficiales del régimen del matrimonio Ortega /Murillo.
No
es un caso único aunque siempre lamentable. Hace medio siglo Daniel Ortega
combatía exactamente lo mismo que está reproduciendo hoy al milímetro. A la
cabeza del FSLN, en julio de 1979 los revolucionarios tomaron la capital,
Managua y, apoyados por el pueblo y una parte del empresariado, hicieron caer a
Anastasio Somoza Debayle, último ejemplar de una familia que monopolizaba el
poder desde la década de los años ’30.
En aquel momento, la
revolución de « los nicas » representó un gtan momento de esperanza
para otros países latinoamericanos, dominados por regímenes autoritarios y en
la mayoría de los casos asesinos. Ortega
participó, con intelectuales y políticos anti-somozistas, en un gobierno de
transición que recibió todos los elogios de las democracias occidentales y en
las primeras elecciones libres, celebradas en 1984, Daniel Ortega fue elegido
presidente. Hay que recordar que ya entonces se daba aires de grandeza al
presentarse como “el hombre providencial” (Maya Collombon, directora del Centro
de Estudios Mexicanos y centroamericanos, CEMCA): “Muchos de sus colegas de
entonces le acusaron de ejercer el poder de manera autoritaria. Pero la gran
diferencia entre ayer y hoy, es que entonces no detentaba el poder absoluto y
además en el seno del FSLN existían muchos contrapoderes”.
Bajo
la presidencia de Ortega, y por impulso de los sandinistas, mejoraron las
condiciones de vida de los nicaragüenses. Se pusieron en marcha campañas de
alfabetización a gran escala, se universalizó la sanidad pública, se abolió la
pena de muerte…se aceptó la existencia de la oposición y la prensa ganó en
libertad.
Al mismo tiempo, auspiciada
por Estados Unidos que una vez más empleó a la CIA para desestabilizar un país,
surgió una contrarrevolución que degeneró en guerra civil y causó al menos
30.000 muertos (https://www.france24.com/fr/20170428-billet-retour-nicaragua-managua-daniel-ortega-rosario-murillio-pauvrete-revolution).
Después empezaron a llegar
las medidas impopulares, empezando por el restablecimiento del servicio militar.
La inflación batió records y en 1990 Ortega perdió las elecciones. En la
oposición, el comandante Ortega se fue desembarazando de las figuras del FSLN
que le hacían sombra. Muchos de sus antiguos camaradas le abandonaron para
crear otro movimiento sandinista y cuando en 2007 recuperó la presidencia
apenas quedaban disidentes.
Gracias a los petrodólares con
que le apoyó el presidente venezolano Hugo Chávez, esta vez Ortega se dedicó a
repartir unas selectivas ayudas sociales hasta crear un sistema de clientelismo
que favorecía a todos los “fieles”. Junto a su muy influyente esposa Rosario
Murillo, con la que se casó en 1978 y con la que ha tenido ocho hijos,
vicepresidenta desde 2016 (de 70 años, menuda y siempre cargada de anillos y
pulseras, el propio Ortega reconoce su importancia: "Aquí
tenemos dos presidentes porque respetamos el principio de 50-50, aquí tenemos una copresidencia con la compañera
Rosario", dijo a finales de octubre. Siempre junto a él
en sus discursos y apariciones públicas, Murillo se ha convertido en una figura
tan poderosa como polémica. Información de la BBC), el ex
revolucionario Daniel Ortega lleva a cabo una política muy liberal, en las
antípodas del proyecto sandinista, al
tiempo que mantiene comunicación constante e incluso amistad con lo que todavía
se conoce como “la izquierda latinoamericana” (Cuba, Venezuela, Bolivia…)
Muy
lejos del romanticismo de la revolución, “mandato tras mandato, elección tras
elección –escribe Julien Lecot en Slate- Daniel Ortega pretende « garantizar,
a él mismo y a su clan, una longevidad en el poder casi eterna”. Además de
colocar a sus familiares y amigos al frente de todas las instituciones y de
compadrear con policías y militares, ha modificado varias veces la Constitución
suprimiendo, entre otras cosas, el límite de mandatos presidenciales sucesivos, “lo que no le impide caer en la retórica
revolucionaria” cada vez que se pone delante de un micrófono.
En 2018, una reforma de la
seguridad social fue el detonador que sacó a la calle a los nicaragüenses, con
los estudiantes a la cabeza, en el mes de abril. Las balas de policías y
paramilitares acabaron con la vida de al menos 328 manifestantes, causaron
miles de heridos y obligaron a huir del país (6.5 millones de habitantes) a más de cien mil personas. « Fue una masacre –ha dicho un joven
nicaragüense que quiere preservar su anonimato al periodista de Slate- No íbamos
armados, no podíamos defendernos. Nunca imaginamos que ocurriera algo así en
nuestro país”.
Para Paulo Abrao, exsecretario general de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), “Ortega reproduce todo lo que un día
combatió para mantenerse en el poder: la represión, la opresión, la reducción
de las libertades y la ausencia de elecciones libres”.
Este domingo de noviembre,
tras autoproclamarse vencedor en unas
elecciones sin adversarios, Daniel Ortega tomó el micrófono y durante “más de
media hora se dedicó a insultar a los países de la Unión Europea, y sobre todo
a España. Aseguró que los descendientes del franquismo ocupan los espacios de
poder del gobierno español, y que el fascismo -los hermanitos de Hitler- impera en Europa”.
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