”Spencer” –apellido de soltera de Diana de Gales, Lady Di en la prensa sensacionalista y en las revistas del corazón-, narra un fin de semana de 1991, durante las vacaciones navideñas, que la princesa pasó junto a sus hijos con el resto de la familia real británica en el castillo de Sandringham. Para entonces Diana ya conocía la relación de su marido con Camila, un amor de juventud que se había mantenido en el tiempo, y ya era una mujer muy poco equilibrada, con episodios alternos de anorexia y bulimia, que la estirada familia real, presidida por la reina Isabel II, no soportaba, creando un ambiente siniestro. Pocos meses después Diana y Carlos se divorciaron.
Dirigida por el chileno Pablo Larraín (que ya
había probado el biopic con “Jackie” y “Neruda”, pero que sobre todo es el
realizador de las excelentes películas “No” y “El Club”), sobre un guión de
Steven Knight (“Peaky Blinders’”, “Locke’”),
está protagonizada por Kristen
Stewart (“Personal Shopper”,
“Seberg”) en el papel de Diana, ) junto a Jack Farthing (“Poldark”) como el
Príncipe Carlos, Timothy Spall (“Mr. Turner”), Sally Hawkins (“La forma del agua”) y Sean Harris (“Misión imposible: Fallout”). Y se
estrena en España el próximo 19 de noviembre de 2021.
Planteada como un viaje por el mundo interior de
una mujer, en uno de los momentos más dramáticos de su vida, “Spencer” es “una
fábula inspirada en una tragedia real” (en varios sentidos), a la que dan
sentido los rituales navideños de una familia que no es como las demás, pero
que además es mucho peor que las demás: detrás de la fantasía de los vestidos
dispuestos en un colgador con el cartel que avisa del momento en que deben
usarse, del ballet de cocineros que no desmerecería en cualquiera de los dibujos
animados tradicionales de Disney, o de la partida de caza que no pasa de ser un
tiro al plato (al ave) en la puerta del palacio, con los criados de librea
preparando el picnic “de después”; detrás de todo ese fasto están los
inquisidores miembros de esa familia asistiendo incómodos a lo que de hecho es
un acto “de repudio”, ya practicado a lo largo de su historia como nos recuerda
continuamente el libro de Ana Bolena –segunda esposa de Enrique VIII, un
monarca católico que se casó seis veces- que Diana encuentra sobre su cama. No
estoy segura, pero puede que sea redundante.
“Spencer”, que se estrenó en el Festival de
Venecia del pasado mes de septiembre, ha tenido una favorable acogida en la crítica
europea que la ve como el retrato de una mujer que intenta liberarse del yugo
de esa realeza rancia que recibe a “la plebeya” tapándose la nariz y nunca
dejará de recordarle que ese no es su sitio.
Yo la he visto como la pesadilla de una mujer
cautiva, una Diana víctima, cuya salud mental se va degradando a medida que se
sucede esa especie de función circense, en la que todo está programado y los
personajes saben siempre lo que se espera de ellos, y no me ha gustado pese al
inevitable sentimiento de compasión, supongo que compartido por los
espectadores que, como yo, conocen el trágico destino que le esperaba a esa
chica que un día creyó que iba a vivir un cuento de hadas. No me ha gustado
porque perpetúa la idolatría en torno al personaje.
En todo caso, estoy segura de que el realizador,
Larraín, no ha pretendido hacer la película definitiva sobre “la princesa del
pueblo” (que ya es una contradicción en sí), sino más bien intentar explicar el
aislamiento de la princesa, la vigilancia a que se vio sometida, el intento de
evitar que estuviera con sus hijos –jugando, sentados en la mullida alfombra
palaciega, son tres niños perdidos- a
los que en su ingenuidad intentaba proteger de todo lo que , como ha explicado
la protagonista, Kristen Stewart en una entrevista, “simbolizaba la
desmoralización de la Gran Bretaña contemporánea”.
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