“Contada así, la historia parece
una fábula ingenua. Pero lo cierto es que demuestra los beneficios de la
agricultura ecológica”
(Télérama)
La película –
documental tan “arreglado” que llega a parecer ficción, y que aspira al Oscar
que conoceremos esta misma semana- cuenta la casi increíble historia de John y Molly Chester, una
pareja de “modernos” (los franceses dirían “bobos”: bohemios-burgueses) que abandonan la ciudad para realizar el
sueño de su vida: transformar un secarral californiano en una granja donde cosechar en armonía con la
naturaleza. La pareja, que soñaba con una “granja libre donde criar a los
niños”, compró 80 hectáreas de tierras abandonadas que habían dejado de ser
fértiles a causa de los monocultivos de alrededor y sus abonos, y durante
varios años estuvo restableciendo el ecosistema gracias a la ayuda de un
voluntario que lamentablemente falleció antes de ver coronada la aventura por
el éxito.
“El tono
vulgarizador, la imaginería bucólica y los encantadores animales” que acaban poblando la granja –ovejas, patos,
cerdos, gallinas y por encima de todo el perro Todd, en la práctica el alma del
proyecto, todos dignos de una película de Disney- ayudan a convertir la
película en una estimulante lección de “ecorresponsabilidad”, al ofrecer una
visión positiva de esa “otra vida posible”. ¡Lástima que la necesidad de
demasiados miles de dólares haga prácticamente imposible el cambio de paradigma
que propone la pareja estadounidense de los Chester en este documental que en
otros países se ha estrenado con el título de “Todo es posible! Que ellos lo hayan conseguido es, en todo
caso, un aliciente para futuros utópicos.
Se agradece
que la película haya huido del tono moralizador y se limite a enseñar la
evolución del proyecto, sin ahorrarnos algunos de los fracasos que encontraron,
especialmente en los primeros años: los pájaros que destrozaban los
melocotones, los coyotes que mataban más gallinas y patos de los que podían
comerse, los caracoles que dejaban las ramas de los árboles desnudas…Empezando
por la revitalización de un suelo agotado, los Chester y su equipo de amigos,
financieros y voluntarios, trabajaron durante
una década para restablecer un ecosistema completo, a base de cultivar
variedades diferentes (hasta 74 tipos de frutales ) y criar diversas razas de
animales “comestibles”.
Y se
agradece también que, a pesar de ser lo más parecido a un hermoso cuento de
navidad en el que todo termina bien, la película “Mi gran pequeña granja” nos
muestre la complejidad de la naturaleza como otras tantas metáforas sobre la
forma de vivir y de encarar los obstáculos, precisamente en el momento que la
tecnología se está adueñando de todo y planifica la vida de las generaciones
actuales, y las futuras. Porque de esta manera, el cuento sirve también para
reflexionar.
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