Protagonizada por François
Civil (“Amor a segunda vista”) y Ana Girardot (“Nuestra vida en la Borgoña”) y
dirigida por Cédric Klapisch (“Una casa de locos”, “Las muñecas rusas”), la
película “Tan cerca, tan lejos” (Deux moi) cuenta la historia de dos soledades en
la gran ciudad en la era hiperconectada en que vivimos
Rémy y Mélanie tienen treinta años, viven en el mismo distrito de París y ambos
van de cabeza a la depresión. Ella acude a múltiples citas concertadas en las
redes sociales, todas fallidas, mientras que
él no consigue conectar con
nadie. Se cruzan todos los días, casi se tocan, pero no se ven, no se conocen y
no sabemos si llegarán a conocerse algún día. Todo les acerca (el barrio) y todo
les separa (el vértigo, el trabajo, los transportes…). En el horizonte, la
esperanza de que en algún momento se vean, se reconozcan, y vivan una hermosa
historia de amor.
En la era de la hiperconexión resulta difícil
que la sociedad admita a los depresivos, los solitarios y los que manifiestan
explícitamente su “necesidad de amor”. Por eso, ambos se ponen en manos de profesionales
del psicoanálisis. Entre elogio y burla de la terapia psicoanalítica, la película “Tan cerca, tan lejos” aborda estos
temas con bastante optimismo, destacando la necesidad de introspección, de que cada
cual se enfrente a sí mismo y llegue a quererse, sin dejar de admitir la
necesidad de querer a otros, de tener relaciones con otras personas, de llevar una
“vida normal” con las pequeñas cosas cotidianas que le dan sentido. La lectura política del guión podría ser ¿cómo
se vive en el neocapitalismo?
En realidad, “Tan cerca, tan lejos” es la
historia de lo que precede al inicio de un proyecto en común, lo que
vulgarmente llamamos relación amorosa, interpretada con inteligencia y
sensibilidad por dos actores que ponen rostro a unos jóvenes treintañeros solos
y perdidos en la gran capital, en este
caso París y un barrio burgués y snob; dos actores que entienden el juego de
emociones que se espera de ellos.
Comedia romántica sobre la nueva sociedad que,
pese a que todo parece preparado para conectarnos a todos con todos aunque no
queramos, en realidad está dando origen a cada vez más almas solitarias, una
sociedad de colgados de Internet y desconectados de la vida. Nuevas
relaciones sociales, nuevas formas de
seducción, ya no sirven los códigos de hace unas décadas, las conexiones en la
ciudad se han convertido en un laberinto.
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