Casi
todo, e incluso más, de lo que puede decirse de Lucy, la última película que el
francés Luc Besson ha rodado en Hollywood con dos estrellas de allí, Scarlett
Johansson y Morgan Freeman, lo escribió hace unas semanas mi colega Julio Feo,
cuando la película se estrenó en París
(http://periodistas-es.com/estreno-en-francia-lucy-superproduccion-hollywodense-del-frances-luc-besson-39347)
Lo
que sigue pues son unas reflexiones mínimas y muy personales sobre una película
que no me ha convencido en absoluto, como no me suele convencer casi nunca que
para promocionar lo que por encima de cualquier otro aspecto debería
considerarse como arte, se utilicen las cifras de taquilla: y sí, en este
sentido y durante la semana de su estreno en los EEUU, Lucy ha batido a las
restantes producciones en liza, “por delante del blockbuster (película de gran
presupuesto y grandes ingresos taquilleros) Hércules”. “Luc Besson más fuerte
que Hércules”, leo en alguna publicación. Bueno, recuerdo que a mi Hércules
tampoco me gustó nada.
Como
tampoco me seduce el hecho de que, con esta película, Scarlett Johansson haga
su entrada triunfal en el paraíso de las “heroínas de acción” (junto a Angelina
Jolie o Milla Jovovich, por citar alguna); porque lo que le está sobrando ya al
cine de Hollywood en particular, y al cine en general, son héroes y acción, y
en Lucy se riza el rizo (en realidad, es lo que hacen todas las producciones de
“anticipación”, que es como se llamaba originalmente a la ciencia-ficción): la
heroína (Scarlett Johansson) es una muy atractiva joven que estudia, parece que
en China (¿Erasmus?), y tras una rocambolesca situación absorbe una droga que
le han colocado en el vientre (para que haga de “mula”), que hace que su
cerebro funcione al 100% de sus capacidades mientras que, según dicen, el resto
de los mortales usamos solo una décima parte.
Hasta
aquí, vale. Un argumento futurista más. Lo desagradable es que esa enorme
capacidad de conocimiento no le sirve a Lucy (nombre de la primera primate
hembra conocida de la historia de la humanidad) para nada de utilidad y, por el
contrario, le convierte en una avezada luchadora de todas las artes marciales
y, lo que es peor, en una superwoman justiciera, una guerrera y despiadada
asesina de “malos asiáticos” que deja su paso sembrado de cadáveres. También le
sirve para convertirse a ratos en una especie de goma negra y pegajosa que lo
invade todo, y para fabricar de la nada ordenadores, pendrives y otros ingenios
informáticos.
La
otra estrella de película, el veterano Morgan Freeman, es un profesor
especializado justamente en el cerebro humano y el conocimiento que asiste,
impotente porque escapa a su comprensión de “persona normal”, al fenómeno de
Lucy que –se nos va informando periódicamente- aumenta su capacidad cognitiva
al 10%, 20%, 40%, 70%... hasta alcanzar el 100% y al final le entrega todo su
saber en una memoria USB.
Como
he leído a un crítico francés, Lucy “se presenta como una amalgama de dos
fórmulas de éxito, el narcothriller transcontinental y la ciencia-ficción
evolucionista, combinadas con la intención de ponerlas a la altura de la
hiperconectividad contemporánea y la ambición de anticipar el próximo salto en
el tiempo de la humanidad” (Mathieu Macheret, Le Monde). Ya sé que parece un
trabalenguas, pero si se lee con atención se entiende perfectamente. Y se
intuye que Lucy es una amalgama híbrida de chica guapa y sexy (mal utilizada,
vestida como una prostituta), efectos especiales y préstamos tomados de toda
una vida viendo cine.
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