
Premio
del Público en el Festival de Berlín (enero 2015) y Premio del Jurado y Mejor
Actriz en el último Festival de Sundance, la película brasileña Una segunda
madre (Que horas ela volta?) es una de esas
agradables sorpresas que cada vez menos nos reserva la gran pantalla. Un
hermoso guión construido con ingenio y sensibilidad (no pretende discriminar,
pero indudablemente se trata de sensibilidad femenina) trata algunos asuntos
muy actuales como las obligaciones familiares, las reglas de comportamiento al
uso, la importancia de los estudios, los privilegios, la división de clases y
las relaciones entre señores y sirvientes en un ambiente burgués acomodado que
la realizadora Anna Muylaert (Durval Discos, Prohibido fumar) sitúa en la clase
alta de Sao Paulo, huyendo de los tópicos al uso.
Val (Regina Casé, espléndida toda la
película) trabaja como sirvienta interna en la villa de una familia rica y cada
mes envía dinero a su pueblo, en el norte del país, para la crianza y educación
de su hija Jessica (Camila Márdila), a la que hace más de diez años que no ha
visto. Val ha criado a Fabinho, el hijo de los señores, de la misma edad que su
hija, con el que mantiene una relación estrechísima de cariño y complicidad.
Inesperadamente, un día Jessica anuncia su llegada a la ciudad para presentarse
al examen de selectividad, porque quiere estudiar arquitectura. Su presencia en
la casa despierta sentimientos muy diversos en los tres miembros de la familia
(Doña Bárbara, el marido Xosé Carlos y Fabinho) y la enfrenta abiertamente con
su madre, a la que encuentra demasiado servil; Val, por su parte, empezará a
plantearse muchas cuestiones que nunca hasta entonces le habían preocupado y a
plantearse la validez de los valores y principios que ha defendido hasta
entonces.
La
película significa el regreso al cine de una de las mejores actrices
brasileñas, tras años dedicada a trabajos para la televisión. Aunque todos los
actores están a la altura de sus personajes, Regina Casé «se sale»
literalmente: esa mujer tiene tanto amor dentro y es tan fuerte siempre que
resulta imposible no sentir una enorme empatía, aun sabiendo que, en la
práctica y aunque fuera forzada por las circunstancias, abandonó a su hija para
criar al vástago de otra familia. El final de la película, como tantas veces la
vida, consigue una especie de entente entre los extremos, y finalmente madre e
hija encuentran la fórmula para reír juntas y compartir el futuro inmediato.
La
realizadora Anna Muylaert (51 años, Durval Discos, Prohibido fumar) ha
explicado que empezó a escribir el guión de esta película cuando nació su hijo,
hace veinte años, y se dio cuenta de que una gran parte de mujeres tienen que
contratar niñeras para que se ocupen de sus hijos mientras ellas trabajan. Y
que muchas veces esas niñeras tienen hijos a los que no pueden criar: “Una
paradoja social que me pareció muy importante, ya que siempre los grandes
perdedores son los niños. De hecho, hay un gran problema en el fundamento de
nuestra sociedad. ¿Puede existir educación si cariño? ¿Ese cariño se puede
comprar? Y, si es así, ¿a qué precio?”.
La
cineasta dice que ha modificado mucho el guión al paso de los años: "En
2013, en el momento en que empezamos la producción, reescribí el guión para
introducir los cambios y debates que existen en la sociedad brasileña. En lugar
de ser solo amable y desafortunada, y por tanto algo tópico, doté a la hija de
la sirvienta de una personalidad lo suficientemente fuerte y noble como para
enfrentarse a los convencionalismos sociales y dar la espalda a un pasado
colonial”.
Val
y Jessica, madre e hija en la película, representan dos generaciones muy
distintas, La primera respeta las tradiciones y acepta ser considerada
“ciudadana de segunda clase”, como le reprocha su hija. Jessica es mucho más
libre, asume sus opiniones y reivindica sus derechos. Para la realizadora,
estas dos mujeres son el reflejo de un Brasil en plena mutación”.
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