El
realizador polaco Andrzej Wajda (1) montó en cólera cuando vio que los más
reaccionarios de su país (que lo son mucho, además de meapilas, pero ese es un
defecto que comparten con la población progresista) acusaban hace unos años a
Lech Walesa, “su amigo de siempre, exlíder del sindicato Solidarnosc,
expresidente de la Republica polaca, de haber flirteado con la policía secreta
durante los años de régimen comunista” (Pierre Murat, Télérama) en los años en
que el país pertenecía a la órbita de Moscú. Al parecer fue entonces cuando
decidió hacer una película del héroe calumniado fijándose el objetivo de
ofrecer a las generaciones jóvenes, “olvidadizas e ingratas, una versión de los
hechos contada por alguien que participó en los acontecimientos, que fue testigo
de ellos”.
Así
nació Walesa, la esperanza de un pueblo (que en su versión original, polaca, se
llama El hombre de la esperanza), biopic bastante conseguido, crónica de los
años en que el líder obrero saltó de empalmar cables eléctricos en los astilleros
de Gdansk a la presidencia de Solidarnosc, una federación de sindicatos
disidentes que en los años 1980 llegó a afiliar a 10 millones de trabajadores
polacos y supuso un revulsivo no solo en Polonia, sino en la mayoría de los
países pertenecientes al Pacto de Varsovia.
Estamos,
pues, en el terreno de la hagiografía pura, y un poco kitsch, «sin asperezas,
ni la menor zona de sombra (…) en esta obra de combate Walesa aparece puro,
noble, recto, generoso, no muy atento a lo que les ocurre a su mujer y sus
hijos, es cierto, pero dedicado sin descanso al pueblo, la justicia, la
libertad…”.
A
finales de los años 1970, nada parecía indicar que al obrero electricista Lech
Walesa, católico romano practicante y padre de ocho niños, le esperaban un futuro
político, el Premio Nobel de la Paz en 1983 y la presidencia de la República de
Polonia en 1990. Fundador, junto con Anna Walentynowicz, del movimiento
Solidarnosc, el primer sindicato libre de los países “del Este”, salió de la
sombra en las manifestaciones duramente reprimidas por el régimen comunista, como
portavoz de los huelguistas.
Mezclando
imágenes de archivo con reconstrucciones sobre la brutalidad de las fuerzas
represivas del régimen, la vigilancia a que estaba sometida la oposición, las colas
del racionamiento, y apoyada en la música más heavy de la época ( “Un Walesa en
versión rock’n’roll”, según Vincent Ostria, crítico de cine del diario
comunista francés L’Humanité, o “la increíble saga del obrero que llegó a
presidente”, según el semanario L’Obs), Walesa, la esperanza de un pueblo es un
fresco clásico que narra la increíble transformación, experimentada en un
tiempo relativamente corto (el tiempo de la Historia no tiene nada que ver con
el paso de los años y la llegada de las canas), de un trabajador ignorado de
los astilleros más grandes de Europa, en un “símbolo planetario”. Comienza con
las revueltas obreras, reprimidas salvajemente en los años 1970 y termina con
el célebre discurso, pronunciado en 1989 ante el Congreso de Estados Unidos por
un Walesa que está a punto de convertirse en presidente de Polonia.
Andrzej
Wajda ha elegido como hilo conductor una entrevista que le hizo la periodista
italiana Oriana Fallaci para el diario Il corriere della Sera. Tan narcisistas
el uno como la otra, la conversación parece un combate de boxeo amistoso rodado
con cámara lenta: Walesa (casi perfecto, el actor Robert Wieckiewitz),
en plan fanfarrón, presume de su liderazgo lo mismo que de “hacer con
frecuencia el amor con su mujer”, y se burla de los intelectuales, aquellos consejeros
de Solidarnosc “que discuten durante miles de horas mientras que yo lo resuelvo
en cinco minutos” (más o menos, no es textual)…Para alguien que, como
yo, haya conocido mucho a “la Fallaci” -(1929-2006), sin ninguna duda la
reportera internacional más famosa del siglo XX- es una inesperada vuelta al
pasado enfrentarse con esa imagen, tan parecida a la real que por momentos
parece resucitada. La caracterización de la actriz italiana Maria Rosaria
Omaggio produce escalofrío.
Walesa,
la esperanza de un pueblo -que cierra la trilogía de Wajda, 88 años, sobre la
época comunista en Polonia (El hombre de mármol, el hombre de hierro)-, es un
homenaje sincero y lírico; el hecho de que una década después de su paso por la
presidencia (1990-1995), Walesa se retirara definitivamente de la vida política
en 2000,tras volver a presentarse y conseguir solo el 1% de los votos, no resta
un ápice a su popularidad y al respeto político que le tienen en su país, ni
tampoco al papel histórico que desempeñó: fuera de Polonia, la imagen del líder
sindical permanece intacta (Un día había dicho: “Estoy tan arriba que ya solo
puedo descender”).
En
la película aparece a ratos “engreído, megalomaníaco, machista, manipulador,
pero también valiente, astuto, carismático… El retrato de Walesa (…) que dibuja
Andrzej Wajda es mucho más interesante de lo que pudiéramos esperar. El
cineasta polaco es una admirador declarado; sin embargo traza una imagen
compleja, fiel al personaje, admirable y exasperante”. (Véronique Soulé,
Libération).
Unas
circunstancias geopolíticas especiales, valor y determinación y dosis por igual
de inconsciencia y suerte, fueron los ingredientes del éxito político de Lech
Walesa cuando con Solidarnosc contribuyó a hacer vacilar el primer régimen de
la esfera soviética que quería desembarazarse de la carcasa comunista. Las
primeras manifestaciones de los trabajadores de los astilleros de Gdansk fueron
esencialmente de reivindicaciones de salarios y condiciones de trabajo. Poco a
poco se ampliaron a pedir la libertad sindical, se fundó Solidarnosc, los
estudiantes de Varsovia se sumaron al movimiento, los políticos comunistas en
el poder se vieron desbordados al tiempo que los huelguistas recibían el apoyo
inesperado del papa Juan-Pablo II, diciéndoles que “no había que tener miedo”.
Mientras
que antes, en Praga y Budapest, los carros soviéticos habían entrado a la
fuerza, en Polonia no pudieron hacerlo porque andaban enredados con la invasión
de Afganistán. Fue un polaco, por tanto, el general Jaruzelski, quien se
encargó de frenar a los “revolucionarios”, proclamar la ley marcial del 13 de
diciembre de 1981 y encerrar en las cárceles a intelectuales y sindicalistas,
entre ellos Walesa, quien permaneció un año en prisión al tiempo que entraba en
la Historia. Muerto Breznev, los rusos dejaron de intervenir en sus países
satélites y en Polonia se firmó en 1989 el primer acuerdo entre los dirigentes
comunistas y Solidarnosc, afirmando la libertad de sindicación y la libertad de
prensa, y catapultando a Walesa a la presidencia del país.
Danuta
Walesa, la esposa del político, ha vendido más de medio millón de ejemplares en
Polonia de Sueños
y secretos, especie de memorias publicadas en 2011 de una mujer fuerte y
católica ferviente, hoy sexagenaria y doce veces abuela, en las que recuerda
los “grandes momentos de soledad” vividos juntos a sus ocho hijos mientras
Walesa pasaba las noches en el sindicato, o en las dependencias policiales.
Para ella, la película “es un poco demasiado azucarada... Va dirigida sobre
todo a quienes no han vivido ese período”.
(1)En
60 años de profesión, Andrzej Wajda ha dirigido 50 películas, entre ellas: La
tierra de la gran promesa, Las señoritas de Wilco, El hombre de hierro (Palma
de Oro en Cannes) y Katyn. Wajda ha recibido el Oso de Oro Honorífico en el
Festival de Berlín en 2006, el León de Oro Honorífico en el Festival de Venecia
en 1998 y el Oscar Honorífico en el año 2000.
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